Cruceros de tinta

crucero

(10/04/2019) Sucede cada vez con más frecuencia. Te encuentras con una pareja de conocidos a los que apenas ves un par de veces al año y tras el choque de manos y el beso en la mejilla lo primero que te sueltan es: “Vamos a hacer un crucero”.

 Y tú, sin tiempo para reaccionar, sin balas en la recámara de las respuestas, pones cara de admiración y sorpresa, elevas las cejas, abres la boca y exclamas sin convicción alguna: pues qué bien, a los fiordos noruegos supongo,…etc…

 Y, mientras, te comes la verdadera respuesta. Esa que llevas rumiando desde que llegó la moda de las “vacaciones en el mar” y que consiste en decir a las claras que a ti te produce claustrofobia el barco, cualquier barco por grande que sea, que si el barco es tan grande como una ciudad y te ofrece tantos lujos y divertimentos como la ciudad flotante que es, pues que para eso ya está la ciudad, que no te gusta bailar y menos ante el capitán y que… ¡yo qué sé!…

Pero piensas que mejor no decir nada. Pues no te creerán o pensarán que tu nivel económico no te da para esas alegrías (lo que también es cierto), o que eres un jodido envidioso o en aquello que dijo la zorra cuando no pudo alcanzar las uvas: ¡están verdes!

 Y callas. Te despides y  sigues adelante hacia la avenida pensando que a ti te gustan otros viajes, que cómo les vas a decir que en breves  momentos piensas visitar el río Jarama un día de verano del año cincuenta y tantos. No te creerán, y menos lo del cincuenta y tantos pero es así, porque a ti te gustan los viajes en el espacio y en el tiempo y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y que ha muerto Rafael Sánchez Ferlosio, uno de esos personajes que superan su obra, piensas releer el Jarama y visitar los espacios de aquel río, que ya no será el mismo río…

 Mejor no decir nada, te tacharán de “cultureta” o de cosas aún peores. No entenderán que en realidad no paras, que eres un culo inquieto, que hace apenas dos meses visitaste el medio oeste americano (viviendo en casa de Patty y Walter Berglund a gastos pagados), de la mano de Jonathan Franzen. Y todo sin tener que cruzar el charco, ni hacer colas y registros humillantes en los aeropuertos de aquí y de allá, ni tener que controlar si van a hacer huelga los controladores (y que valga la redundancia), tan solo guiado por la mano sabia de Franzen que en su libro Libertad logra “algo que no ocurría desde Dickens o Balzac: conectar con el gran público para abordar temas eternos en profundidad: quienes somos, cuál es la estructura de nuestros sentimientos más ocultos e inconfesables; cómo la libertad, el más alto ideal posible, es un concepto tan real como amenazado” en palabras de Eduardo Lago, periodista que te acompañó en el viaje, aunque ya no lo recuerdes.

 ¿Para qué vas a decirles que tras el viaje por las américas te quedaste en la vieja Europa, esta vez en casa de los Nevison, y que gracias a ellos y al sabio hacer de Javier Marías en Berta Isla viajaste entre Madrid y Londres, conociste el oscuro mundo del espionaje y lo que es más importante: que como dice Dickens y cita el libro “cada corazón palpitante es un secreto para el corazón más próximo, el que dormita y late a su lado”? No te entenderían.

 Y menos que luego cogieras las maletas (es que no paras) y de la mano de Javier Sierra y de El fuego invisible, hicieras un magnífico viaje esotérico en busca del santo grial y visitaras la enigmática Montaña Artificial del parque del Retiro madrileño, la Iglesia de San Pedro el Viejo de Huesca, el Museo Nacional de Arte de Cataluña, la catedral de San Pedro de Jaca, el monasterio de Santa María de Santa Cruz de la Serós de Huesca y hasta el cementerio de Montjuic en Barcelona en una búsqueda estresante de daimones, crismones y extrañas inscripciones, de esa rara “energía que está en todo y que a todos nos une…un ardor invisible que te enciende por dentro”.

 Ahora estás preparando, por lo que he oído, un largo viaje al Perú del gran escritor José María Arguedas (que murió hace cincuenta años y necesita un homenaje, dices), en el que recorrerás, con El zorro de arriba y el zorro de abajo, el Perú indígena y el Perú criollo, desde Puerto de Supe hasta Lima pasando por Chimbote y el Museo de Sitio de Puruchuco.

 Así que mejor calla y deja que cada cual vacacione como quiera, que para gustos los colores y tampoco te cierres al barco. Piensa en las Veinte mil leguas de viaje submarino que hiciste cuando apenas eras un niño de la mano del capitán Nemo, en un barco llamado Nautilus, y lo que disfrutaste en el trayecto a pesar de que en los mares noruegos, esos que van a visitar tus amigos, sufriste los terrores del maelstrom, el gran remolino, el horrible vórtice que, si no lo evitas, te precipita hacia el abismo.



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