Última trinchera
(10/12/2015) Cuando la guerra sea total y la tecnología del dígito haya atrapado en sus redes al último resistente, a quienes sobrevivan a la tiranía del 0 y del 1 sólo les quedarán los clubes.
Los clubes de cualquier tipo, santuarios del arte viejo y olvidado que practicaban los antiguos: la conversación cara a cara, el debate a calzón quitado que comparte gestos, olores y sabores (de un buen vino, por ejemplo), además de palabras y silencios.
“Hemos evolucionado abrazándonos y mirándonos a la cara y gesticulando. Tal y como somos como especie humana sigue siendo fundamental la voz” nos dice Nuria Oliver, directora científica experta en inteligencia artificial, informática móvil y “big data”.
-“El tiempo que te quede libre, si te es posible, dedícalo a mí”- le canta irónico un hombre a su pareja mientras esta martillea convulsivamente el teléfono con su dedo gordo.
Están en una cafetería, sentados frente a frente. Pero están muy lejos.
Ella, abstraída en su aparato, apenas capta el mensaje desesperado de su acompañante:
-Un momento y estoy contigo.
Y quien está con ella, pero no está, sorbe su café mientras, aburrido, contempla el local a la espera de una migaja de charla.
A ese hombre, pienso, hay que atraerlo a un club. ¿Habrá clubes de parejas que, sin móvil, se entreguen Al habla o al silencio, como antaño? ¿Y a mirarse a los ojos?
-“Nuestra sumisión a la tecnología digital ha llevado a la atrofia de capacidades humanas como la empatía y la introspección”-clama en el desierto americano un profeta llamado Jonathan Franzen que lucha por Reclaiming conversation (Recuperar la conversación) en su último libro.
Estar con los que no están para no estar con los que están es la nueva paradoja existencial.
El “prójimo” de los nuevos tiempos ha dejado de ser el próximo, el cercano para ser aquel que, sin conocerte, te envía desde distancias kilométricas, mensaje fatuos e inservibles.
Por eso hay que reivindicar los clubes, esos lugares en los que los cuerpos se aproximan para comulgar vivencias, simpatías y desacuerdos.
-“Cuando se habla con alguien cara a cara, uno se ve obligado a reconocer toda su realidad humana, que es donde empieza la empatía”- sigue gritando Franzen a los pájaros carpinteros que picotean su móvil mientras oyen música, ajenos a sus sermones.
Por eso, repito, hay que reivindicar los clubes. Clubes de todo tipo: de hípica, de la comedia, de caza, de vacaciones, de los poetas muertos, de las malas madres, de los peores padres, de lo que sea.
Cuando, aun así, llegue lo irremediable y los clubes vayan cayendo, uno a uno, en redes enemigas, los de lectura serán el último bastión de la feroz resistencia, la última trinchera de quienes no se rinde a la tiranía del mundo virtual, esa plaga que impone su dictadura desde Silicon Valley.
A la tecnología digital hay que ponerla en su sitio (que lo tiene), está en juego “el desarrollo de la confianza y la autoestima…la capacidad de empatía, amistad e intimidad…¡Acepten su vulnerabilidad!, ¡eliminen la tentación!”, sigue clamando Franzen a todo un ejército de sordos armados con aparatos última generación.
He estado, acompañado del poeta David Acebes, en un club de lectura que responde al nutritivo nombre de “Con mucho gusto” y he salido encantado de la experiencia.
“Con mucho gusto”. Tres palabras que resumen el gozo y el gusto que la conversación depara tras la lectura. El gusto de ver y que te vean, de mirar y ser mirado, de hablarse y escucharse que son verbos que ya nadie conjuga. Nuria Oliver estaría encantada por pertenecer a este club, pienso.
Allí, tras sortear chats, mensajes, correos, redes y el acoso incesante de agentes patógeno-virtuales, allí, en el club, se reúnen cada mes los últimos mohicanos de la cultura que se niegan a perder la conversación, ese arte del estar y del decir que nos hizo sapiens. Ellos son la última frontera.
Profesores, alumnos y personal administrativo forman el club de lectura “con mucho gusto” en la Biblioteca Reina Sofía de la ciudad del Pisuerga y asistir a los debates que capitanea Carmen de Miguel es todo un gustazo.
“La lieratura en muchas de sus ramas no es más que la sombra de una buena conversación” nos dijo el gran conversador Robert Louis Stevenson.
-Con mucho gusto.
-El gusto es nuestro.