Elogio de lo inútil
(20/02/2025) Siempre hemos sabido que estamos rodeados de cosas inútiles, de objetos que antes o después acabarán en el contenedor de la basura. Pero lo que no sospechábamos era que entre los objetos inútiles estuvieran también los amigos.
Después del bombardeo navideño de felicidad, después de esa borrachera de amor que nos damos los unos a los otros y en la que hemos cantado hasta desgañitarnos aquello de “los amigos así, como tú, como yo, de toda la vida”, pues resulta que llega un aguafiestas disfrazado de académico de Harvard para sorprendernos con que “una de las claves para ser feliz en la vida es tener amigos inútiles”. Como lo leen. Arthur Brooks, destacado científico social, académico de Harvard y, para más inri, autor de libros como Build the Life You Want: The Art and Science of Getting Happier (Construye la vida que deseas, el arte y la ciencia de ser más feliz), aseguró sin sonrojarse que para llegar a la felicidad hay que tener amigos “de verdad” y que estos amigos de verdad deben ser “inútiles”. No es de extrañar que Arthur Brooks, el llamado “gurú de la felicidad”, ante las carcajadas del público tuviera que explicarse ante tamaña soflama: los “amigos inútiles” no son lo que pensamos, dijo, sino aquellos con los que no se tiene el propósito de sacar beneficio personal alguno, mientras que los “amigos útiles” son los que se mantienen para sacar algún provecho en cualquier momento. O sea, lo que hemos dicho usted y yo toda la vida sin ser docentes en Harvard: aquello de “por el interés te quiero, Andrés”. Sí, eso que hemos mascullado con ese amigo que se acuerda de nosotros justo cuando necesita algo y hasta luego Lucas. O con el que cuando se acuerda de llamarte por teléfono lo primero que le preguntas es “¡¿qué quieres?!”.
Ambrose Bierce en su famoso Diccionario del diablo insiste en lo mismo cuando define la voz “amistad” de la siguiente manera: “Amistad: una embarcación en la que pueden viajar dos cuando hay buen tiempo, pero con capacidad solamente para uno cuando hay tormenta”.
Las mejores amistades son por consiguiente las superficiales, esas que se mantienen sin saber muy bien por qué. Esas a las que no tienes que decir “me estás utilizando” porque para ellas eres un perfecto inútil, alguien de quien no se espera recibir nada porque lo único que puede darte son los buenos días. Y viceversa.
La amistad es casi siempre un malentendido y reflexiones como las de Brooks le ayudan a uno a entenderla cada vez menos y a llegar a la conclusión a la que llegó Oscar Wilde cuando lanzó aquello de “la amistad es mucho más trágica que el amor … dura más”.
Por eso, uno siempre se ha refugiado en los libros buscando la comprensión de lo incomprensible, la utilidad de lo inútil. La llegada del “Tsundoku” ese fenómeno que consiste en acumular libros que no leeremos, está logrando que la inutilidad de los libros cotice en bolsa. Nuestro mejor amigo, el libro, lo será cada vez más gracias a su inutilidad. Como los buenos amigos, que dice Arthur.
El editor y coleccionista de libros estadounidense Edward Newton asegura al respecto: “Incluso cuando la lectura es imposible, la presencia de libros adquiridos produce tal éxtasis que anima a la compra de más libros, … apreciamos los libros incluso si no son leídos, su mera presencia emana confort, su fácil acceso, tranquilidad”.
Estamos, como ven, ante una exaltación de la inutilidad donde la felicidad habrá que buscarla en un trastero rodeado de amigos y de libros inútiles, tomando una cerveza que tendrá que ser, también, inútil. Porque la inutilidad, lejos de ser una nadería, será cada vez más una mirada lúcida que nos reconciliará con el mundo, tan imperfecto él. Porque la cada vez más atronadora inutilidad de todo hace que lo inútil se convierta en un destino. Surgimos del azar y nos disolvemos en la inutilidad como bombas de espuma.
Un maestro en el arte del “Tsundoku” fue Umberto Eco que tenía unos 30.000 libros y, entre ellos, muchos que nunca leyó. Como lo es, aunque a otro nivel, quien compra libros a peso para colocarlos en estanterías de diseño para presumir ante las visitas. Y ¿qué decir del cantante Roberto Carlos que sigue queriendo tener un millón de amigos? Pues que eso es harto complicado, aun sumando los útiles y los inútiles.
“Uno es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos. Uno es una suma mermada por infinitas restas” dijo en su día el escritor, traductor y diplomático mexicano Sergio Pitol.
Solo habría que añadir que uno es también los libros que acumula y no lee y sus amigos inútiles.