Elogio de la gallina
(10/05/2025) Acostumbrados como estamos a las catástrofes que nos llegan un día sí y otro también -pandemias, guerras, apagones, …- malo sería que nos acostumbráramos también a aquello de “oír como quien oye llover” y no hagamos caso a quienes nos acucian a tener a mano un kit de supervivencia para cuando llegue lo peor.
El kit de supervivencia que hasta hace unos días nos parecía una broma pesada que nos lanzaban los mandatarios será algo a tener muy en cuenta, sobre todo a partir del apagón sufrido el pasado abril que ha iluminado nuestra inteligencia y apagado nuestra despreocupación lanzándonos a salir corriendo a comprar el paquete de productos imprescindibles en cualquier cataclismo: radio, generador, linterna, hornillo, legumbres y latas de sardinas.
Dicen que con ello tendremos asegurados tres días de supervivencia, aunque uno que es muy torpe no sabe para qué rayos sirven tres días si luego nos quedamos sin cobertura vital. Lo terrorífico, grita mi instinto de supervivencia, vendrá después de esa prórroga cuando se agote el kit y todos nos lancemos como ñus del Serengueti a cruzar el río Mara hacia un supermercado tan lleno de “cocodrilos” como vacío de existencias.
Por eso extraña mucho que no incluyan nuestros consejeros la compra de una gallina, ese animal que lo da todo -plumas, huevos, carne-, que come cualquier cosa y que puede salvarte para los restos, más allá de los tres días que nos conceden quienes nos desgobiernan como si fuéramos sentenciados a muerte.
Hay que sustituir aquello de “Dios te pille confesado” por lo de Dios te pille con una gallina. Sí, con una gallina ponedora y, ya puestos, sembrando en esos maceteros inútiles que acumulamos en el trastero las patatas necesarias para cuando llegue el apocalipsis que está al caer y todo se vaya al garete.
“Primo, ¡manda huevos!” le suplico en plan literal -no como la queja que hizo famosa no sé qué político- a uno de los parientes que me quedan en el pueblo. “La demanda de gallinas se ha multiplicado” me responde, mientras asegura que el precio de los huevos se ha disparado y no le quedan existencias. Así que hay que hacer todo lo posible para tener una gallina en el piso. Una gallina Turuleca que, aunque tenga las patas de alambre porque pasa mucha hambre y parezca una sardina enlatada, ponga un huevo y ponga dos y ponga diez, como nos aseguraba aquella canción de los payasos de la tele.
Todos recordamos donde estábamos cuando ocurrieron las catástrofes que han aderezado de terror nuestras vidas, pero quienes mejor recuerdo guardan de esos días nefastos son aquellos a quienes les pilló con casa en el pueblo y corral lleno de gallinas. Con esos animales tan degradados con cuyo nombre nos insultaban quienes nos tachaban de cobardes: “¡gallina! ¡que eres un gallina!”.
Hay quienes piden incluir al cerdo en el kit de supervivencia. El cerdo, otro animal sagrado para los supervivientes del hambre que en el mundo han sido. Pero hay comunidades de vecinos que no están por la labor. Dicen que huele mal. Veremos lo que piensan cuando apriete la angurria.
Como ven todo lleva a lo mismo: a tener a mano un paquete de productos, de esos que han matado la hambruna desde nuestros primeros padres hasta hace cuatro días: una manzana del árbol del bien y del mal y alguno de los animales que poblaban y pueblan el paraíso: gallinas, conejos cerdos… Sin olvidarnos del gallo que además de alegrar a las pitas que zanganeen por nuestro piso podrá darnos la hora cuando nuestros móviles se queden colgados al fundirse los plomos.
Cuando mi madre me mandaba llevar un gallo al maestro como regalo de Navidad -se lo relaté en un artículo anterior-, sabía muy bien lo que hacía. Le estaba mandando un kit de supervivencia, aunque no usara ni supiera la existencia de esa palabra. Aquellas madres de la posguerra eran expertas, sin saberlo, en kits de supervivencia.
Ahora que se nos ha muerto Vargas Llosa que escribió el Elogio de la madrastra bueno sería que tomáramos la pluma y, agradecidos, escribiéramos un “elogio de la gallina” ese animal que da tanto y pide tan poco. Nos va en ello la supervivencia y también la resiliencia, esa capacidad para adaptarse a situaciones traumáticas como la que se avecina.
Dice el escritor Pérez-Reverte desde la Feria del Libro de Buenos Aires que tiene la fortuna intelectual de ver cómo se acaba un mundo. Y es cierto. Pero mejor acabar, señor Reverte, con una gallina al lado. Un artículo esencial en nuestro kit que hará más soportables los últimos días.