Con herrajes

(10/4/2008) Tienen el halo de lo oculto, la fascinación inquietante de lo cerrado, la pátina turbadora de lo prohibido.
Me estoy refiriendo a los libros viejos que añaden a su textura de cueros y desgastes el broche añadido de los herrajes. Sí, esos herrajes  – confieso que no conozco otra palabra para nombrarlos- que los muestran sellados y ocultos a toda mirada y que necesitan de la apertura más o menos ansiosa de los hierros para acceder al placer de su lectura.
Y es que los libros también tienen ¡ay! su cinturón de castidad.
Son casi siempre devocionarios antiguos, libros de Horas que añaden al secretismo de la lengua latina, el añadido de los rituales romanos vedados a cualquier seglar. Libros del clero y para el clero, aquel clero que se movía gracias al secreto de los ritos – y de los libros-  en esferas inaccesibles para el común de los mortales.
Hoy he visto un libro con herrajes. En la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de mi ciudad he vivido el tacto inolvidable de un viejo libro con los atributos misteriosos del cierre. Era un “Breviarium romanum” que estaba allí esperando que alguien desvelara sus misterios, que alguien lo abriera, que alguien desvelara sus latines llevándoselo para casa.
Reconozco que soy un coleccionista tan compulsivo como inconstante de libros viejos. O sea, un mal coleccionista. Me gustan todos hasta el punto que mi capacidad de elección se ve condicionada por una simpatía excesiva hacia ellos, lo que me precipita en una torpeza desmedida al adquirirlos.
Coleccioné en su momento libros de escuela. Luego me especialicé en los de geometría. Más tarde me llamaron la atención los libros de albeitería, después los devocionarios…
Tras tanta inconstancia y volubilidad, aceptada la fascinación que me producen, paso de los temas y voy a lo concreto. O sea a la cubierta, al armazón.
-Señorita, tiene algún libro con herrajes.
La damisela pone los ojos de plato de quien oye comprar los libros por metros.
Tras un breve intento de explicarme mejor – hago gestos infantiles sobre un hipotético libro al que abro cierres imaginarios -, la chica parece comprenderme.
- Lo siento este año no hemos traído ninguno. Pero si quiere le pongo en contacto con la librería que tenemos en Pamplona.
La señorita no entiende de coleccionistas volubles y compulsivos. No sabe que es al tacto como compramos esos caprichos. Somos enfermos con una adición que sólo se cura con la mirada y con el toque al objeto deseado.
- No, perdone. Pero me gusta verlos y de momento no pienso ir a Pamplona.
Y me vengo para casa cabizbajo como el depredador que no alcanzó su presa.
Para aliviar mi ansiedad saco el libro que adquirí el año pasado: “Octava de Navidad”. Abro sus metales y paladeo su interior: officium in festo Nativitatis Domini, Ejusque Octava et in aliis festis intra eamdemoctavam occurrentibus:Justa Missale et Breviarium Romanum….
Y entonces me sumerjo en sus latines. En el mensaje secreto doblemente guardado.
Lo dicho: soy un enfermo.

herraje


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