Exprimir los limones

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(20/07/2025) Siempre pensé que tanto deporte no podía ser tan sano como nos decían. Que más de cinco horas dándole a una bola, corriendo como posesos, sudando la gota gorda y tirándose al suelo para ganar un punto a todas luces imposible, no podía traer nada bueno. Y ahí están los datos que corroboran mis temores: pensamientos suicidas y pastillas para todo, trastornos mentales y todo un cóctel de presiones insoportables son, según los analistas, el precio que hay que pagar para estar entre la élite deportiva.

 Las competiciones se han multiplicado tanto que, en cualquier época del año nos vemos obligados a presenciar en la pantalla una final agónica. Y digo lo de “agónica” no en sentido metafórico sino literal. Finales “de infarto” como también se las conoce en las que solo tiene que haber un vencedor (aunque podrían ser perfectamente dos) y donde el empate ha de resolverse al precio que sea.  Situación que a uno le recuerda a esos combates de gladiadores que tenían que luchar hasta la muerte y donde solo podía haber un vencedor. Porque ser segundo ni contaba ni cuenta. Lo que importa es ganar, ganar o ganar.

 Dicen los entendidos que en un deporte cada vez más competitivo los jugadores, presionados por exigencias de éxito (récords, premios y reconocimientos), pasan por padecimientos psíquicos más o menos graves que pueden llevar hasta el suicidio. “Tienes el miedo de escalar y de que te pase algo, pero creo que he tenido mucho más miedo en la vida real”, son palabras de Edurne Pasaban que intentó quitarse la vida en 2006 al regreso de una expedición a los Alpes.

Según datos que circulan en la red, entre los deportistas de éxito son relativamente frecuentes las muertes por suicidio sin que haya modalidad deportiva que se salve en tan negra lista: ciclistas, baloncestistas, boxeadores, atletas, futbolistas, judokas, nadadores y representantes de cualquier otro deporte que se les venga a la cabeza, son víctimas, en algún momento de su carrera, de un éxito o un fracaso mal llevados que, en ocasiones, termina en lo peor (y perdonen el eufemismo).

 Otros no llegan a tanto, pero desarrollan adiciones de todo tipo: al alcohol, a las drogas …”es muy potente lo que se vive, no te paras a pensar si estás preparado” confiesa el jugador de waterpolo Pedro García Aguado que tuvo que soportar y superar dichas adiciones. Otros, como su compañero Jesús Rollán, no tuvieron tanto éxito.

Se habla mucho de saber gestionar tanto el éxito como el fracaso si es que se quiere salir vivo de estas competiciones al límite. “Creo que cualquier deporte individual es muy duro a nivel mental” reflexiona Rafa Muñoz, plusmarquista mundial de los 50 metros mariposa, que cayó en el consumo de alcohol, en las tentativas de suicidio y en las depresiones. Aunque otros, como el profesor mejicano Pau Luque, lanzan un órdago a la mayor y claman a los cuatro vientos que para mejorar nuestra situación cultural “habría que eliminar el Ministerio de Deportes y aniquilar el prestigio del que goza la idea de competir”.  Pero la competitividad y la prisa son lo que caracteriza a nuestra época (André Malraux se refirió al siglo XX como el siglo de los deportes) y si añadimos a ambos elementos el individualismo y la dificultad para crear lazos de solidaridad, el cóctel explosivo está servido. Y luego pasa lo que pasa.

 Cada vez son más los deportistas que a pesar de su éxito se sienten vacíos y atrapados. Acostumbrados a ser los mejores, a competir y a ganar, cuando dejan de serlo o se lesionan ¿cómo gestionar ese puñetazo que da la vida a su autoestima?

  Michael Phelps, el nadador más condecorado de la historia, admitió que tras ganar se sentía perdido y vacío y que tuvo que buscar ayuda. Y como él otros muchos.

 Trabajar la salud mental ante el estrés, la ansiedad, la incertidumbre, la derrota, la pérdida de confianza y el deterioro de la autoestima es imprescindible, dicen, y aun así se necesita una fuerza mental superior a la excelencia física que demuestran en las competiciones.

Mientras escribo acaba de terminar la final de tenis en Wimbledon. Ha ganado Jannik Sinner a Carlos Alcaraz. Y recuerdo, mientras veo el rostro del italiano, su abatimiento cuando, hace apenas un mes, perdió la final de Roland Garros ante quien ahora acaba de ganar.

 Carlos Alcaraz ha mencionado en distintas entrevistas la importancia de trabajar no solo lo físico sino también la salud mental. Y Jannik Sinner, capaz de levantarse de la dura derrota sufrida en París para ganar en Wimbledon, ha dado pruebas de esa fortaleza. Aun así, que se anden con cuidado, porque como dijo aquel directivo “para competir hay que exprimir los limones”.



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