Al médico

(8/4/2009) Vamos a los médicos por cualquier fruslería, y ellos, que son muy profesionales, -¡faltaría más!- terminan por introducirnos en todo un laberinto de pruebas, analíticas y rayos -perdón, radiografías- que termina dando con aquello que no tenemos. Es una maraña bien urdida que acaba con nosotros como la mosca ante la araña. De tanto visitar la urdimbre hospitalaria por unas ligeras molestias en el metatarso terminamos diagnosticados como cancerosos. Pero eso pasa después de cierto tiempo y, mientras, nos divertimos de lo lindo yendo a la consulta como mosquitos a la miel.
-¿Dónde vais tan de mañana, pareja?
- Al médico- responden  ufanos y orgullosos los aludidos como si el destino fuera el mismísimo Benidorm.
De modo que la frase de “vamos al médico y luego nos tomamos un café” ha cambiado, en los últimos tiempos, por la de “vamos a tomar un café y de paso vemos al médico” en una inversión de roles en las que el galeno acaba siendo el visitado y no al revés.
- Hoy tiene usted muy mala cara, doctor.
- La gripe, señora, seguro que es la gripe.
Lo dicho, la visita al  facultativo se ha convertido en un deporte nacional, en una manera de hacer senderismo urbano, en unas mini-vacaciones mañaneras para tanto desocupado que no sabe qué hacer ni a donde ir. Y no me negarán ustedes que los desocupados es una especie en aumento y necesitada de protección en España.
Deseosos de terminar con tanto visitante pegajoso y ocasional los médicos optan por tirar de receta como el millonario de la Visa en un esfuerzo inútil por aparcar al enfermo imaginario durante unas semanas.
-Pero eso ya me lo recetó usted anteayer.
- No importa hijo, así tendrás de sobra que siempre es mejor que sobre que no que falte.
Con lo cual, como ustedes ya sabrán, pues es público y notorio, la casa de cada español se ha convertido en una farmacia bien surtida en la que hay de todo menos de aquello que necesitas  y que te hace ir al médico al día siguiente, ¡vaya por Dios!
Pero no importa. Al contrario. La falta del fármaco adecuado entre tanto excedente vitamínico, permitirán ir a ver a don José, que el pobre estará muy solito allá en su consulta, que mira por donde no le visito desde el otro día. Que las amistades son las amistades y el médico es ya un amigote al que se invita a jugar a la tanga si es preciso.
El doctor con la consulta hasta los topes termina por quitarse “al muerto” de encima  pasando de las recetas -que llevan mucho tiempo el hacerlas- a las pruebas de otros camaradas de oficio. Hablando en cristiano: se pasan la pelota unos a otros en un intento de aliviar la riada que se les viene encima una mañana sí y otra también.
- Tengo insensible la planta del pie y creo que son hongos, le comenta el enfermo al podólogo.
- Le voy a enviar al neurólogo para descartar otras causas, mire usted.
Y es en estos momentos cuando terminan las vacaciones médicas y comienza el vía crucis hospitalario de pruebas, radiografías y análisis hasta que dan con la causa en cuestión:
- usted lo que tiene es cáncer de pie.
- ¿Cáncer de pie? Pero ese cáncer no lo conozco, don José.
- Ya, ya, pero todo se andará…si puede… -concluye sarcástico el galeno.
A la entrada del hospital de mi ciudad hay un revoltijo de sillas metálicas de tamaño ciclópeo. Se trata de una moderna escultura de Javier Mariscal de dudoso gusto pero de intencionalidad clarísima. Es una invitación al sedentarismo, al turismo hospitalario. A la visita mañanera al doctor para matar el aburrimiento. Cantos de sirena para que los ociosos acudan a sentarse en la visita rutinaria al facultativo. “¡Los lunes al sol!” parece gritar el desordenado y destartalado mobiliario férreo. ¡Y los martes!, ¡y los miércoles!, y…
Los “ulises” urbanos no resisten sus cantos de sirena. ¿No los ven, sentados y felices? Pobres. No saben que son mosquitos adentrándose a un panal de rica miel.



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