No es país para viejos
(10/8/2008) De todos es bien sabido las muchas dificultades que encuentran quienes han cumplido los 50 años para incorporarse al mercado de trabajo cuando han sido despedidos de su empresa por los más variados motivos. Y es que cuando llega el fatal momento de la regulación de empleo -del despido, para entendernos- de nada le sirve al pobre cincuentón su mucha experiencia en el trabajo que desempeña, de muy poco su notable cualificación profesional avalada por títulos universitarios en prestigiosas facultades, de menos los numerosos cursos y master realizados en academias de prestigio a costa de vida familiar y vacaciones.
Los 50 son considerados en el mundo laboral como una edad maldita que condena a quienes la padecen a los arrabales del mundo laboral, a las colas del INEM y a ser “mirones de obras” de por vida en las calles de la propia ciudad. No hay alternativa posible. Cuando llega la temida y despiadada deslocalización de la empresa buscando ¡cómo no! mercados más apetecibles y una mano de obra que raya con la esclavitud, los equipos directivos saben perfectamente quienes son prescindibles y quienes no.
Llegados a este punto hay que lamentar el hecho de que incluso aquellos afortunados que en tan “complicada” edad mantienen el puesto de trabajo y gozan de una envidiable estabilidad laboral ven cómo jóvenes recién llegados a la plantilla son ascendidos a puestos de relevancia y decisión sin aportar más méritos que una juventud sin fisuras y una docilidad a prueba de bombas.
Te encuentras así con hombres de 50 o 60 años, en plena madurez profesional y humana y sobradamente cualificados que no cuentan para nada en un escalafón que sólo busca juventud y caras nuevas. Y es que la discriminación en función de la edad es ya tan preocupante como la que se basa en el sexo de los trabajadores. Me atrevería a decir que es incluso más patente aquélla que ésta.
Basta echar un vistazo a nuestros representantes políticos y a nuestros gobernantes para ver cómo la preparación política y la experiencia de gobierno que acumulan algunos miembros de los distintos partidos políticos son relegados y sustituidos por caras jóvenes y saludables que aportan al debate político altas dosis de inexperiencia y bisoñería ocupando cargos que dada su trascendencia y responsabilidad deberían contar con otro tipo de personas. Discriminación que se hace extensiva -¡cómo no! si el gobierno da tan malos ejemplos- a muchas empresas del solar patrio alcanzando su punto más álgido en aquellas que cuentan con directivos mediocres que, temerosos por rodearse de alguien que pueda hacerles sombra, se refugian en la juventud y la inexperiencia de los recién llegados para que su mediocridad en el mando siga manteniendo alguna altura.
El resultado de todo ello es un país y unas empresas que lejos de potenciar equipos humanos con solvencia suficiente para la gestión y el liderazgo se apoyan en personajillos dóciles y simpaticones prestos a “hacerle la pelota”, como se dice vulgarmente, al jefe o director de turno.
Todo un capital humano desperdiciado por motivos más o menos espurios que privan a las distintas administraciones de las mejores cabezas para la gestión y el éxito.
Llegados a este punto uno piensa en qué sería de determinadas organizaciones si el nivel de edad exigible para el mando y la jerarquía fuera inferior a los 60 años. Si lo piensan un poco verán cómo acaban de mandar al paro a todo el Colegio Cardenalicio, Papa incluido, a todo el patriarcado gitano, a quienes han merecido el premio nóbel en la academia sueca, a prestigiosos catedráticos, a fecundos directores de orquesta, a artistas de todo tipo y condición, a casi todos los grandes directivos y presidentes de la Banca y a la mayoría de los líderes mundiales…
Habrán quitado, ya puestos a quitar y por poner sólo un ejemplo, las obras maestras realizadas por dos grandes cincuentones: Las Meninas y Las Hilanderas de Diego Velásquez y La Gioconda de Lenardo.da Vinci.
Pero no importa. El nuestro no es país para viejos.