Bajo, taciturno y burlón

montse

(10/08/2020) Termino de leer  “La oscura historia de la prima Montse” de Juan Marsé (¡qué mejor homenaje al narrador muerto que leer una de sus obras!) y mientras coloco el libro en la estantería me fijo con atención en el lugar que ocupa (no tengo ningún catálogo y cada vez me cuesta más encontrar los ejemplares) porque sé que pronto volveré a su tinta, porque ese libro, junto a otros pocos, ya se encuentra entre los libros que me han mordido.

 Lo dijo Kafka: “Solo deberíamos leer libros que nos muerdan”.

 Disiento de los que afirman que Marsé ha sido el mejor escritor español entre los que quedan vivos y apuesto con quien sea, aunque me la juegue, que esa afirmación es tacaña, porque Marsé estará siempre entre los grandes de la literatura en español.

 Creativo e irónico, la obra de este personaje que nos acaba de dejar, “bajo, poco hablador, taciturno y burlón”, como se definió a sí mismo, rezuma un extraño perfeccionismo, un vigor narrativo fruto de un arduo trabajo de pico y pala, que lo convierten en todo un clásico, en señor de una prosa caudalosa y contenida, pero sumamente brillante.

 Sus personajes, provistos de una inesperada dignidad, pobladores de una realidad amarga, se mueven en un mundo burgués que coquetea con los arrabales (con la cárcel en el caso de la “prima Montse”) allí donde medran los canallas y los perdedores.

 Mundo de perdedores, sí, pero también de hipócritas (a excepción de la ingenua y generosa Montse) que buscan lavar su mala conciencia redimiendo al desgraciado y pensando, equivocadamente, que en esa bajada a las cloacas no se ensuciarán las manos.

 Marsé nos pone ante el espejo de nuestras vivencias, porque ¿quién no fue en alguna ocasión la “prima Montse”?, ¿quién no se sintió ingenuamente proclive a salvar el mundo en sus años más jóvenes?, ¿quién no pretendió en alguna ocasión, antes de que la vida lo desvirgase, lanzarse al imposible de salvar al hombre, de redimirlo?

 Por eso cuando leemos los capítulos dedicados a los cursillos de cristiandad (¿quién no asistió a alguno en los años del Vaticano II?) nos sentimos parte de los cursillistas, nos sentamos a su lado y cantando con ellos De colores revivimos viejas prácticas de manipulación y adoctrinamiento, de falso progresismo, de técnicas psicológicas próximas al “lavado de cerebros” que nos estremecen cuando las observamos desde lejos.

 Cuando leemos a Marsé, leemos nuestra historia personal, recordamos quiénes hemos sido.

 Estamos ante uno de los grandes de la literatura en español, como dije, un narrador que sorprende con el sólido armazón de sus novelas.

 Narrada a veces por un primo de Montse (un pariente pobre de la familia Claramunt, casi un charnego “herido por la culpa”), por el alter ego del propio Marsé, otras, y también por un narrador omnisciente, tendremos que reconocer que para bailar en esta cuerda floja de la mejor literatura hace falta ser todo un genio en el oficio y Marsé lo era.

   La oscura historia de la prima Montse no trata solamente del manido tema de chica bien se enamora de chico malote -delincuente, atractivo, ateo- sino que es sobre todo una ambiciosa novela con enormes méritos estilísticos y narrativos. Una obra que sintetiza la condición humana y captura matices vivenciales de una manera brillante.

 Marsé baja a los arrabales y sube a las “torres” burguesas de Barcelona con oído y olfato de sabueso para ofrecernos una obra inteligente a la que no le falta ni le sobra nada. Marsé es la mirada de los de abajo.

 Más allá de cualquier elogio en La oscura historia de la prima Montse nos hallamos ante una obra con mayúscula, con vocación de clásico, intensa insolente y cáustica, que perdurará en el tiempo literario, a pesar de lo que digan algunos  críticos.

 ¿Estamos ante una novela de denuncia? Veamos lo que nos dice el propio Marsé:

“…no la considero novela de denuncia, porque el personaje de Montse Claramunt, su triste peripecia vital, su intimidad más secreta y generosa, su sueño de ofrecimiento total a una causa noble, me sigue mereciendo más respeto que el supuesto afán de denuncia y de sátira que pudo animarme inicialmente”.

 Coloco el libro, tras releerlo, en el estante y la balda adecuados. Allí donde descansan los libros que me han mordido. Que me despiertan, de vez en cuando, con un puñetazo en el alma.



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