Ángeles como hombres

(28/2/2013) Va de ángeles, pienso mientras leo El ángel esmeralda de Don Delillo y me estremezco con sus reflexiones hechas historias, con el desasosiego que siembran sus personajes imaginados a lo largo de cinco décadas. Que hay obras literarias que son como el “parto de los montes”, lentas en el nacer, alegóricas y catastróficas. Pobladas de desarraigos y de impotencias, de inseguridades y de pánicos.

Va de Ángeles. De esos seres de luz que poblaron nuestro imaginario infantil para, ya crecidos, arrojarlos al exilio, a ese paraíso perdido en el que viven nuestros mejores sueños.

Que no fue el ángel el que expulsó nuestra dicha de los jardines del Edén. Que fue nuestra estupidez de adultos quien lo hizo al arrojar al ángel de nuestra inocencia y quedar ya, y para siempre, desangelados.

Ángel que será siempre el espejo de nuestra identidad perdida.

Ángeles de cuerpo glorioso, frágiles y leves cual bailarinas de ballet, espectáculo al que tan aficionado era Edward Gorey, el escritor que supo unir lo macabro y lo humorístico y que de vivir hoy, de haber sido ángel, habría cumplido 88 años. Que lo dice Google.

Ángel Custodio. El ángel que acompañó y vigiló nuestra inocencia. El ángel de la guarda, dulce compañía… Luego nos crecieron los dientes del raciocinio y la maldad y nuestro ángel se metamorfoseó en Ángel Caído.

Ángel Caído, tan huérfano y tan solo. Arrojado al Tártaro para pagar su arrogancia y su soberbia, pero adoptado por todo tipo de padres. Vean: Ángelo Lao, Harold Bloom, Boris Akunin, Nalini Shing, William Hjortsberg, José Jiménez… y los del 27. Todos con su Ángel Caído. Todos.

También Amado Nervo, ángel caído, huérfano, triste, bebedor de dolores y conflictos y amado: “Amé, fui amado, el sol acarició mi faz. ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!”.

Ángel caído. Ser alado que nadie comprende cuando se precipita desde su pedestal glorioso, desde su trono y potestad para llenarse de admiradores, de incondicionales de la pluma y del cine que le escriben y ruedan convulsivamente. Que siempre la desgracia tuvo más lectores que la dicha.

Ángel Caído que se traviste de Marlene Dietrich en El ángel azul de Josef von Sternberg; o de Yvonne Sanson en El ángel Blanco- l´Angelo Bianco- de Raffaello Matarazzo; o en el doctor Sanada en El Ángel borracho –Drunken Angel- de Akira Kurosawa.

Ángel Caído de Ricardo Bellver que se encarna en la piedra y se hace fuente y duerme su derrota y su soberbia en los jardines del Buen Retiro madrileño.

El ángel como obsesión en las plumas de Kafka, Rodin, Apollinaire, Rilke, De Rimbaud… y en los pinceles de Marc Chagall, Paul Klee y Max Ernst.

Y en Walter Benjamin que transformó el Angelus Novus de Klee en El Ángel de la Historia, un laberinto de desesperación para quien espera algo del devenir de los tiempos. Ciclo inagotable de desdichas. La historia.

El ángel se hizo arte y habitó entre nosotros. Memoria y obsesión de nuestra identidad perdida.

Luego está El Ángel Malo, ángel de las tinieblas, señor de las sombras. Ángel Rubio que habita en los piélagos del mal, en los muladares de la mente, en los lodazales pútridos del corazón humano: Ángel Rubio de Auschwitz, de Argentina; Ángel de la Muerte…

Pero también El Ángel Bueno, el que anuncia la gloria, la llegada de aquel que nos redime. Ángel Bueno de Rafael Alberti que pacifica y sosiega:

Vino el que yo quería/el que yo llamaba./ No aquel que barre cielos sin defensas./ luceros sin cabañas,/ lunas sin patria, nieves.

Pero volvamos a DeLillo y su Ángel esmeralda. A Ismael Muñoz, el protagonista y extraño grafitero en el Sur del Bronx neoyorquino que pinta, en equipo, un ángel cuando muere una criatura en el vecindario.

“Ángeles azules y rosa cubrían aproximadamente la mitad del alto bloque. El nombre y la edad de cada niño iban inscritos en burbujas de cómic debajo de cada ángel, a veces con la causa de la muerte…tisis, sida, palizas, disparos desde coches en marcha, trastornos sanguíneos, sarampión, desatención general o abandono al nacer…”.

Uno de esos ángeles será un día Esmeralda, una niña abandonada, que huye de la gente y que escarba en “la maleza en busca quizá de algo que comer o que ponerse”.

Bello cuento que identifica al ángel con la infancia del hombre. Con la identidad perdida. Pero esto ya se dijo más arriba.



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