Villa del Piñón
(30/3/2015) Que alguien en los tiempos que corren organice un encuentro literario es tan insólito que debería figurar entre las noticias que abren los telediarios. Pero que se organice en un pueblo de tres mil habitantes y con apenas medios para afrontar los pocos gastos que surgen, es como para iniciar un repique de campanas y pregonarlo a los cuatro vientos a bombo y platillo.
Pedrajas de San Esteban, la “Villa del Piñón”, ya puede incluir entre las armas que adornan su escudo el haber llevado a cabo unas jornadas literarias en la segunda década del siglo XXI, cuando los únicos placeres que parecían mover a hombres y mujeres eran: sexo, turismo y deporte.
Pocas villas y pueblos, incluso de mayor población, pueden presumir de lo mismo.
Pero sí, allí estuvimos ocho escritores llegados de toda la geografía española, respondiendo a la llamada del pedrajero Juan Martín Salamanca, joven prodigio de las letras, y de los responsables del consistorio y vecinos, para hablar de cultura y de libros.
Que otras poblaciones tomen nota.
El viernes, reunión de autores -Martín Salamanca, Jordi Siracusa y quien les escribe- con los alumnos del IES Pinares de Pedrajas para hablar de experiencias lectoras y escritoras, para motivar a aquellos alumnos que se interesan por las letras y no sólo por la tecnología o el balón. Que haberlos haylos.
El sábado a las doce, mesa redonda sobre “cómo ser escritor y no morir en el intento” moderada por la periodista Cristina Martín y con la presencia de los escritores: Jordi Siracusa, Juan Martín Salamanca, Antonio Bosch, Fernando Pérez-Sanjuán, Dioni Arroyo y Carmen Aranda.
Por la tarde debatimos sobre “Literatura y cultura en el medio rural” y nos convencimos de que la cultura siempre será un bocado para minorías y que son los padres y los maestros quienes tendrán que esforzarse con los retoños a su cargo para llevar, con algún éxito, el mundo del libro al medio rural. Un medio abandonado por todas las administraciones y que bastante hace con sobrevivir ante los feroces vientos de la despoblación y del olvido.
“Yo considero que mi padre me dijo que leyera mucho ante todo” decía Borges recordándonos que siempre fue el ámbito familiar la primera escuela de lectura. O Teresa de Ávila a quien su padre puso una serie de libros para que alimentara su niñez con lecturas y llegar a exclamar pasado un tiempo “leer, leer y leer: como el comer para el cuerpo”.
Padres y maestros promotores de que el libro llegue a los pequeños municipios.
Porque cuando se le quita la cultura a un pueblo se le está quitando medios defensivos contra los estragos de la vida, contra los inevitables infortunios que llegarán. La cultura, hay que gritarlo, es un arma de resistencia contra la animalidad, además de una provechosa inversión económica que algunas mentes estrechas y miopes no terminan de ver.
Y a la cultura se accede por la lectura, por la literatura, por el libro.
“Si estás más de tres días sin leer entonces tus palabras resultarán insípidas” dice un viejo provecho y uno piensa en tanta conversación sin sustancia, en tantas palabras vacías, huecas e insípidas oídas en este mundo nuestro donde reina la videocracia.
Videocracia que privilegia la visión que nos acerca a los animales que ni piensan, ni simbolizan, ni fantasean, mientras nos aleja de la racionalidad y de la crítica, de la lectura.
“Lee y conducirás, no leas y serán conducido” decía Santa Teresa y qué razón tenía.
Lee y gozarás, les diría a los jóvenes de secundaria, de Pedrajas o de cualquier instituto, porque la lectura lejos de ser una obligación debería llegar a ser un goce.
“Hablar de lectura obligatoria es como hablar de placer obligatorio. El placer no es obligatorio es algo que buscamos”, decía una vez más Borges que concluía afirmando que “la lectura debe ser una de las formas de la felicidad”.
Luego, si dejamos por una vez clara la importancia de la lectura podremos empezar a hablar de escritores y de literatura. Pero primero, lo primero.
Que la videocracia que nos gobierna no termine haciendo de la lectura una actividad oculta y secreta. Clandestina. Como en los tiempos de Fahrenheit 451.
La lectura debe ser una actividad gozosa y compartida, que lejos de ser un aprendizaje literal y obligatorio, sea ante todo vida, experiencia, comunión, aventura. Y ha de darse por profesores que motiven y trasmitan el gozo por esa actividad en extinción: la lectura.