Cumplir “cincuenta y diez” años

(30/6/2013) Se escribe, según confiesan los distintos autores, para querer y ser querido. Se respira por lo mismo, añado yo. Y pobre de quien no consiga ni lo uno ni lo otro.

Pero al grano. Que hoy quiero escribir -para que me quieran- sobre los sesenta. Esa edad en la que, según nos dice la escritora mejicana Ángeles Mastretta “ya no lloramos porque sí, ni podemos bailar en la calle o dar brincos de euforia”. ¡Vaya!

Exagera la Mastretta, sin duda. Todos conocemos sesentones con alma de niño que, aparcando pudor y sentido del ridículo, brincan y saltan cual peces en el río, según nos miente el villancico de marras unas navidades sí y otras, también.

Yo mismo acabo de hacerlo y, quitando que me he quedado sin fuelle, que el tobillo ha emitido un extraño crujido, las lumbares me han mostrado el lugar en el que habitan y los pulmones se han vaciado en una tos oscura,…pues, tan fresco.

Ser sesentón -¿por qué no “sesentañero” como treintañero o veinteañero?, me pregunto- tiene sus ventajas como saber callar a tiempo según sabia reflexión de Ernest Hemingway que dijo aquello de “se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar”.

Aunque ventajas, ventajas, lo que se dice ventajas, quizá haya que buscarlas en Mark Twain cuando nos confesó que “al cumplir los sesenta me he impuesto la siguiente regla de vida: no fumar mientras duermo, no dejar de fumar mientras estoy despierto y no fumar más de un solo tabaco a la vez”.

Y es que si la juventud es una joya supervalorada para poetas como Rubén Darío -“¡juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver!”- o Antonio Machado –“juventud nunca vivida, ¿quién te volviera a soñar?- (pregunten a los jóvenes sin estudio ni trabajo de esta España nuestra), habrá que reconocer que los sesenta también tienen su “aquel” y sus ventajas como nos anuncia un tal Atreyu 15 en su cuaderno de bitácora que titula “Cajón de sastre”. Ventajas como estas:

1. Te importa un comino el curriculum.
2. Si eres parte de un grupo de rehenes, serás de los primeros en ser liberado.
3. Nadie pide que entres a rescatar personas de un edificio en llamas.
4. La gente ya no te considera hipocondríaco, ahora sí estás enfermo.
5. Tu inversión en medicina pre-pagada comienza a rendir frutos.
6. Tus articulaciones pronostican el tiempo mejor que los meteorólogos.
7. Tus secretos están seguros con tus amigos, ellos tampoco los recuerdan.
8. Tu dotación de neuronas activas llegó, por fin, a una cantidad manejable.
9. Puedes vivir sin sexo…
10. Si haces una fiesta, tus vecinos ni se enteran.
11. La ropa que te compras ya no pasa de moda.
12. Los pecados capitales han cambiado, como la lujuria por la gula…

Como ven el que no se consuela es porque no quiere. Pero vuelvo a los “cincuenta y diez”. Al título.

La gente proclive a ocultar su edad ha ideado todo tipo de subterfugios para esconder la realidad.

Para ello se han inventado eufemismos como “treinta y treinta”, “cuarenta y veinte” o “cincuenta y diez”, en un desesperado intento de escapar de la palabra que tanto duele cuando se terminan los cincuenta y nueve.

Cumplir “treinta y treinta” es ser dos veces treintañero, dicen. Lo que queda muy, pero que muy juvenil. Pero no cuela.

Dicen algunos que la culpa en esto de ocultar la edad la tienen los franceses que se inventaron los quatre-veingts para no tener que declarar, en la residencia, a la joven septuagenaria que ya han cumplido los ochenta.

Ser cuatro veces veinteañero no es lo mismo que ser un achacoso octogenario. Por eso hay franceses que no quieren crecer y se comportan como niños. “Allons enfants de la Patrie”.

Vean el caso de Dominique Strauss-Kahn que, mientras era presidente del FMI, se comportaba como un mozalbete de barrio a pesar de hallarse próximo a cumplir los soixante-dix ans o sea los “sesenta y diez”. El muy canalla.

Así que ya lo sabes, amigo lector, si no quieres pasar de los veinte y en su calendario personal ve muy lejano el paro juvenil, no hay problema. Se nacionalice francés y aprenda su sistema de numeración. Nunca será tan joven. Au revoir.



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