Paca, la princesa.
(20/02/2016) Me pasa muchas veces. Cuando me dispongo a escribir un artículo sobre un tema determinado acabo atrapado en otro de cuyas redes no puedo evadirme.
Me disponía a escribir un artículo sobre la elegía, ese grito desgarrador de quien se ahoga en el aire, esa patada enrabietada que el poeta lanza al cielo, ese aullido ante la impotencia que ha tenido a grandes escritores entres sus cultivadores (Miguel Hernández -elegía a Miguel Sijé-, Rubén Darío -elegía “Phocás el campesino”-,…) cuando me topé con Francisca Sánchez, Paca, abulense de Navalsauz, que se convirtió en el gran amor de Rubén Darío, poeta que introdujo el modernismo en España y que murió en 1916, hace cien años.
Eran otros tiempos. Aquellos en los que las mujeres se llamaban Paca y no Paqui, Pepa y no Pepi, Flora y no Flori, Petra, Rosaura, Josefa, Tomasa…
Nombres de mujer sin “i” que la “i” era letra flaca y rota que portaba en su hechura debilidades imposibles para lo que les esperaba en la vida.
Años de mujeres fuertes, corajudas, rotundas hasta en el nombre, con arrestos para batirse contra la vida, una vida que no les daría tregua alguna.
Una de esas mujeres fue Francisca Sánchez, Paca, mujer del poeta Rubén Darío durante dieciséis años y a la que hasta hace poco los biógrafos del escritor tachaban de mantenida (Rubén Darío estaba casado con Rosario Murillo cuando la conoció) y analfabeta (como lo eran casi todas las mujeres en aquellos años).
Imagínense a la pareja en la España de hace más de cien años. Enfrentados a prejuicios sociales y religiosos. Mirados a través de la mirilla de la honra.
“La princesa está triste/ ¿qué tendrá la princesa?/ Los suspiros se escapan/ de su boca de fresa/…”.
Ambos trabajando. Ella en el tajo de la vida, en los embarazos, partos, enfermedades y entierros de sus hijos (de los cuatro habidos con Rubén Darío se le murieron tres), prácticamente sola en las desdichas. Él, guerrero de causas perdidas, entregado a la cosa pública, ese lugar donde el hombre ha peleado tantas batallas para perder la más importante, la de la vida.
Ella tenaz y luchadora, valiente y pobre. Él exquisito y sibarita, exótico, pero también alcohólico y atormentado.
Ella, la mantenida (?), llevando la casa, apuntando ganancias y débitos en un “cuaderno de hule” para ganarle al día la batalla del hambre (que la poesía siempre se vistió con el corpiño de la indigencia). Él a sus corresponsalías en París, a sus conferencias en Nueva York, Barcelona, Málaga, Madrid…
Ella, la analfabeta (?), sola ante el toro de la vida, guardando cartas, recortes y recuerdos de su afamado esposo en el baúl azul que más tarde donaría al Estado (6.000 documentos) para que sirviese a quienes quisieran conocer la vida del poeta, en un alarde de generosidad que le honra.
“Soy española, no me vendo por dinero, no lo doy por dinero que se me ofrece por todas partes. Soy española y debe ser para mi patria”, dijo.
Muere el poeta en León, Nicaragua, -sin que Paca pueda estar a su lado- y tras un luto de tres años, abre pensión en Madrid y se casa con José Villacastín para volver de nuevo a la rueda de la vida: embarazos, partos, niños, casa…
Una nieta de Paca, la conocida periodista Rosa Villacastín, escribiría años más tarde, en colaboración con el escritor Manuel Francisco Reina, el libro “La princesa Paca”. La historia de su abuela.
Emotiva historia de una mujer de origen humilde, enamorada de un genio, que supo sobreponerse a los prejuicios de una época oscura y estrecha para vivir lo que su corazón le dictaba.
Historias de las mujeres. Semblanzas en la niebla de madres, hermanas, hijas, esposas, huérfanas, viudas, monjas…relegadas al anonimato de la historia.
Mujeres que nacieron en la pobreza, crecieron en el anonimato y descansan en el olvido.
Paca tuvo suerte. Se enamoró de un genio y se le recuerda. El poeta lo sabía:
“Ajena al dolo y al sentir artero, / llena de la ilusión que da la fe / lazarillo de Dios en mi sendero / Francisca Sánchez, acompáñame”.