Cervantes no va a Eurovisión
(10/02/2016) Si Cervantes se levantara de su tumba -cuatrocientos años después de optar por el sueño eterno en un lugar de Madrid de cuyo nombre nadie quiere acordarse- lo primero que vería (quizás lo único) sería un enjambre de compatriotas molestos porque las instituciones apenas han programado actos para conmemorar la efeméride de su muerte.
Hombres y mujeres quejosos de casi todo, de que no haya dinero para tan importante conmemoración, de que se relegue al olvido a uno de nuestros grandes, de que los políticos no apoyen la cultura, de que el ministro de hacienda no haya dedicado parte de los impuestos que pagamos a los festejos del centenario, de que los anglos ya están haciendo lo propio con Shakespeare -que murió el mismo año- y nos sacan muchos metros de ventaja, etc. etc…
Así las cosas, antes de volver a su tumba, don Miguel le daría vueltas a su calavera pensando lo injusto que es el morir, viendo que quien debería de quejarse, que es él, tuviera que callar para siempre. Porque bien pensado él sí que tendría motivos para la queja. Quejarse de que aún no hayamos dado con sus huesos, quejarse de la escasa lectura de su obra, quejarse de que la casa en la que vivió y murió en Madrid desapareciera, quejarse de que su querido idioma español sea ninguneado por aquellos que deberían defenderlo.
Luego, ya más calmado, con el humor y optimismo de un Sancho Panza, pensaría, seguramente, que no debería haber lugar para tanta queja. Para tanto enojo.
-Mire vuesa merced que no hay lugar para tanta derrota. Piense, don Miguel, que todo un continente -América- habla el español, que la hermosa lengua de Castilla ocupa ya el primer lugar como lengua materna en el mundo, que el español es la lengua que, tras el inglés, eligen los estudiantes de los países más importantes. Vea, mi señor, que en estos tiempos de Internet -que ni vuesa merced ni yo entendemos- el español se ha colocado ya como segunda lengua en la biblioteca virtual de Google; que Estados Unidos -que ahora es el heredero de nuestro imperio- es ya el segundo país hispanohablante del mundo por detrás de México; que casi el 20% de los visitantes de la Wikipedia lo hacen en español, que en Facebook y Twitter es la segunda lengua más utilizada, que el sector editorial en español es el tercero en el mundo y que hablando en reales o maravedíes -idioma que sólo entienden algunos- el español aporta ya tanto como el turismo en las arcas del PIB de las Españas.
-Pero entonces, querido Sancho, a qué viene tanto lamento, tanta incontinencia de gente melindrosa.
-Como mi amo don Quijote me dijo un día, “ladran, luego cabalgamos”, señor Cervantes.
-Pero veo, amigo Sancho, que a Guillermo, el inglés, le va mejor que a mí, que su idioma se ha colocado el primero en el habla de las naciones.
-Razón tenéis, don Miguel, el inglés es el latín de los nuevos tiempos, el idioma que habla todo el mundo, pero nosotros no tenemos motivos para la queja como ya os dije. Ocupar un segundo lugar, cuando el mundo es tan grande y con lo que ha llovido, no es motivo para el desánimo ni para la melancolía sino para el orgullo por lo conseguido y más si consideramos que el enemigo está dentro. En la propia casa del idioma.
-¿Qué queréis decir, amigo Sancho, qué malandrines son esos que reniegan de la madre que los parió, del idioma que mamaron en la cuna?
-Abundan por estos reinos, señor, gente deslenguada que menosprecian lo propio y se entregan a lo foráneo como si de allende los mares viniera la modernidad, la fama, los caudales …
-Pero vayamos al grano, querido Sancho, ¿se lee en las Españas?, ¿se compran libros? Ya sabes que como dije en su día “quien lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”.
-Aquí señor, la pintan calva. Según he oído decir hay unos pocos que leen mucho y unos muchos que leen poco, o nada. Se menosprecia la cultura o se utiliza como arma arrojadiza cuando conviene.
-“La verdad adelgaza y no quiebra y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua”, querido Sancho, pero ¿a qué vienen esos gritos y esas quejas que he oído sobre una canción que se hará en inglés, en las frías tierras del norte?
-España, señor, siempre fue terreno fértil en banderías. Unos defienden que se ha de llevar a los concursos a gente que cante en cristiano y otros defiendes que ha de ser en inglés, pues dicen que “es el idioma de la música”.
-No seré yo quien entre en diatribas, ni reyertas, que allá cada cual con su libertad, pero hay algo que no entiendo, amigo Sancho, y es que cómo alguien puede decir que su lengua no es musical, ¿acaso reniega de las nanas que le cantó su madre?, ¿acaso de las canciones de siega?, ¿acaso de las de amor con las que se enamoraron sus antepasados?…”De gente bien nacida es agradecer los beneficios que recibe”. Dura cosa es tener que oír, amigo Sancho, tanto desafuero y mezquindad de gente que cocea y no piensa. “La música compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu” y todas las lenguas la han utilizado como arma de botica para soportar las angustias del vivir. Todas las lenguas son buenas para la música.
-Pero si estáis en el río habéis de mojaros, señor ¿qué pensáis de que no sea en nuestro idioma en el que se cante en las tierras del norte?
-Por Dios querido Sancho que no seré yo quien rompa una lanza para atizar el fuego de la desavenencia entre españoles. Aunque sería noble y caballeroso cantar en el idioma de sus padres, si alguien quiere hacerlo en otra lengua que lo haga, que por eso no va a peligrar la nuestra, que de tan buena salud goza, como me dijiste más arriba. No olvides, Sancho que con las lenguas también hay celos y como dije un día “la fuerza de los celos es tan fuerte que fuerza a hacer cualquier desatino”.
-Desatino es lo que veo por doquier, mi señor, “me moriré de viejo y no acabaré de comprender al animal bípedo que llaman hombre”.