Y vio que era malo
(20/09/2025) “Si te haces de miel, te comerán las moscas” asegura un viejo refrán que intenta prevenir sobre los peligros a los que lleva ser buena persona. Pero no todos acceden a la sabiduría del refranero ni escuchan a los viejos que tanto saben. Luego lamentan lo que les pasa. Como la joven que le donó un riñón a su novio para que, al mes, este la dejara para casarse con otra. Con la enfermera del hospital para más inri.
“Mis amigos y mi familia me decían que lo pensara muy bien (donar el riñón), ya que era una situación bastante delicada. ¿Pero cómo no hacerlo si se suponía que él era el amor de mi vida? Obviamente yo acepté” se lamenta la muchacha que se quedó sin boda y sin riñón. Un acto de amor que se convirtió en un calvario para ella.
“Hay que ser bueno, pero no tanto” que nos decían las madres antes de que se impusiera aquello de “todo el mundo es bueno”. “Eso te pasa por bueno” nos repetía padre cuando le llorábamos nuestro desencanto al descubrir que el mundo no comprendía nuestras misericordias.
Velar por el bien de los demás, incluso cuando está en contra del propio, que eso es lo que significa “altruismo”, puede llevarte a desengaños que te cuestan un ojo de la cara. O un riñón como a la aludida donante.
Cuenta Dostoyevski lo difícil que le resultó escribir una novela sobre un personaje eminentemente bueno. Tras darle vueltas y vueltas, tras buscar y buscar, el título que eligió para su obra lo dice ya todo, El idiota.
Con estos mimbres solo nos queda constatar lo obvio: que la bondad siempre tuvo una reputación aburrida, insulsa y pusilánime y que a nada que te descuides se confunde con la simpleza, con la ingenuidad y con la debilidad. El “buenismo” ni tuvo ni tiene buena prensa y por no cotizar no cotiza ni en las relaciones de pareja donde los “malotes” llevan las de ganar mojándoles la oreja a los “pagafantas” que siempre fueron unos benditos. Tampoco cotiza entre los escritores que, si son buenos, es porque son malditos y escatológicos para escándalo de quienes los leen y admiran.
¡Buenos sí, ingenuos no!, grita el sentido común a quien quiera oírlo y, de paso, evitar lamentos, porque negar la realidad, evitar la confrontación y la corrección de errores, buscar la concordia y la fraternidad, es como querer tapar el sol con un dedo para no quemarse. Al final te quemas. ¡Vaya si te quemas!
El “buenismo” es la losa que uno lleva en el alma y por más que lo intente solo llegará a escribir artículos como este lleno de moralina: esa moral añeja que uno soporta como costra pegada en la piel. Nada que ver con escritores de verdad como Martin Amis, el inglés al que no le duelen prendas ni le aflora el rubor cuando tiene que escribir sobre abuelas que seducen a los amigos de sus nietos y otras lindezas por el estilo, con personajes que escandalizan a los “british” tan metidos como están en la vieja moral del imperio. O como Patricia Highsmith que ajena al “buenismo”, nos cuenta un secreto a voces: algunas muertes nos complacen. Pero uno ya no tiene edad para escatologías literarias, ni para bajar a los abismos donde crecen nuevas formas de belleza. Uno ya no está en la edad y es bueno saberlo. “Conócete a ti mismo”. No hagas locuras. Visita el hollado campo de los mediocres. In medium, virtus. Y así.
La bonhomía y el buen rollito nos persiguen a los buenos que siempre quisimos ser malos para meterles el dedo en el ojo a los canallas.
Cuando Dios creó el mundo vio que era bueno, pero ¿qué diría ahora?, se preguntaba el dramaturgo George Bernard Shaw. Seguramente diría que sí, que es bueno, pero que está lleno de atolondrados e irresponsables que votan a los malos y luego se quejan.
“A mí solo me erotiza la buena gente” aseguró Gloria Fuertes, pero ella nunca dejó de ser un personaje tierno y “malote” con poética voz de camionero que fue al metro decidida a matarse y en vez de tirarse al tren se tiró a la taquillera, según confesó. Y Miguel de Cervantes que escribió en su Quijote aquello de “al buen hacer no le falta premio” tuvo que pasar cinco años cautivo en Argel y algún mes preso en Sevilla para comprobar que su aserto era cuanto menos cuestionable.
Los malos heredarán la Tierra. Dense una vuelta por ambos hemisferios y comprueben si es cierto o no lo que escribo. Desde la tundra siberiana a los glaciares de la Patagonia, desde Levante a Poniente, nuestro mundo está en manos de herederos engañabobos que se parecen demasiado al novio de la donante. Y todos estamos dispuestos a entregarles un ojo de la cara. O un riñón.