Y Ricardo Senabre se fue con Borges
(1/3/2015) Todo escritor tiene una fantasía, un sueño, una esperanza latente: que su libro caiga en manos de un crítico literario solvente y que lo lea, lo enjuicie y lo valore como se merece.
Como tantos autores yo también he soñado y sueño lo mismo cada día. Que mi novela “Punto de mira” acapare el interés de alguno de los rigurosos críticos que atienden y trabajan en las distintas revistas literarias.
De entre ellos siempre admiré a Ricardo Senabre, crítico de la revista El Cultural, y entre mis deseos más persistentes siempre estuvo el de encontrarme un día con su juicio sobre mi obra.
Pero ya no puede ser. Ricardo Senabre nos dejó el pasado cinco de febrero y va a ser difícil acostumbrarse a su ausencia, a la ausencia de sus críticas sabias, minuciosas, a veces ácidas y siempre sinceras.
Uno, que es escritor primerizo en lo que a narrativa se refiere desearía más que nada en el mundo que su libro cayese en manos de críticos de esa talla para hacerse una idea cabal del nivel literario de la obra -si es que tiene alguno-. Esa obra que ve volar de mano en mano pero de la que desconoce los méritos o deméritos que contiene.
Y muerto Senabre uno sigue soñando -que el soñar es libre y gratuito, de momento- con otros grandes críticos como Fernando Aramburu, Ignacio Echevarría, Santos Sanz Villanueva, Ernesto Calabuig, Rafael Narbona, etc. etc.
Porque de los amigos y conocidos que leen tu libro no te puedes fiar. Su “me ha gustado” es tan frío, escueto y acrítico que no se mantiene como juicio imparcial y no sirve ni para alimentar vanidades estériles. Y luego están los parientes más o menos lejanos, que guardan un silencio sepulcral y ni tocan el tema cuando te ven como si manifestar opinión alguna -supongo que negativa- pudiera acarrearles la expulsión del clan familiar, y si lo tocan -el tema, me refiero- es para decirte, tras meses de espera, un “aún no lo he leído” en tono acobardado y con palabras acuchilladas y delgadas de puro tímidas. Ya lo decía Ricardo Senabre cuando se preguntaba en una crítica reciente sobre la obra de Rafael Azcona “¿son de alguna utilidad los cuñados?”.
Pues soñaba yo como les dije -que puestos a soñar hay que soñar alto- que Ricardo Senabre, nada más y nada menos, criticaba mi obra, incluyendo las erratas, los defectos de construcción y los errores lingüísticos que de seguro contiene y que él, insobornable y justiciero, tras cazarlos al vuelo los exponía, de forma razonada e instructiva, a la luz pública.
Como lo hizo con Gustavo Martín Garzo en un artículo sobre su novela “Donde no estás” afirmando que “el tono realista y descriptivo del relato…habría tenido más fuerza despojado de adherencias” y que el relato tiene “multitud de detalles…que podrían haberse omitido en beneficio de una narración más rectilínea”. Como ven Ricardo Senabre era, en sus críticas, independiente y puntilloso hasta el extremo, fuera quien fuera el autor del libro que juzgaba. Porque Gustavo Martín Garzo ya está en el Olimpo de los escritores consagrados y es difícil, pero que muy difícil, poner un “pero” a su sólida carrera literaria.
Dice Luis María Ansón en El Cultural, que Ricardo Senabre admiraba a Jorge Luis Borges porque en “Hombre de la esquina rosada” había escrito “la mejor prosa castellana del siglo XX”.
Por eso, uno que es un sentimental, deseoso de homenajear a ambos (Borges y Senabre), ha acudido raudo a la Biblioteca Pública de la ciudad donde lee y escribe, para buscar la obra del ciego argentino: “Hombre de la esquina rosada”. Y tras leerla, lenta y minuciosamente, como quien paladea un buen vino, ha llegado a la conclusión que Senabre tenía razón.
El cuento figura en todas las antologías del género y es una excelente pintura costumbrista hecha a base de trazos perfectos y definitivos. Una obra maestra.
No tenía mal gusto Ricardo Senabre. No.
En homenaje al crítico que falleció hace unos días permítanme invitarles a leer el cuento borgiano que tan bien refleja en “lenguaje orillero” -lenguaje arrabalero del Buenos Aires profundo- el alma humana y del que se han hecho desde películas hasta obras de música y teatro: “Hombre de la esquina rosada”.
Y cuando lo lean, levanten el libro que lo incluye y como hacemos con un buen vino, piensen en Ricardo Senabre y en Borges, y brinden conmigo: Va por ustedes, maestros.