El Escorial Vallisoletano

(10/4/2010) Ahora que tan de moda está viajar a cualquier parte para conocer otros lugares -menos el propio, que siempre se deja para cuando la jubilación- les propongo un viaje distinto y no distante (al revés de lo que solemos hacer: viajes distantes para ver lo mismo). Un viaje en el tiempo.

Entrar en el edificio que albergó el antiguo Monasterio de Nuestra Señora de Prado en la ciudad de Valladolid -hoy sede de la Consejería de Cultura y Turismo y de la Consejería de Educación- es como entrar en una de esas máquinas del tiempo que vemos en las películas y que nos retrotraen, con solo pulsar un botón, a otras épocas.
El edificio que hoy alberga parte de la administración autonómica fue desde sus inicios (allá por la mitad del siglo XV) un monasterio jerónimo para servir después, tras la invasión napoleónica, como hospital para heridos de guerra. Tras un breve paréntesis entre 1815 y 1820, años en los que recobra su actividad monacal, será habilitado como Prisión Militar desde 1851 hasta 1899, para terminar (¿terminar?) albergando un Hospital Psiquiátrico hasta 1977 y unas consejerías después.
Convento-hospital-presidio-psiquiátrico-consejería… Y lo que te rondaré morena, que diría un castizo.
Como ven todo un libro de historia sobre las instituciones y sus espacios. Todo un tratado filosófico sobre la futilidad de la vida y la inutilidad de los empeños que siempre creemos definitivos. Todo un panóptico del tiempo.
Pero no les voy a hablar del patronazgo que hicieron sobre él los Reyes Católicos, ni de la más que probable estancia de Colón para exponer sus intenciones descubridoras a Hernando de Talavera, confesor de la reina Isabel, y que hace que a Nuestra Señora de Prado se la conozca como Virgen del Descubrimiento. No. Hoy quiero hablarles de sus claustros y otras características del edificio.
En uno de sus claustros -tiene tres a cual más bellos- , el de Bulas, que inició su construcción en 1627 bajo la dirección de Francisco de Praves, destacan en sus paredes un reloj de Sol y otro de Luna, lo que hace que sea conocido por muchos como Claustro del Tiempo. Este reloj de Luna es uno de los pocos ejemplares que existen en el mundo por lo que su contemplación bien merece una visita.
La semejanza que el edificio tiene con El Escorial ha hecho que se le llame “El Escorial Vallisoletano” pues como aquél tiene además de impresionantes claustros, torreones y ventanas en serie.
Sobre las ventanas en cuestión hay un aserto que viene de muy antiguo y que concluye con que el edificio tiene tantas ventanas como días tiene el año. Afirmación que recogió Gonzalo García-Valladolid en su obra “Valladolid: sus recuerdos y sus grandezas”.
Como ven todo nos lleva a un edificio que ha matrimoniado con el tiempo como ningún otro. Que ha sabido resucitar cuando todos le daban por muerto.
Por ello le dediqué un poema en mi libro “Valladolid…¡si yo te contara!” que hace referencia a esa cifra mágica de sus 365 ventanas. Con su permiso.

La tradición que es muy sabia
dice que el Gran Monasterio
tiene “un año” de ventanas
y es muy antiguo dicho aserto.

Trescientas sesenta y cinco ventanas
hay en El Prado
tantas como días
lucen el año.

Trescientos sesenta y cinco
soles que rompen lo fosco,
relojes del tiempo oscuro
de monjes, presos y locos.

Trescientas sesenta y cinco
esperanzas de ver claro
de asomarse desde el muro
a las ventanas del año.

Monasterio del Prado
lugar de encierro,
capricho de una reina,
panóptico del tiempo.



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