Nuevo curso
(1/9/2010) Es un placer oír hablar sobre temas educativos ahora que el curso pide paso para iniciar su periplo. Con la pasión desmedida y desbocada de quien ama el oficio (de un enamorado, podría decirse) y le sobran experiencias que contar sobre la profesión docente, el ponente nos habla sobre una educación que ha de tener como centro a la persona, basada en la relación y en el respeto, metodológicamente fundada en el “aprender a aprender”, constructora de más humanidad y que dé sentido a la vida. Casi nada.
Con pinta de joven rebelde -no os fiéis de mi aspecto, ya tengo cuarenta años, nos dijo a quienes podíamos confundirlo con un joven sin experiencia- pero con la sabiduría del viejo de la tribu, el conferenciante, Andrés Martín Ballesteros, nos retó a nuevos planteamientos educativos: austeridad frente a consumismo, solidaridad frente a individualismo, interioridad frente a divagaciones estériles…
Recuerdo mis años de formación en los Clérigos de San Viator y las sabias lecciones que nos daba el padre Jaime Gómez, un burgalés de San Pelayo, sobre la vida en general y la educación en particular. El padre Jaime, un hombre, un sacerdote, con una generosidad y una altura personal que no he olvidado a pesar de los años transcurridos.
Todo un referente en el barrio de Las Delicias de Valladolid donde ejerce su labor pastoral y donde ha sembrado un estilo que hace inconfundibles a los viatores que se han formado bajo su férula.
Ahora que tanto se habla del carácter propio que han de tener los centros de enseñanza, hay que reconocer que el padre Jaime ha infundido en los centros por los que ha pasado una personalidad y unas formas de ser y de vivir que les distingue de cualquier otro colectivo u orden religiosa.
Sé que lo está pasando mal. Que la enfermedad hace años que le estrangula con las garras del dolor y del sufrimiento. Por eso le recuerdo aún más cuando asisto a cursos educacionales como el que les acabo de indicar.
“las ideas son cuñas –nos decía el padre Jaime- antes o después terminan abriéndose camino”. ¡Y qué razón tenía!
Recuerdo sus lecciones magistrales, sus ideas progresistas y, a veces, provocadoras que no dejaban indiferente a nadie. Lo peor es la tibieza. Pero sobre todo recuerdo su estilo campechano y fresco. Cercano. Cercanía que llevaba y sigue llevando a todos los lugares donde ha impartido docencia.
“Sinite parvulos venire ad me” (“Dejad que los niños se acerquen a mi”) es el lema de los viatores que Jaime ha llevado a la práctica con una generosidad y una bonhomía que le hacen ser queridos por todos.
Por eso, ahora que septiembre inicia su andadura y los docentes nos ponemos manos a la obra, he querido dedicar este artículo a un educador que tan positivamente marcó mi vida.
Gracias Jaime.