Con K de banka

letrak

(20/09/2020) Vivimos unos tiempos en los que casi todo pasa a la velocidad de la luz (cualquier consulta en el móvil, por ejemplo) y en los que las noticias aparecen de improvisto para desaparecer al día siguiente sin dejar rastro.

 ¿Se acuerda ya alguien de la de fusión de Caixabank y Bankia que, según los analistas, ha sembrado de inquietud al mundo financiero español?

 Pero tranquilos. No piensen que mi artículo va a girar en torno a hipotecas, bonos o finanzas. No. Mi reflexión en este tema va a ser meramente literal. Literal en el sentido más etimológico de la palabra que como todo el mundo sabe viene de littera (letra).

 Hace tiempo que, gajes del oficio, me fijo de una manera obsesiva, casi neurótica, en la palabra escrita o hablada, en su etimología, su definición, sus sinónimos… También en las partes que la componen, esas partículas que los lingüistas llaman grafemas o letras (en la palabra escrita) y fonemas (en la palabra hablada).

 Pues bien, rollo aparte, ¿se han fijado ustedes que muchas de las entidades bancarias (los bancos y cajas de toda la vida) llevan la letra “k” en su nombre? ¿Dónde ha ido a parar la “c” de “banco” en su nomenclatura?

 Consulto un listado de bancos españoles y me encuentro entre otros con Bankinter, Bankia, Openbank, Kutxabank, Caixabank…lo que me confirma en esa impresión de que la “k”, altiva y arrogante, le gana a la humilde “c” por goleada.

 Pero no ocurre solo en el mundo del dinero, no. A nada que se fijen en las marcas comerciales que les rodean comprobarán que este fenómeno se multiplica en carteles y vallas publicitarias (hasta sirve, tumbada, para esbozar a la “maskarilla” como pueden ver al inicio del artículo).

 Pero, ¿por qué?, ¿qué tiene la “k” para que goce de tanto prestigio en el campo de la mercadotecnia?, ¿qué lleva a tantas marcas comerciales a prescindir de la “c” en aquellas palabras que la contienen?, ¿hay alguna razón objetiva que lleve a preferir a una sobre otra?

  En un intento de dar alguna respuesta a un hecho que se me escapa, me fijo en el trazado de sus líneas.

 La K sorprende por su porte firme, por su determinación en el trazo, por la ausencia de curvatura o doblez. ¿Será por ello por lo que tiene fama de rebelde? La C, por el contrario, es humilde, ligera, pequeña, pero con vocación de círculo (ese círculo que representa la unidad, lo absoluto, la perfección).

 La K camina marcial como un general prusiano acompañado de su bastón (lo dijo Ramón Gómez de la Serna en una de sus Gregerías “la K es una letra con bastón”).

 La C, que los fenicios llamaban gimel que quiere decir “camello” y tiene restos de joroba en su trazo más elevado como si nunca su hubiera desprendido del todo de aquel nombre, tenía entre los romanos fama de letra triste porque los jueces escribían en sus tablillas una “c” como señal de condemno (condeno). ¿Serán esa joroba en el porte y esa tristeza romana las que la incapacitan para el arrojado y optimista mundo del márquetin (que todo el mundo escribe marketing haciendo caso omiso a las recomendaciones de la RAE lo que demuestra que, tras devorar a la “c”, la “k” está llamada a acabar con la “qu”)?

 La K, que proviene de un signo egipcio que representaba una mano y que los fenicios llamaron Kaf, fue suprimida del Diccionario de la Academia en España entre 1815 y 1869  y hay quien asegura que esos oscuros orígenes, ese sentimiento de no haber sido querida, la han hecho tan arisca, tan rebelde.

 Espero que ustedes perdonen los neuróticos derroteros a los que me ha llevado la noticia de la fusión bancaria de la que les hablé más arriba. Siempre pensé que nada es inocente. Ni siquiera las letras que forman las palabras.

 Los gurús de la informática, como los mercaderes del dinero, también prefirieron a la K

  Alguien la eligió para que, al pulsarla en nuestro ordenador, pudiéramos escribir con cursiva (la letra más rígida, ¡qué curioso!, nos permite escribir con curvas, como cuando lo hacemos a mano), mientras que la incomprendida C, arrinconada en la parte inferior del teclado junto a la barra espaciadora, espera su redención. Que llegará, sin duda.

 Porque cuerpo, corazón y cerebro, las palabras de la vida, empiezan por C.  De momento.



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