“Preferiria no hacerlo”

sisifo

(30/1/2014) Hoy me he levantado con el síndrome Bartleby. Ese cuadro clínico que te sume en la negatividad, en la incapacidad para afrontar tarea alguna. También la de escribir este artículo (me resisto a emplear “blog” ese término que suena a esputro, vómito, parto…). ¿Para qué?, ¿a quién le puede interesar mis calvas reflexiones periódicas?, ¿a quién mis erráticos discernimientos?

A nadie. ¿Y entonces?

Los escritores grandes son los malditos y los escatológicos y a uno siempre le faltaron agallas para ser lo uno o lo otro. Que el “buenismo” y la moral añeja son la losa que uno lleva en el alma y nunca será ya como Martin Amis, por ejemplo. Amis, grande entre los grandes de la literatura inglesa que escandaliza a tirios y troyanos con su “Lionel Asbo. El estado de Inglaterra”.

Martin Amis a quien no le duelen prendas, ni le aflora el rubor, cuando tiene que escribir sobre abuelas jóvenes que seducen a los amigos de sus nietos y otras lindezas por el estilo. Personajes que escandalizan a los anglos tan metidos como están en la vieja moral del imperio.

Hoy me he levantado sin ganas de conectarme al mundo, sin resuello para hincarle el diente a la vida. Anémico en palabras y esfuerzos, como aquel personaje de Herman Melville, Bartleby, el escribiente, como ya les dije.

Intentando romper el hechizo que me condena a la desgana, al “preferiría no hacerlo”, al sofá y la cerveza, me encomiendo a mis santos particulares. A esas personas que a uno le sirven de ejemplo en este mundo sin modelos donde reinan a sus anchas los provocadores y los jetas.

Porque uno ya no tiene edad para escatologías literarias, ni para bajar a los abismos donde crecen nuevas formas de belleza. Uno ya no está en la edad y es bueno saberlo. “Conócete a ti mismo”. No hagas locuras. Visita el hollado campo de los mediocres. In medium, virtus.

Y me encomiendo a mis fetiches laborales. A esos trabajadores convulsivos que se aplican a la vida sin pensar en la inutilidad de su esfuerzo. Sísifos condenados al absurdo de hacer eternamente el mismo trabajo, la periódica e inútil tarea. Como casi todos.

Como Álex Rigola que se lanza al ruedo de la escena sin miedo al toro ibérico.

El policía de las ratas de Roberto Bolaño, le ha servido a Rigola para gestar una obra teatral en la Schaubühne de Berlín y para recalar ahora en La Abadía madrileña en una de las muchas representaciones de este prolífico director teatral, trabajador convulsivo de la escena.

O como Ángela Hernández, trabajadora incansable, que aquí y sin ir más lejos nos encandila con una sabia conferencia sobre la Coronación de José Zorrilla en la Granada de finales del XIX. Grande Ángela.

Tienes que ser como ellos, me digo cuando más me aprieta la fiebre de la negación. Trabaja que algo queda. Y la moral aprendida me asalta de nuevo para seguir en la bonhomía y el buen rollito, vencidos ya los demonios interiores.

Días aciagos estos donde a uno le gustaría comunicarse con los “seres de luz” que guiaron a la pintora Josefa Tolrà, nacida en Cabrils, para hacer una obra vanguardista e inquietante. Obra cuajada de seres espeluznantes que más que de la luz parecen venidos de las tinieblas o de otras galaxias, a saber. Seres de mirada escalofriante.

Y me encomiendo a las mujeres artistas, ignoradas por la historia o por sus maridos o por cualquier forma de poder, como Josefa Tolrà o como Ángeles Santos la muchacha que pintó Un mundo aquí en la ciudad. Obra a caballo entre el surrealismo y el expresionismo. Con 18 añitos, la moza.

Y poco a poco el “preferiría no hacerlo” se torna en un “quizás, tal vez, espera”, y comienzo a ganarle la batalla al rechazo sistemático, a la abulia mental que me devora en esta mañana gris de invierno. Que el hombre no es una pasión inútil, querido Sartre, me digo y me autoengaño.

Y el folio en blanco se vuelve menos amenazador y su luz menos hiriente. Que hay que trabajar. Que hay que volver a subir una y otra vez la piedra del esfuerzo por el Acrocorinto para ver, antes de hacer cima, como cae guiada por el peso que esconde lo inútil. Y vuelta a empezar.

Castigo oscuro e irónico el de nuestra existencia tan llena de cosas sin sentido y donde, en mañanas como esta, la clarividencia y la sensatez nos empujan al “preferiría no hacerlo”. A Bartleby y su síndrome, como más arriba les dije.



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