Nos falta un tornillo
(20/11/2011) En la ciudad, una calle. En la calle, una gran casa. En la casa, una doncella… Ángeles Santos se llama…
Lo que podría ser una retahíla infantil, me permite hablarles de la Casa Calabaza sita en la calle Alonso Pesquera de la ciudad de Valladolid, lugar en el que vivió en los años veinte, del siglo pasado, Ángeles Santos.
Para quienes desconozcan quién se esconde detrás de tan angelical nombre les diré que se trata de una pintora nacida en Portbou (Gerona), que con tan solo 17 años se convirtió en una de las pioneras del vanguardismo pictórico español con una obra maestra: “Un mundo”.
Pues bien, aquella muchachita de Valladolid -que me perdonen los gerundenses pero en esta ciudad es donde nació para el arte con mayúsculas- ha cumplido el pasado 7 de noviembre cien espléndidos años. Muchas felicidades, Ángeles.
En octubre de 1928 participó en una exposición colectiva organizada por el Ayuntamiento de la ciudad y ya en 1929, animada por los sectores culturales de la ciudad del Pisuerga, la creación con mayúsculas se hizo carne en la Casa Calabaza y nacieron, entre otras, dos obras deslumbrantes: “Un mundo” y “Tertulia”
“…A mi casa de Valladolid vinieron poetas, escritores…En la ciudad había un grupo de intelectuales que, después de conocer la obra, pasaban por la casa a ver mis cuadros”
Y pasaron nada más y nada menos que Federico García Lorca -que le dedica su Romancero gitano-, Jorge Guillén -que también le dedica su Cántico-, Ramón Gómez de la Serna -admirador incondicional- y Francisco de Cossío, entre otros.
En mi libro “Valladolid: fantasía italiana” hablo de Cellino Perotti, pintor y restaurador italiano, que enseñó a Ángeles, en la popular Casa Calabaza de Valladolid, a pintar tapices a partir de láminas y fotografías. No sabemos si fue mucho o poco lo enseñado por el italiano pues Ángeles siempre se consideró autodidacta.
“Yo ya nací pintora, se ve. Me inspiraba en cosas que leía”.
Autodidactismo que aunque bebió, según los entendidos, en las aguas del Realismo mágico de Franz Roh, se fraguó felizmente en el círculo de artistas e intelectuales vallisoletanos -Cristóbal Hall, Aurelio García Lesmes, José María Luelmo, Francisco Pino, Emilio Gómez Orbaneja…-, que se movían alrededor de la Academia de Bellas Artes de la ciudad.
Y sobre todo en dos grandes poetas, el ya nombrado Jorge Guillén y Juan Ramón Jiménez cuyos versos inspiraron “un mundo”:
Vagos ángeles malvas
apagan las verdes estrellas.
Una cinta tranquila,
de suaves violetas,
abrazaba amorosa
a la pálida Tierra.
Animo a mis lectores a que observen detenidamente “Un mundo”, que tan bien representa el enigma que es Ángeles Santos, pero les recomiendo de manera especial, muy especial, que no se priven de contemplar la obra “Tertulia”.
De las cuatro mujeres que representó Ángeles en dicha obra, hay una que, situada en posición central, nos mira con gesto retador, rebelde y libre, como diciendo al observador: aquí estamos, ya hemos llegado, este siglo y el próximo son nuestros…venimos para quedarnos…somos cultas, modernas, libres…
Y sí, al siglo XX llegó Ángeles Santos, en un andar-vivir tan frenético y arrollador que ha traspasado el XXI. Como una superviviente que hubiera sido delegada por aquel ramillete de mujeres, por aquel femenino singular, –Maruja Mallo, Soledad Martínez, Delhy Tejero, las hermanas Sorolla, Rosario de Velasco, Olga Sacharoff, Norah Borges, Carmen Burgos, Marga Gil Robles etc, etc- para vivir y beber el siglo y contarles, de vuelta, lo visto y saboreado.
Pero Ángeles, entretenida ante tanta vida, todavía no ha vuelto. El pasado 7 de noviembre su mirada traspasó el siglo. ¡Que sigan esperando!
Me entero, al cerrar este artículo, que la nueva calle del centro Ikea, en Arroyo de la Encomienda, se llamará “Me falta un tornillo”.
Y un tornillo nos debe de faltar a todos si no le dedicamos una calle, una plaza, un monumento, algo… a la mujer que plasmó en la ciudad y para el mundo dos obras maestras de la pintura.
Y, si no una calle, al menos una placa en la Casa Calabaza, que está siendo restaurada, para que quede memoria del paso, por su umbral, de la genial y centenaria inquilina.