Escuchar: Un verbo en desuso

(7/3/2008) En tiempos de debates y tertulias, como en los que nos hallamos inmersos debido a la cercanía de las elecciones generales, bueno sería recapacitar sobre los modos, las formas y los contenidos con los que se llevan a cabo dichas porfías verbales.
Uno de los aspectos que más sorprenden, a poco que nos acerquemos a los distintos programas de radio o de televisión, es la escasa capacidad para la escucha que tienen los distintos voceros que quieren condicionar nuestros pensamientos y nuestros actos  – voto incluido- .
Da la sensación de que todos hablan y nadie escucha pues casi nadie enlaza su discurso con el de su oponente para reafirmarlo o rebatirlo. Parece -y de ello algo sabrán los que asesoran a los púgiles de estos debates- que el otorgar siquiera un mínimo de atención al planteamiento o pensamiento del adversario ideológico fuera ya admitir, de alguna manera, la importancia de su mensaje, por lo que hacen caso omiso a su planteamiento y se dedican a exponer el suyo. Se convierten tales debates en monólogos paralelos en los que nadie está dispuesto a dar el “brazo a torcer” ni a admitir ningún tipo de razón en su oponente. Sobre todo cuando media una ideología política.
Pero si mal dialogan los tertulianos de las distintas tribunas de opinión con intereses partidistas obvios, qué decir del hombre corriente de la calle. Pues si somos sinceros tendremos que reconocer que los ciudadanos de a pie no mejoramos a los arriba aludidos en lo que a capacidad de escucha se refiere. Me atrevería a decir, incluso, que empeoramos los resultados.
Miradas ausentes, introducción de experiencias propias cuando alguien está exponiendo de forma apasionante la suya, interrupciones súbitas rompiendo la línea del discurso, movimientos sutiles de alejamiento por la prisa, miradas furtivas al reloj …son, entre otras,  manifestaciones palpables de ese “diálogo de sordos” con el que empiezan y terminan muchas conversaciones.
Escuchar viene del latín “auscultare” -auscultar- y debería consistir precisamente en eso: aplicar el oído, cual médico, para captar los latidos de verdad o de farsa que hay en toda comunicación interpersonal. Se trata, por consiguiente, de un sensato discernimiento sobre lo que se oye, alejado siempre de la obsesión por defender el propio punto de vista, el ensimismamiento en la propia postura o  la obcecación en el propio criterio.
Escuchar significa tener una actitud receptiva al mensaje de nuestro oponente e implica un esfuerzo por comprender su razonamiento de una manera abierta y sin prejuicios  para pasarlo por el propio filtro intelectual y hacer más asequible la verdad.
Se escucha cuando asimilamos lo que de positivo hay en el mensaje del otro, que enriquece nuestra experiencia y nuestra ciencia. Cribando lo que el otro aporta a nuestras ideas, distinguiendo lo fundamental de lo accesorio, lo profundo de lo superficial, lo trascendente de lo trivial, lo perdurable de lo anecdótico. Se escucha desde la actividad mental de quien está dispuesto a aprender.
Pero tenemos que reconocer que se escucha mal o no se escucha. Se oye al otro, sí, incluso se le sigue con la mirada, pero no se le está escuchando.
Las personas que saben escuchar se preocupan por los problemas de los demás en vez de descargar los propios conflictos como si el universo se abriera y cerrara en ellos mismos. Se interesan por sus logros (¡quién no los tiene!), por sus éxitos, por sus fracasos, por su salud, por su vida…sin apresurarse a exponer los gozos o los dolores propios.
Otra cosa ¡ay! es encontrar momentos para la escucha. Las prisas que impregna nuestro mundo son malas consejeras y condicionan el sosiego necesario que toda comunicación debe tener. ¡Qué pocas personas generosas en tiempo van quedando! Mal asunto cuando tras el saludo precipitado se mira al reloj y se lanza un “perdona pero tengo prisa”…¡Y pasa tan a menudo!
Keith Davis, profesor emérito de la Universidad de Arizona, autor y editor de reconocidos libros sobre Administración, indica que para que se dé una Buena Escucha deben cumplirse las siguientes reglas:
1. Deje de hablar. Usted no puede escuchar si está hablando.
2. Hacer que el que habla se sienta cómodo. Ayúdelo a sentirse que es libre de hablar.
3. Demuéstrele que desea escucharlo. Parezca y actúe como si estuviera sinceramente interesado.
4. Elimine y evite las distracciones. No se distraiga jugando con pedazos de papel, escribiendo, etc.
5. Trate de ser empático con el otro. Intente ponerse en su lugar, comprender su punto de vista.
6. Sea paciente. Dedíquele el tiempo necesario, no interrumpa.
7. Mantenga la calma y su buen humor. Una persona colérica toma el peor sentido de las palabras.
8. Evite discusiones y críticas, sea prudente con sus argumentos.
9. Haga preguntas. Esto estimula al otro y muestra que usted está escuchándolo.
10. Pare de hablar. Esto es lo primero y lo último. Todas las otras reglas dependen de esto. Usted no puede ser un buen escucha mientras esté hablando.



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