Cultura y mundo rural

(10/8/2009) Es un municipio pequeño. De esos que, como digo tantas veces, nunca sale en los telediarios. Pero tiene unos vecinos que a la vez que luchan, por un futuro cada vez más incierto, pelean por sus tradiciones, para que no desaparezcan las costumbres de sus antepasados, la vieja memoria. Todos los veranos, desde hace seis, celebra su Semana Cultural. No es una Semana con grandes eventos culturales -digamos que nunca ha podido venir a cantar el grupo que más vende en la provincia- ni cuentan con medios económicos para permitirse muchas alegrías, pero le echan tesón e imaginación al asunto y sacan adelante cada agosto su semana cultural. No es una semana de relumbrón, repito, ni falta que les hace, pero cuenta en su haber con su obra de teatro, sus actividades para los más pequeños, su torneo deportivo, su exposición temática y su ruta de senderismo para valorar el paisaje, que sin ser de elevadas montañas ni de turísticas playas, tiene un encanto por descubrir cada verano.
Como no tienen medios económicos  -repito machacón por si alguien no se ha enterado a estas alturas del artículo- echan mano de la imaginación y se inventan exposiciones temáticas que tanto bien hacen para no perder las viejas memorias -que sin asumir el pasado es difícil proyectarse hacia el futuro-: un año fue sobre la escuela antigua, otro sobre los aperos de labranza, otro sobre aquéllas primeras comuniones, otro sobre los viejos oficios, otro sobre los juegos de aquella infancia anterior a la televisión y a los videojuegos. Este año preparan una exposición sobre las danzas milenarias que bailaron sus abuelos y que a punto, a punto, estuvieron de desaparecer cuando muchos de los hijos del pueblo tuvieron que marcharse, para ganarse el pan, a otros lugares.
Y la imaginación que les lleva a sembrar cada verano su pueblo de exposiciones diversas, les lleva a inventarse rutas. No son rutas turísticas aunque bien podrían serlo, pues el municipio cuenta con una casa blasonada del siglo XVIII, un templo parroquial del XVII y como se dijo unos paisajes que enamoran,  son rutas, digamos, de andar por casa pero con el encanto y el sabor de la cocina de la abuela. Una de esas rutas es “La ruta del agua” en la que recorren en bicicleta, grandes y pequeños, los acuíferos más importantes de la villa; los lugares de antiguos abrevaderos, la situación de los viejos molinos que aprovechando el agua del río servían a los municipios de los alrededores… Para que nadie olvide la importancia del pájaro y el agua.
Como ven cosas sencillas, cosas de andar por casa. Aportando cada cual el grano de arena de la diversión y la cultura para que la feroz despoblación, el inevitable envejecimiento y la desatención de los políticos, sean más llevaderos cuando llega el agosto.
Y todo gracias a sus vecinos. Todo gracias a los recursos humanos que aportan las distintas asociaciones. Sin que se acerquen diputados, ni consejeros de cultura, ni delegados de zona; que ahora no estamos en época electoral y el político si se acerca lo hará para ganar votos.
Aunque, bien mirado, ¿qué votos va aportarle la despoblación?
Será del 17 al 23 de agosto en un pueblo de Castilla que se resiste a morir. Si pueden, acérquense. Les esperan con los brazos abiertos y la imaginación en ciernes. En Cañizal. Un pueblo de la provincia de Zamora. En España.



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