Colón no encuentra pedestal

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(20/10/2017) O sí…

 Cada vez que contemplo su efigie en la esquina del Campo Grande, allí donde ya se vislumbra la Estación del Norte de esta ciudad contada, no puedo por menos de decirle: “¡qué suerte tuviste, Almirante!”.

Acabo de leer lo ocurrido en la ciudad de Los Ángeles con la estatua colombina y su desmantelamiento para ser suplantada por otra que homenajea a los pueblos indígenas  -allí donde no dejaron indígena con cabeza- y no puedo por menos de susurrarle desde la distancia: “¡qué suerte tuviste, Almirante!”.

De haber llegado tu escultura a La Habana como era el propósito de quienes te realizaron, le digo, a aquella Habana de finales del XIX, a punto de independizarse de España, te habrían desguazado hace ya tiempo para que tus metales y tus piedras mitigaran la pobreza revolucionaria. O te habrían eliminado sin más como máximo representante de los “malvados” conquistadores que, en vez de acudir a las Indias como voluntarios de una ONG lo hicieron como lo que eran: hombres y mujeres del siglo XV, con sus virtudes y sus defectos.

 Pero te quedaste aquí -que los vientos no eran entonces los mejores-, en Valladolid, si no tu patria, sí tu primer sepulcro. Y ahí estás, gallardo y de rodillas (que se puede ser gallardo estando arrodillado) y con La Fe a tus espaldas (que había que tener mucha fe para llegar donde llegaste). Orgulloso de haber dado un nuevo mundo al viejo, a pesar de lo que digan tus enemigos de siempre.

 De haber llegado a “mi Buenos Aires querido”, como hizo otra de tus réplicas, habrías sido víctima de la batalla cultural que esgrimen los mezquinos de siempre -esos que prefieren a Juana Azurduy para reforzar su nacionalismo y olvidan que Juana no habría estado en América (¡y ellos tampoco!) si tu no hubieras llegado antes- y tus huesos de piedra hubieran ido de la ceca a la meca, de la Casa Rosada a la Costanera, como si fueras uno de esos vecinos que incomodan y que nadie quiere tener en casa.

 De haber aterrizado en Nueva York, lugar donde se alza el monumento Columbus Circus, estarías señalado como uno de los “símbolos de odio” a los que el alcalde Bill de Blasio tiene en el punto de mira para satisfacción de concejales como Melissa Mark-Viverito y de otros revisionistas que siguen considerándote una figura controvertida. Como si cualquiera de nosotros no fuéramos controvertidos. Como si la biografía de cualquier héroe de la patria, Mandela y Gandhi incluidos, aguantase un mínimo test de revisión personal.

 Y de haberlo hecho en Barcelona, la ciudad española a la que llegaste para explicar a los Reyes Católicos tu descubrimiento, estarías esperando el próximo derribo a manos de unos muchachos de la CUP, esos que saben tanta historia que piensan que la Guerra Civil fue una contienda de España contra Cataluña y se quedan tan anchos.

 Pero te quedaste aquí, en Valladolid, en el lugar en el que lanzaste a los vientos tu último suspiro, cargado de reproches ante quienes tanto te quitaron en vida y tanto te quitarían en muerte.

 Te habían salido muchas novias mientras se abortaba en La Coruña tu embarque para Cuba -Sevilla, sin ir más lejos, también te lanzó los tejos- que aquellos eran otros tiempos donde no medraban los ventajistas, ni los revisionistas del odio, ni los falsificadores de la historia.

 Por eso vuelvo a observarte desde la distancia que me da la Acera de Recoletos y al contemplar el hermoso trabajo que realizó el gran escultor Antonio Susillo, no puedo por menos de decirte “¡Qué suerte tuviste, Almirante!”.

 Visto lo visto, Almirante, yo propondría al ayuntamiento de esta ciudad en la que te entregaste a la parca, que se hiciera con todos los monumentos que te representan, esos que desmantelan y desguazan la ignorancia y el odio y, a modo de colección urbana, se colocaran en las plazas y las avenidas de esta ciudad contada.

El Colón de la ciudad de Los Ángeles, el que adornó Buenos Aires, el de la ciudad Condal y todos aquellos llamados a caer con el tiempo de su pedestal, embelleciendo la Acera de Recoletos, el Parque de la Paz, el Paseo de Zorrilla, la Calle Labradores, la Plaza Circular, la Plaza de la Universidad… ¡Qué más da!

Y si la idea no cuaja propongo como solución planetaria acabar con efigies y revisiones (con todas), levantar un enorme monumento a la amnesia y olvidarnos de dónde lo hemos colocado.



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