Y vuelven a beber

Villancic

(30/12/2025) Los viejos roqueros nunca mueren, pero sufren de artritis. La confesión de Keith Richards sobre que no puede comprometerse con “un proyecto que exige un gran despliegue de energía” ha resuelto lo obvio: el genio de los Rolling Stones ha utilizado un eufemismo para confesar que padece artritis.

 Como a los roqueros, a los viejos villancicos les pasa lo mismo. No mueren, aunque pasen los años, pero sus letras son sometidas a juicio público cada cierto tiempo para comprobar que no encajan a nuestra racionalidad campante y aún menos a eso que hemos dado en llamar lo “políticamente correcto”.

 Hay catedráticos de lo inútil que cada Navidad se dedican a desentrañar hasta la médula la letra de los villancicos, para demostrar lo que todos sabemos: que sus letras -al menos las de algunos- resultan un completo disparate.  Y entonces cual cirujanos en racha toman su bisturí y se dedican a diseccionar la letra de esos entrañables villancicos que cantamos desde chicos simplemente porque es Navidad. Y descubren, ¡oh dioses! que sus letras son rocambolescas, que algunas de ellas no tienen sentido, que otras son confusas, etc. Y como los nuevos tiempos ya no son nada sin la inteligencia artificial, esos doctores en racionalidad y corrección política le han preguntado a la IA si lo del “burrito sabanero que va camino de Belén” se adapta o no a la realidad histórica del momento. Y claro el ChatGPT les responde que no. Que “es una idea completamente impracticable” que “las barreras temporales que separan Venezuela -lugar de nacimiento del borrico- de Belén hacen imposible el viaje” que “sería una aventura muy compleja y casi imposible” y otras zarandajas. Y como los de la corrección política siempre están asomando el hocico tras la puerta de las redes sociales y el Chat lo sabe, concluye que el viaje del burrito “sería inviable en términos de bienestar animal”. O sea que el maltrato animal estaría fomentado muy sucintamente en la letra del “encantador” villancico venezolano que nos regaló el músico Hugo Blanco en 1972 y que popularizó el club infantil venezolano La Rondallita.

 También le han preguntado al Chat los sesudos analistas de los villancicos sobre si es posible que los peces en el río beban y beban y vuelvan a beber, tal como dice el popular villancico de estas tierras.  Y la IA que todo lo sabe, rotunda y esclarecedora, responde con otra perogrullada: “los peces técnicamente no beben agua porque ya tienen bastante entrando en sus cuerpos” o en términos más científicos por si alguien duda: que los pececillos no beben porque “absorben el agua a través de sus branquias y piel mediante ósmosis”. Y así podríamos seguir.

 Y es que los villancicos, señores Académicos de la Lengua “Villancinesca”, solo se pueden entender desde lo emocional, desde la tradición, desde los sentimientos, desde el corazón. Y el corazón como es público y notorio -y se sabe desde antiguo- tiene razones que la razón no entiende. Y que un villancico es como una corazonada en el alma de la Navidad y que lo de “Navidad, blanca Navidad” no nos está diciendo que sea blanca porque nieve en todo el mundo sino porque es una posibilidad climática que se daba en esa parte del mundo donde nacieron los villancicos.

 Épocas hubo -ya les he dicho que las “tesis doctorales” sobre las letras de los villancicos vienen de lejos- en lo que se llegó a prohibir un villancico por violencia de género. Creo que se trataba del villancico “Canta, ríe, bebe”, que llegó a ser tachado de fomentar la violencia machista y las borracheras. Meterle los dedos de la racionalidad a una canción que no es más que una broma -broma pesada, pero broma- es tan desacertado como culpar al “beben y beben y vuelven a beber” de los peces de fomentar el alcoholismo.

 Y una pregunta que me hago un año sí y otro también cuando canto aquello de “yo me remendaba, yo me remendé, yo me hice un remiendo, yo me lo quité”, ¿entenderán nuestros hijos y nietos lo que era un remiendo? ¿o tendrán que ir al Diccionario de Autoridades para saberlo?

 Gracias a los villancicos, algunas viejas palabras nunca mueren. Ahí tienen la susodicha “remendar”, pero qué me dicen de buey, mula, pesebre. Pregunten, pregunten a cualquiera que tengan menos de sesenta años. Verán cómo echan mano del móvil para salir del aprieto.

 Pero si ustedes cantan aquello de “entre un buey y una mula Dios ha nacido y en un pobre pesebre le han recogido”, comprobarán que todos lo entienden. Es un mecanismo ancestral de la memoria que viene de lejos, de cuando nuestros antepasados vociferaban los villancicos. Por eso, señores lingüistas de lo inútil, dejen en paz a los villancicos. Son irracionales e imposibles. Como la vida.



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