Paseando miradas
(30/11/2015) Paseo la ciudad, vagabundeo sus calles y en ese ir y venir hacia ninguna parte estudio la mirada de quienes se me cruzan. Porque mirar es una forma de mirarse y admirarse.
Son tantas y tan variadas las miradas que bien podría escribirse todo un ensayo sobre la forma de mirar.
Ya dije en otro artículo que el andar te hace filósofo. Por eso los paseantes y los jubilados son los mejores filósofos con los que cuenta la ciudad. Aunque expulsen a la Filosofía de las aulas nunca la expulsarán de la vida. Los filósofos se multiplican cada mañana y llenas las calles y los parques. No se pueden poner puertas al campo.
Hoy he salido a pasear buscando bañarme en las aguas cálidas y acariciantes de las miradas ajenas.
Porque bien mirado, las miradas, todas las miradas, aumentan la autoestima y mejoran la salud.
Algún médico nos dirá algún día que mirarnos detenidamente los unos a los otros, el abrazo ocular, es la mejor manera de evitar el cáncer. Al tiempo.
Por eso en vez de refugiar mi mirada en los pensamientos o en el suelo, miro fijamente, descaradamente, a todos los que me cruzo: hombres y mujeres, jóvenes y viejos…Todos ajenos a mi estudio de campo. Y compruebo y constato diferencias entre las miradas.
Los viejos miran de cerca, como asegurándose que no eres el conocido que creían unos pasos antes porque a esa edad han visto tanto que los parecidos se acumulan en su cabeza. Las abuelas te miran fijamente y de cerca, te escrutan de arriba abajo hasta corroborar que no eres ni su hijo ni su nieto y que nunca llegarás, por más que te empeñes, a alcanzar la estatura y belleza de los suyos.
Los jóvenes por el contrario miran desde lejos. Tienen buena vista y sólo miran para asegurarse de que no perteneces a su tribu, de que eres un anónimo, mientras acarician su teléfono que es el lugar donde se esconden todos sus amigos. Luego, ya en el cruce, pasan sin contacto visual alguno, tal y como se merece tu anonimato.
Hay miradas prolongadas y persistentes que te conmueven y desasosiegan hasta lo más hondo. Pero son las menos. Son más las miradas espías de quienes te observan con el rabillo del ojo para comprobar que bañas con tu mirada su autoestima.
También miradas raudas e inconscientes cuyo único propósito es evitar el choque de los cuerpos en la acera. Te ojean de pasada y hasta la vista.
Otras son despectivas, nacidas del resquemor o del odio por vete a saber qué motivos; otras esquivas que evitan la mirada y se entretienen en el atuendo como si quisieran adivinar qué ojos tendrá quien lleva tales prendas.
Los hay que llevan la mirada abrigada en miles de preocupaciones, miradas vacuas que miran sin mirar, que miran hacia adentro centradas en algún problema de salud o de empleo. Otros que la lanzan descarados y arrogantes como encantados de haberse conocido.
Dicen que quienes emigran desde los países del sur a los del norte gélido, lo primero que echan de menos es la calidez y abrigo de la mirada.
-Allí nadie te mira a la cara. Todos van a lo suyo, con prisas y nadie te mira- me dice un sobrino que acaba de llegar de los fríos.
Y es que la mirada siempre fue un acto de amor. Que se lo preguntes a los enamorados a ellos que como tortolitos se entregan a la mirada antes que al beso. Que se lo pregunten. Mirar es una forma de besar. La mirada es el beso platónico.
Mirar y sentirse mirado rejuvenece y evita, de paso, la propia mirada, la mirada compasiva que nos devuelve el espejo para ver nuestro derrumbe, porque como dijo García Márquez “un hombre se da cuenta de que ha empezado a envejecer cuando se mira al espejo y ve que se parece a su padre”.
Por eso los viejos huyen de la edad dejándose acariciar por las miradas del otro. Y agradecidos la lanzan, escrutadora y lentamente, al de enfrente para que todos salgan ganando.
Sales a la calle y te expones a todas las miradas. Te haces objeto de exposición y los otros y tú os convertís en los cuadros que guarda y expone a diario el museo de la vida.
Lo dice Gabriela Kraviez, pintora argentina:
“Una exposición es una confrontación de miradas que revelan y esconden, devoran y escupen, graban y olvidan, construyen y destruyen, atraen y repelen, empachan y nunca sacian”.
Salimos a la calle para formar parte de una gran exposición. Para mirar y que nos miren.