Abrazo: manual de uso

arco

(10/07/2020) Está circulando por Internet un manual de uso sobre cómo deben darse los abrazos para cumplir con los requisitos sanitarios que exigen los tiempos del COVID.

Prohibidos los besos y el darse la mano, solo nos queda, como expresión de amor, a quienes llevamos meses de abstinencia afectiva, el abrazo. Y más ahora que llega el verano y vuelven a casa, como en Navidad, los seres más queridos.

 Y el manual de uso del abrazo es claro y conciso hasta el dolor, pues insiste (o más bien amenaza) en que ha de ser breve, con mascarilla, en silencio, con las manos lavadas, sin respirar, al aire libre y con la cabeza girada en posición opuesta al abrazado.

 Para poder cumplir con tanta exigencia, una residencia valenciana ha diseñado un “arco de los abrazos” que enfunda en plásticos y mangas desechables a quienes se abrazan.

 Pero ¿cómo cumplir tan duros requisitos cuando se trata de unos padres que llevan meses sin ver a sus hijos o de abuelos que llevan días como siglos sin acercarse a sus nietos?

 Pedir a padres y abuelos que sean cautos y distantes al acercarse a sus seres más queridos se hace tan imposible como exigir a un adolescente, enamorado hasta las cachas, ponerse un preservativo en plena refriega carnal.

 Durante la pandemia, los gurús de la salud, nos han recomendado los saludos asépticos: el way tailandés, el námaste indio, el saludo de Wuhan (codo con codo o pie con pie), la reverencia nipona, el saludo apache, el “puñito” venezolano, pero ¿qué hacer con el abrazo del español que cuando abraza es que abraza de verdad (es decir con palmadas en la espalda, caricia en la nuca, achuchón desmedido y el posterior apretón cercano al estrangulamiento)?

 Alguien resumió la vida humana en cuatro pasos: nacemos, crecemos, nos abrazamos y morimos.

Porque abrazarse es reproducirse y perpetuar la especie. Es compartir información y fortalecer lazos afectivos. Es sentirse más feliz. Es reducir la ansiedad. Es desarrollar en nuestro interior el germen de la confianza en los otros.

“Han desaparecido las huellas de una invención llamada abrazo” aseguraba hace tiempo el poeta y novelista cubano Raúl Ortega Alfonso. Eran los tiempos pre-covid en los que ya se echaba de menos el contacto físico desterrado por tanta vídeo-llamada y tanta relación virtual.

 Quizás por ello hubo que poner un día para abrazarse en el calendario, el veintiuno de enero, porque los abrazos son saludables para el cuerpo y la mente y nos ayudan a soportar mejor la “cuesta de enero” de la existencia.

  Sí. Resulta difícil llevar a cabo la represión afectiva que imponen las autoridades a quienes desean abrazarse, ¿cómo pueden darse instrucciones para el amor?, ¿cómo poner puertas al campo de los afectos?, ¿cómo hacer contratos para el abrazo?

“Si acordamos un contrato antes de besarnos, matamos el amor” asegura la escritora Catherine Millet consciente de la dificultad de imponer normas a los amantes.

 Si van ustedes a lugares de encuentro, una estación de tren, por ejemplo, observen el comportamiento de unos y de otros. Comprobarán que, sin ser especialistas en técnicas de identificación, se han convertidos en detectives del comportamiento humano, porque distinguirán, como el buen catador de vinos distingue un Ribera de un Rioja, quien de los que recibe y abraza es un abuelo o una madre… (son aquellos que a hurtadillas, mirando de reojo hacia el guarda de seguridad, abrazan como si no hubiera un mañana aunque el acto les cueste la cárcel. O la vida).

 Así somos. Seres hechos por y para el abrazo.

 Existen abrazos célebres: el abrazo de Vergara entre Espartero y Maroto, el Abrazo del Oso (abrazo con trampa, sin afecto) y el abrazo más enternecedor dado sobre un escenario: el Io t´abbraccio de la ópera Rodelinda, de Händel.

 Si ustedes quieren estremecerse hasta las lágrimas vean a dos personas abrazándose en el “arco de los abrazos” del que les hablé más arriba mientras escuchan el  Io t´abbraccio (yo te abrazo) que cantan a dúo Bertarido y Rodelinda al final del segundo acto de la ópera homónima de Händel, (animo a los lectores de este artículo a que oigan cualquiera de las versiones que circulan por internet).

 El Teatro Real, que quiso ser el primero en programar una ópera tras el confinamiento, optó por la Traviata de Verdi. Un brindis (libiamo ne´lieti calici) puede hacerse a distancia. Abrazarse, no.



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