Cara vacía

síndromes

(30/04/2022) Cuesta quitarse la mascarilla. Acostumbrados al tapabocas, al ocultamiento, muchos prefieren seguir ocultando el rostro sin hacer caso a las nuevas medidas.

 La mascarilla protege contra el virus, sí, pero también contra la timidez, contra la inseguridad, contras las miradas ajenas, contra el miedo a sentirse expuestos.

 Cuesta dar la cara. “Los chulos de la clase se ríen de mí cuando me la quito”, dice el adolescente para justificar su enmascaramiento. Pobre. No puede ocultar el acné  juvenil, el vello incipiente ni el protector dental. “Me siento desnudo”, dice.

 Hay miedo al rechazo físico aseguran los psicólogos y es que según los expertos durante los largos años de pandemia hemos distorsionado la percepción de nuestra propia imagen. O sea que ya no nos reconocemos sin la mascarilla, vaya.

No solo los adolescentes. También los viejos nos aferramos a la mascarilla como si nos fuera la vida en ello. Hay mucho que tapar: la nariz en creciente, los dientes en menguante, las patas de gallo,  el código de barras sobre el labio superior y la barbilla retráctil y cobarde sobre la papada… Las arrugas y las cicatrices rencorosas. “Le cruzaba la cara una cicatriz rencorosa” dijo Borges.

 Con la mascarilla esto no pasaba.

Nos veíamos tan jóvenes con el barbijo en bandolera que ahora, tras quitarnos la máscara, comprobamos que nos hemos echado dos años encima.

 Hay miedo a mostrarse a los demás, a exponerse a las mirada ajena, a mostrar nuestro rostro, nuestro cuerpo, que, a partir de cierta edad, es todo menos glorioso. Los cuerpos no son gloriosos, que dijo alguien.

 Y el cubrebocas protegía nuestros miedos, nuestras inseguridades. Éramos invulnerables al mal de ojo, al hechizo, al maleficio de quien no nos quiere bien.

 Los psicólogos que están a la caza de enfermedades nuevas, de síndromes y fobias con los que llenar su consulta han inventado el síndrome de la cara vacía. Ya han tardado.

 Al síndrome de la cabaña que nació durante el confinamiento y que tenían aquellas personas que no se atrevían a salir a la calle por medio al contagio, le ha salido ahora el síndrome de la cara vacía, una fobia caracterizada por la sensación de inseguridad al dejar la cara al descubierto, dicen.

 Dame un conflicto (por nimio que sea) y crearé un síndrome. Dame un síndrome y lo convertiré en una patología, parecen decirse algunos profesionales mientras se frotan las manos.

 Y, ya puestos, han lanzado un órdago para los incrédulos, para los negacionistas de tanto síndrome, afirmando sin vergüenza que “el síndrome de la cara vacía puede desembocar en una pandemia de salud mental”.  Si no quieres taza, taza y media. O curas el síndrome o tontito para toda la vida. No hay otra.

 Menos mal que siempre habrá personas que desdramaticen tanto trastorno, tanto trauma, tanta fobia, tanto síndrome: “estamos patologizando en exceso todas las consecuencias de la pandemia e inventándonos síndromes que en realidad entran dentro de la normalidad”, afirma Angélica Rodríguez, coordinadora del Área de Psicología Clínica y de la Salud del Colegio de Psicólogos de Asturias. Gracias Angélica.

 Ir por la calle sin el barbijo, sin el antifaz, a calzón quitado, descarados, es tarea casi imposible. Algo a recuperar con el tiempo. Con ese tiempo que, como dicen las abuelas, todo lo cura. Lo mismo que habrá que recuperar el apretón de manos, las palmadas en la espalda, los abrazos de oso, los besos bien estampados y el contacto a lo latino. Ese contacto tan nuestro, ese sobeo cariñoso que tanto envidian aquellos que se quedaron en el “no me toques”, o en el “a tocar a la Cibeles que es de piedra”, o en el nolli me tangere bíblico.

 Y volver a la alegría a pesar de la que está cayendo o precisamente por eso. “La seriedad es la máscara que se pone el cuerpo para ocultar la putrefacción del espíritu” dijo La Rochefocauld, un señor que era francés y escritor.

 La calle sigue siendo lo que siempre fue. Una mascarada, un “ballo in maschera”verdiano, donde cada cual se muestra o se oculta a su manera. Una identidad que nos creamos para hacer frente a las pesadillas del mundo, a las adversidades que nos atormentan.

 No hay manera de dejar la máscara. La llevamos a cuestas.



Los comentarios están cerrados.