Como quien oye leer…

oyentes

(30/09/2017) Nada es nuevo bajo el sol. Todo se hizo o se pensó en algún momento. Natura non facit saltus (la naturaleza no procede a saltos), pienso mientras leo el arraigo que está teniendo el audiolibro, ese artilugio que algunos piensan ser nuevo, pero que, como todo, tuvo su precedente, su ancestro en el mundo de las cosas.

-¿Qué le parece la moda del audiolibro? –le preguntan a Alberto Manguel, director de la Biblioteca de Buenos Aires, aquella que señoreó y saboreó Borges-. “Que no es una moda, sino la extensión de nuestro deseo de escuchar contar cuentos” responde el argentino.

Y entonces, uno recuerda el placer de escuchar cuentos en la infancia, cuando llegaba la noche o cuando, subidos en el carro de mulas, nos dirigíamos a las tierras. La voz de abuelos y padres esforzándose en imitar el habla acariciante y falsa del lobo (“son para verte mejor”), medrosos y con voz encogida cuando Caperucita cruzaba el bosque, alegres y resueltos ante el cazador que llegaba en el último momento. Nuestros padres y nuestros abuelos fueron los audiolibros de nuestra infancia, cuando apenas podíamos contar con libro que llevarnos a la boca, tan escasos ¡ay! entonces.

 Audiolibros que, bien pensado, se remontan a la noche de los tiempos cuando en lo más profundo de la cueva, ante el largo e inclemente invierno, alguien comenzó a contar historias, cuentos y leyendas sacados del libro de su imaginación.

-No te vayas tan lejos -me dice un amigo que sabe de estas cosas- el placer de leer para un público que escucha embobado está, como casi todo,  en El Quijote. Lee, lee -me alecciona- el capítulo 32 y verás que es cierto lo que te digo.

Llego a casa y abro mi Quijote por el capítulo ordenado y compruebo que sí. Que es cierto lo que afirma mi amigo:

“…Porque cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí en las fiestas muchos segadores, y siempre hay alguno que sabe leer, el cual coge uno de estos libros en las manos, y rodeámonos dél más de treinta, y estámosle escuchando con tanto gusto, que nos quita mil canas”, comenta el ventero, hombre pendenciero y reñidor, a lo que responde la ventera, “y yo ni más ni menos, porque nunca tengo mejor rato en mi casa sino aquel que vos estáis escuchando leer, que estáis tan embobado que no os acordáis de reñir por entonces”.

 Y Maritornes, la moza asturiana que sirve en la venta, añade:

“Yo también gusto mucho de oír aquellas cosas , que son muy lindas, y más cuando cuentan que se está la otra señora debajo de unos naranjos abrazada con su caballero, y que le está una dueña haciéndoles la guarda, muerta de envidia y con mucho sobresalto. Digo que todo esto es cosa de mieles”.

 “Cosa de mieles” la de escuchar historias en aquella España de nuestros abuelos, cuando recurrían al libro prestado y al hijo que ya había aprendido a leer en la escuela.

“Mi madre que era analfabeta -me dice una señora nonagenaria-, me mandaba sentarme junto a la lumbre para que la leyera las novelas que nos  prestaba la mujer del boticario”.

 Lecturas gozosas para un público que no sabía leer o para aquellos que entregados a otros menesteres, se entretenían con historias leídas.

 Hubo colectivos, antes de la llegada de la radio, que, con las manos ocupadas, encargaban a uno de sus miembros para que leyese algún texto. De todos es sabido que el refectorio de los conventos tenía un lugar elevado, a modo de púlpito, para que uno de los frailes leyera algún texto mientras los demás comían. Y lo mismo los cigarreros, las costureras y otros colectivos.

 En la película Siete novias para siete hermanos de Stanley Donen hay un enternecedor ejemplo de aquellas lecturas hechas en voz alta, se trata del momento en el que Milly -Jane Powell- lee para el resto de las novias, entregadas al hilo y al dedal, una historia que no recuerdo.

 También La Lectrice (la lectora) película de Michel Deville nos habla de aquellas mujeres que han leído a domicilio siguiendo una vieja tradición francesa que se remonta al Antiguo Régimen.

 El audiolibro siempre estuvo ahí. Lo nuevo es la carcasa, el soporte, la grabación. Lo novedoso es el artilugio hecho para un tiempo en el que prima la soledad y escasea el tiempo.

 Y luego están los colectivos más beneficiados por la llegada del nuevo soporte: los ciegos, los abuelos incapaces ya de soportar el peso del libro o con la vista demasiado cansada…

Sin nadie que tenga tiempo para la lectura en voz alta, como entonces, sin lectoras o lectores a domicilio, la tecnología del audiolibro viene en su auxilio.

-Luis, tienes que hacer un audiolibro con tu novela “La espía del emperador” me dice José Mari, mi amigo ciego por retinosis mientras me explica las dificultades del Braille para la edición en general.

Y es entonces cuando pienso que el audiolibro, que siempre estuvo aquí, ha llegado para quedarse.



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