A vueltas con la felicidad

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(10/04/2023)  “Si nadie me pregunta, lo sé, pero si me lo preguntan y quiero explicarlo, ya no lo sé”. Esta frase, que se atribuye a San Agustín cuando se refería al “tiempo”, podría también servirnos para cuando nos preguntan sobre la felicidad. ¿Qué es la felicidad?, ¿en qué consiste ser felices? Si nadie nos lo pregunta, lo sabemos, pero si nos lo preguntan y tenemos que explicarlo, ya no lo sabemos.

 En un intento de dar una respuesta científica al tema, profesores de la Universidad de Harvard iniciaron en 1938 el estudio más largo conocido -ha durado hasta el día de hoy-  para dar respuesta a la pregunta: ¿qué nos hace felices?

 El estudio, que abarca tres generaciones, 724 participantes originales y 1300 descendientes, ha sido recogido por Robert Waldinger y Marc Schulz en el libro que lleva por título Una vida feliz. Tras entrevistar a cientos de ciudadanos desde su juventud hasta su muerte, los investigadores concluyen que por encima del éxito profesional y de la salud -salud, dinero y amor, que decía la canción- lo que nos encumbra a eso que llamamos felicidad son las relaciones personales. Las buenas relaciones nos mantienen más sanos y felices, concluyen.

 Estoy seguro que, a estas alturas de la “película”, ustedes se estarán diciendo que para llegar a esta conclusión no era necesaria una investigación tan prolongada; tanto que, según se afirma en el libro, es “el estudio en profundidad longitudinal más largo que se ha hecho nunca sobre la vida humana”, o, hablando en castizo, que para este viaje no hacían falta tantas alforjas.

 Y es cierto, pero algo que es tan obvio y que tantos sabemos o creemos saber -la importancia de la familia y de los amigos en la buena vida- es bueno que nos lo recuerden de vez en cuando. Tal vez en esto radique el éxito y la importancia de dicho estudio.

 Una de las cuestiones que llaman la atención en la referida publicación  es el uso de la expresión “la buena vida” como sinónimo de felicidad, y es que la palabra felicidad no ha gozado en ocasiones del prestigio que se merece. Umberto Eco decía que la felicidad continua es el privilegio de los cretinos; y peor nos lo ponía Sam Savage en El camino del perro cuando afirmaba que la felicidad solo es posible sobre la base de algún tipo de enfermedad mental. Y puestas así las cosas, a ver quién se atreve a decir que es feliz sin pasar por tonto.

 Algo de esto debió sospechar Fernando Fernán Gómez cuando respondió  a quien le preguntó si era feliz: “¿Feliz yo? Pero, ¡por quién me toma usted!”.

 Los griegos, tan sabios ellos, distinguían, para que nadie se llamara a engaño, entre endemonia,

un estado de profundo bienestar en el que experimentas que tu vida tiene sentido y propósito, y hedonia que se refiere a la felicidad efímera, a los goces pasajeros, al hedonismo.

 Y usted y yo, querido lector, algo sabemos de esto último, de esa felicidad efímera, de esos momentos de disfrute, de esos placeres pasajeros, pero si nos hablan de profundo bienestar, de vida con sentido y propósito, eso ya es otro cantar.

 Seguramente por pudor nadie se considera feliz. Nadie en su sano juicio va diciendo por ahí “¡qué feliz soy!”. El escritor portugués Lobo Antunes llega a afirmar que la felicidad ajena no se soporta, que cuando le preguntas a cualquier luso que cómo está, suele responder “Vamos andando” -aquí decimos “vamos tirando”- para que nadie piense que está muy bien. Y en esta misma línea Epicuro, filósofo griego y partidario del hedonismo, recomendaba “si quieres ser feliz vive oculto”.

 Y es que la felicidad a más de inalcanzable es escurridiza y pocas veces la encontramos en nosotros. Ya lo dice el proverbio: “La felicidad es como el arco iris, no se ve nunca sobre la casa propia, sino solo sobre la ajena”.

 Waldinger, psiquiatra y coautor de La buena vida como les dije, propone alcanzar la felicidad desde las buenas relaciones sociales: recuperando amistades perdidas, prescindiendo del rencor y pasando más tiempo con las personas que con las pantallas.

 En uno de los bares que frecuento hay colgados, tras la barra, unos azulejos con frases más o menos ingeniosas. Una de ellos dice: “No tenemos Wifi. Hablen entre ustedes”. O sea: la recomendación de Waldinger, sobre pasar más tiempo con las personas que con las pantallas, ya pasó por la cabeza de un anónimo ceramista que nunca estudió en Harvard.

 Concluyo con otra frase de azulejo: “Hoy, como no sabía qué ponerme,…me puse feliz y me fui al bar”.



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