Aquellas parteras

quircep

(30/06/2016) Pocas profesiones han sido tan trascendentales para la existencia de cualquiera de nosotros, para nuestra salud física y emocional, como lo ha sido -y seguramente lo es-  la de partera, comadre o comadrona.

Quienes se acercan a la medicina antigua, tan llena de carencias y de peligros,  no dudan en afirmar que de su buen o mal hacer, cuando llegaba “la hora de la verdad” para cualquier mujer, dependía la vida tanto del nacido como de la madre.

Por ello cuando me pidieron participar en la “Antología Valladolid” que tanto éxito ha tenido en la Feria del Libro, no dudé en elegir el relato de “Quirce la partera” como parte de la misma.

 Quirce de Toledo, aquella mujer que tuvo entre sus manos a quien sería el rey más importante del mundo, Felipe II, me pareció siempre un personaje de una gran importancia histórica.

“…y escojan partera que tenga las manos delgadas, y los dedos largos que dilaten la boca de la madre mansamente con las uñas” decía Bernardo de Gordonio, allá por el siglo XIII.

 Pero bajemos de los palacios y acerquémonos a las aldeas, a los pueblos, para ver a las mujeres solicitando los servicios de vecinas o mujeres con alguna experiencia, para ser atendidas en tan importante momento.

Mi madre, que ya no se acuerda de lo que hizo ayer, recuerda con todo detalle los días de su parto y me lo cuenta una y mil veces.

-Fui donde don Julián, el médico, y le dije: “ya estoy en los días”…

-Pues vete donde Chelo, la partera…

-Pero es que no nos hablamos…

-Tú, vete y se lo dices. Si te dice que no, ya iré yo…pero tú vete y se lo dices.

Llegados a este punto, mi madre mira hacia la ventana buscando en el aire retazos de su memoria…

-¿Y qué le dijo la “señá” Chelo, madre? -le pregunto también una y mil veces aunque ya sepa la respuesta-.

-Primero protestó y cuando vio que yo me marchaba…vino corriendo a decirme “¡que sí!, ¡que sí! ¡que voy!”.

-Y, ¿qué tal lo hizo? -pregunto (al fin y al cabo yo era parte implicada en el asunto que Chelo y mi madre se traían entre manos, y nunca mejor dicho).

-Muy bien, era muy buena en el oficio.

-Menos mal -hago como que respiro aliviado-, si llega a hacerlo mal “bobito pa toa la vida”, digo remedando una frase oída en el cine, mientras espero la sonrisa cómplice de mi madre.

Sí, la primera que nos tuvo en sus manos, antes incluso que la medrosa y cinematográfica “mano que mece la cuna”, fue la partera.

 La mía y la de tantos niños que nacimos en mi pueblo, allá por los años cincuenta, fue Chelo, la “señá Chelo”, una gran profesional a la que, agradecidos, hemos dedicado una calle.

Eran tan altas las probabilidades de muerte del neonato que en las casas principales había una palangana con agua de bautismo “por si las moscas”, era lo que se llamaba bautismo de socorro o necesidad. Aunque en los pueblos, ni eso. Si las cosas venían mal dadas, nos íbamos tan inocentes para el Limbo, sin aspirar a los cielos. Que nunca estuvo bien visto que los pobres tuviesen grandes aspiraciones terrenales y menos celestiales.

Chelo, y tantas parteras recibían sus conocimientos mediante el aprendizaje práctico con otras mujeres o adquiriendo el título de “Profesora de partos” ya en el siglo XX. Tras el alumbramiento debían revisar cuerpo y cabeza.

“…la figura de la cabeza debe ser compuesta como si fuese una figura de cera: y las sienes de cada parte livianamente sean comprimidas: el colodrillo sea comprimido, si necesario fuere…”, aleccionaba el susodicho Bernardo de Gordonio.

Mientras asisto emocionado a la recreación de la comitiva del bautizo de Felipe II, que la Asociación “La Corte en Valladolid”, hace cada año en la capital de los Austrias, no dejo de pensar en Quirce de Toledo, en la responsabilidad que portaban sus manos (que no se malograse el heredero). Y de Quirce me paso a Chelo que, aunque no éramos herederos de nada, hizo tan bien su trabajo  que bien merecería ir en una comitiva organizada en mi pueblo, en agradecimiento por los felices partos a los que asistió y entre los que me encuentro.



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