Que la suerte te acompañe

suerte

(10/07/2016) Hay quien dedica muchos años de su vida a sesudas investigaciones para terminar sacando conclusiones que todos sabemos desde hace tiempo.

Algo que siempre han sabido los más viejos de cada lugar, los sabios de la tribu, se presenta como novedoso, aupando a sus promotores a cotas de popularidad innecesarias e inmerecidas.

Que ahora nos venga Robert H. Frank a decirnos en su “Éxito y suerte” que la fortuna es la anfitriona del éxito y que la meritocracia es un mito que debería ocupar un lugar más discreto, nos deja boquiabiertos y cejijuntos. ¡Pues vaya!

Que hay factores arbitrarios que influyen en la carrera de las personas, como dice Frank, es algo de todos sabido, algo tan viejo como el mundo, algo que habría afirmado cualquier neandertal cuando evitó ser comido por quedarse echando la siesta. Uno de tantos afortunados que, sin méritos para reproducirse (era perezoso y cobarde), lo logró para asombro de quienes le tenían por tonto.

Hay quien nace con estrella y quien nace estrellado, se ha dicho desde siempre y Frank lo confirma cuando habla de la importancia de lo aleatorio en los triunfos personales, el peso de la suerte en lo que llamamos éxito.

Camilo José Cela, cuyo centenario está pasando desapercibido por “culpa” de un tal Cervantes, puso en boca de su Pascual (Duarte) algo que confirma lo expuesto:

Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte”.

Destino, fortuna, suerte. Con o sin estrella.

“Dios juega a los dados” dijo alguien, y en ese azar que es lanzar cualquier dado, se sortea nuestro éxito o nuestro fracaso, por muchos que hayan sido los méritos adquiridos para lograrlo o evitarlo.

Estar en el lugar adecuado, en el momento adecuado, con la persona adecuada es más trascendental para nuestra profesión que cinco años de carrera y distintos masters en universidades americanas. Así de sencillo y de cruel, señor Robert H. Frank.

El libro “Éxito y suerte. La buena fortuna y el mito de la meritocracia”, nos recuerda demasiado al pariente influyente que nos colocó en el banco, al secretario de organización que nos situó en los puestos más altos de la lista al senado, cuando llegaron las elecciones.

La importancia de lo aleatorio es la importancia de tener tío, amigo, pariente o cónyuge con influencias, la importancia de conocer a alguien con recursos que nos coloque en un puesto del que ya nadie nos echará. La distancia más corta entre dos puntos, es un tío en el ministerio.

En el otro extremo quedarán quienes tienen talento y trabajan duro, aquellos sobrados de méritos que no encontraron padrino. El que tiene padrino se bautiza, sentencia el refranero. Y hay quien dedica años y años a buscar ese padrino, esa buena sombra que le cobije de por vida, mientras otros opositan a ninguna parte.

“El que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija” sigue diciendo el refranero, tan sabio y tan mordaz. Y esa sombra es la de la suerte.

Tener “mala sombra” ya sabemos en qué consiste.

El mundo, nuestro mundo, está lleno de gente sobrada de méritos que tiene “mala sombra” y ha dejado su puesto a mediocres afortunados a quien alguien dio un buen destino. Como en la mili.

Hay que labrarse un futuro, nos decían nuestros bien intencionados padres y maestros, pero en esa labranza había que contar con la diosa fortuna para que evitase el pedrisco o la helada. La fortuna, la diosa fortuna siempre tan caprichosa, siempre tan voluble e injusta.

“Es un afortunado” se dice de quien saborea las mieles del éxito, porque todos sabemos que sus triunfos no se deben a sus méritos sino a la suerte. A la buena estrella que le ha acompañado.

Con “éxito y suerte”, Robert H. Frank ha reafirmado algo que todos sabíamos y ha hecho una enmienda al hombre, al hombre cien por cien hecho a sí mismo, al hombre condicionado por factores arbitrios y aleatorios. Eso que llamamos suerte.

Concluyo con Cela:

“Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas”.

¿Y quién ordena tamaña desventaja? Usted y yo lo sabemos. Y sin tener que escribir un libro.



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