…Y próspero año lector
(10/1/2015) Los últimos supervivientes de la fiesta navideña caminamos ojerosos, ajenos y meditabundos por calles y avenidas cual zombis que hubiésemos despertado en un cementerio extraterrestre.
Envueltos en el traje gris de la niebla deambulamos hacia ninguna parte huyendo del insoportable peso de la felicidad que nos desearon tantos y de la previsible gripe que se escondía tras el turrón.
Cuando me acerco a casa, cansado de caminar entre sonámbulos, un amigo me anuncia, para mi contento, que un zamorano ha ganado el Premio Nadal de literatura.
Me dice “un zamorano” como si sólo el gentilicio fuera motivo suficiente para satisfacer mis hambres literario-informativas en una mañana tan gris.
Saben bien mis amigos que ni soy localista ni me dejo vencer por la nostalgia del terruño, pero me han oído hablar, más de una vez, sobre la riqueza humana que esconde esa provincia olvidada por todos los poderes -locales, comarcales, autonómicos, nacionales y comunitarios- y que acumula en su añeja historia un importante currículum de agravios y abandonos.
-En esta provincia, en cualquiera de sus pueblos, das una patada a una piedra y te encuentras un poema escrito por un labrador, un pastor o un cabrero- me dijo hace tiempo alguien, sorprendido por la añeja sabiduría que mostraban sus gentes.
Y subrayo “hace tiempo” porque aquella casta de hombres sabios que sorprendían al visitante con un poema de Gabriel y Galán, con los versos de Zorrilla o con un poema de elaboración propia, han desaparecido al ritmo raudo e implacable que marcó y marca la despoblación de los pueblos.
Por eso cuando algún zamorano sale del anonimato para alcanzar las cotas de los grandes premios literarios, pienso en mi padre, labrador nacido en aquella provincia. Y le pienso y le imagino escribiendo en la cajetilla de tabaco, con lápiz de carpintero, los poemas que le sugerían el campo, los amores, la vida… Poemas como este:
¿Qué es la vida sin amor?
¿qué es la vida sin quimera?
Un cadáver de dolor
Que camina por la tierra
…….
que aunque me mate el dolor
por estas manías mías
yo te pido, vida mía
que no me guardes rencor.
Mi padre, en su inteligencia campesina, sabía que era uno de los últimos en empuñar la mancera del arado para escribir, en el terruño ocre y sediento, las líneas-surcos que nos alejaban del hambre.
Sabía que su hijo, como los hijos de aquellos labradores amigos, desertaría del arado para sumergirse en las fauces de la industria y el desarrollismo, allá en la ciudad. Lo sabía.
-En esta ciudad éramos tantos lo que trabajábamos en actividades socio-culturales que todos nos conocían como “el club de los zamoranos”- me dijo, también hace tiempo, un escritor amigo llegado desde la ciudad de doña Urraca a la villa del Esgueva.
Siempre me sorprendió la pasión que sentían por el libro muchos de aquellos hombres a los que traté en mi infancia y que, como mi padre, sembraron en sus hijos un amor hacia la lectura desconocido en los tiempos que corren.
Según el Centro de Investigaciones Sociológicas, en noticia difundida por los diarios nacionales, uno de cada tres españoles no lee nunca o casi nunca un libro.
Y no leer un libro, no acariciar su piel sedosa y vegetal, es perderse una forma de felicidad, que diría Borges; es, en palabras de la Santa de Ávila, Teresa de Jesús, no tener contento porque “si no tenía libro nuevo no me parece tenía contento”.
Ese contento que tantos de nosotros vimos reflejado en el rostro de nuestros padres y maestros allá en la infancia cuando acariciaban un libro, nos hizo lectores.
Por eso cuando dan un premio literario a un zamorano, uno piensa que se hace justicia también a esos ancestros de la vieja provincia que leían contentos al amor de la lumbre o que, analfabetos a la fuerza, suplicaban que otros les leyesen novelas prestadas, sobadas por mil manos.
Mi madre nonagenaria, zamorana y de pueblo, me lo repite cuando me ve leer:
-Tu abuela me decía por las noches que le leyera novelas. Ella se colocaba tras de mí y, al amor de la lumbre y entre pucheros, escuchaba los lejanos ecos de otras vidas.
Leer o que te lean es, en frase de Jorge Eslava, “un arma de resistencia ante la animalidad”. Lo sabía muy bien mi abuela y lo sabían muy bien mis padres, nacidos y crecidos en un pequeño pueblo de Zamora.
Enhorabuena al zamorano José C. Vales por tan prestigioso premio.
Feliz Nadal…y próspero año lector a todos.