De mujeres

maria

(10/12/2016) La noticia pasó sin pena ni gloria, perdida entre los titulares del día y sin que muchos, entregados en cuerpo y alma al bombardeo incesante de Trump, la Gestora o Fidel, se percataran de su importancia.

José Luis Termes estrenaba el 28 de Noviembre, en el Real Conservatorio de Música de Madrid, la obra “Becqueriana” de la compositora María Rodrigo Bellido.

Dicho así parece como si el hecho no tuviera la menor importancia, pero si pensamos que María Rodrigo fue la primera mujer en poner música a una ópera en España, la cosa cambia.

Sí, han leído bien, ¡una ópera! Toda una ópera con la complejidad que tiene y los conocimientos musicales que requiere.

Discípula de Richard Strauss y compañera de estudios de Carl Orff, María forma parte de todo un elenco de mujeres españolas pioneras en oficios y artes tradicionalmente vedados a su sexo.

 Leyendo la noticia no pude por menos de acordarme de otras pioneras y, entre ellas, de la vallisoletana Ángela Carraffa de Nava primera mujer en alcanzar el grado de doctora en Filosofía y Letras por la Universidad Central de Madrid, allá por 1892.

Tras cursar los estudios de segunda enseñanza en Valladolid, con calificación de sobresaliente, y solicitar entrar en la Universidad de Madrid, primero, y en la de Valladolid, después, se topó con una Real Orden que impedía la admisión de las mujeres en las facultades.

 El rector de la universidad vallisoletana en carta al director general de Instrucción Pública, comunicaba:

“En ocasión de la convocatoria de enero para exámenes de enseñanza libre se presentó don José Carraffa vecino de esta población en nombre de su hija doña Ángela Carraffa […] y habiéndole manifestado la Real Orden de 16 de Marzo de 1882, por la cual este Rectorado se consideraba sin facultades para admitirla, desistió aquél de sus gestiones, si bien después he manifestado extraoficialmente que su hija doña Ángela por virtud de una concesión personal y especial fue admitida en la de Salamanca”.

 Dos aspectos a destacar en la misiva que hoy pueden sorprendernos, en primer lugar el papel tutorial del padre en aquellos años (las mujeres dependían del hombre, padre o esposo, para tramitar cualquier asunto oficial) y en segundo lugar la “concesión personal y especial” para entrar en la Universidad de Salamanca (eufemismo de lo que vulgarmente llamamos “enchufe”, “recomendación”) sin que el brillante expediente de Ángela fuera digno de mención.

 Ángela, tras los estudios en Salamanca, se doctoró en la Universidad Central de Madrid, y eligió como discurso de doctorado un tema que llevaba por título “Fernando Núñez de Guzmán (El Pinciano). Su vida y sus obras”.

Lo curioso es que, antes de entrar en el tema elegido, Ángela hizo una disertación sobre las razones por las que las mujeres no aspiraban desde siglos a los estudios superiores. Exposición que debería figurar en el cuadro de honor de la secular reivindicación femenina. Lean, no tiene desperdicio:

Si desde el siglo pasado no se halla mujer alguna que haya solicitado tal honor, débese, sin duda, a la creencia de que aquella no debe salir, ni un momento siquiera del hogar doméstico, ni sus ocupaciones deben ser otras que las propias de la vida interior de la familia. Pero, ¿qué más? Todavía fuera de este templo del saber se oye decir a todas horas, que la misión de la mujer está reducida a rezar y coser (el subrayado es del texto original), olvidando que una lección dada por una madre a sus hijos, es no tan sabia como la de los doctos maestros, pero sí más dulce y persuasiva”.

 Ya con el flamante título de doctora en la mano, Ángela tuvo que estrellarse con una realidad aún más cruel que la sorteada hasta entonces: su flamante título no le permitía el ejercicio de la enseñanza en ninguno de los niveles educativos (el subrayado es mío). Era papel mojado.

  Ajena al desánimo y experta en superar dificultades escribió al Ministro de Fomento para que solucionase su caso ya que, por ser mujer, no le permitían formar parte del profesorado de enseñanza secundaria o superior y con las titulaciones adquiridas tampoco podía dar clases en las escuelas de enseñanza primaria.

El Ministro dio curso al Consejo de Instrucción pública para que estudiasen el caso. Esta fue su respuesta:

“Ángela Carraffa estaba en posesión de un título que la debía habilitar para el desempeño del cargo de profesora de Escuela Normal, siempre que se lo permita la futura organización de estas Escuelas”.

 Ni profesora de Universidad, ni profesora de Secundaria o Primaria, solamente profesora de Escuela Normal (es decir profesora de futuros maestros) “siempre que lo permita la futura organización de estas Escuelas”.

 Y no lo debió permitir, porque Ángela Carraffa de Nava murió en Salamanca del 10 de marzo de 1950, sin ejercer la profesión para la que tan concienzudamente se había preparado.



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