Presentar un libro
Decir que presentar un libro es, para cualquier autor, una experiencia inolvidable cargada de emociones agradables es, seguramente, una obviedad. Pero lo es y mucho. Verse rodeado de familiares, amigos y conocidos -esa gente que uno quiere y que piensa que, a su vez, le quiere- te eleva en una nube de autoestima y satisfacción (no tanto de vanidad, al menos en mi caso), mientras piensas: este momento hay que vivirlo a tope que ya llegará el mañana con sus mezquindades, trabajos y zancadillas.
- Luis, te hemos puesto como hora de presentación el lunes a las once de la mañana- me asesoran desde el ayuntamiento los organizadores de la 44 Feria del Libro, días antes del evento.
- Imposible -les digo- a esa hora no puede asistir prácticamente nadie. Todos, o casi todos, estamos trabajando. La tarde sería el momento ideal para que pueda asistir “mi gente” a la presentación.
Tras una pausa que se me hace más larga que una sentencia judicial, me informan que sólo hay un espacio libre en el horario que deseo, el 29 a las seis de la tarde.
- Correcto –les digo-. Me parece un buen momento.
- Pero hay un problema – me corta la organizadora – a esa hora no habrá periodistas, mientras que a las once de la mañana del lunes 2 de Mayo, sí los habría. Elige.
- No hay problema -le respondo- prefiero, puestos a elegir, verme rodeado de mis amigos.
Y presenté el libro, como les dije. Y, como era de esperar y como me habían avisado, aunque hubo mucho público no hubo periodistas que recogieran el evento. Algo, por lo demás, a lo que los escritores locales estamos acostumbrados. Eclipsados por el fogonazo mediático de los grandes autores que acuden a la Feria, los escritores con minúscula, quienes no hemos hecho de la escritura oficio con el que comer, aquellos que compaginamos un trabajo cualquiera con esporádicas publicaciones, los que despectivamente alguien moteja como “escritores de fin de semana”…no existimos para la prensa local.
Gracias al exceso de generosidad que caracteriza a mis amigos, firmé un buen número de ejemplares mientras Javier Reverte a las ocho de la tarde abría con su pregón la 44 Feria del Libro. Reverte, un gran espada de la literatura, rodeado de periodistas cual moscas alrededor de “un panal de rica miel”.
Levanté la cabeza, mientras firmaba ejemplares de mis libros, extrañado de ver un Reverte rodeado de tanto micrófono, de tanta grabadora. ¡¡ Qué suerte!! -me dije- mañana la prensa le dedicará toda una página en su sección de cultura.
Más tarde supe, que cuando el escritor con mayúsculas quedó libre del acoso de la prensa, extrañado al ver en el puesto del ayuntamiento a tanta gente esperando la dedicatoria, preguntó: ¿quién es el autor que está firmando en esa caseta?
Desconozco la respuesta que le daría el cuestionado, pero yo le hubiera respondido sin dudarlo:
-Querido Javier, se trata de un humilde escritor local.
Terminé la tarde recibiendo a un grupo de alumnas del colegio Amor de Dios que querían entrevistarme. Elena Marcos, su profesora, está dirigiendo, en dicho centro, un trabajo para un concurso internacional de páginas Web, promovido por Educared, teniendo como referente mi libro “Valladolid: la huella francesa. Rutas para el diálogo”.
Correctas, educadas, inteligentes y sensibles, las muchachas me hicieron una entrevista inolvidable.
Y como Dios aprieta, pero no ahoga, me entero mientras cierro este artículo que una revista tan prestigiosa como ALKAID ha dado la noticia de la presentación de mi libro a sus lectores.
Con esto me basta.