Niebla
(3/12/2011) Llegan las nieblas.
Me lo dice una amiga desde las tierras altas:
- Estaba desayunando y oí, en la radio, que había niebla en tu pueblo.
Mi pueblo. ¡Ay! que solo sale en los informativos cuando hay niebla en el mapa del tiempo. Que algo es algo y menos da una piedra. Digo.
Y los amigos/as se acuerdan de uno. Que tampoco es moco de pavo.
Llegan las nieblas. Ese aliento que produce la tierra. Ese sudor etéreo y atávicode la meseta. Tan trabajada ella.
Ese suspiro de la existencia. Niebla hálito, humo, fluidos. Espejo opaco del aire que desvanece sendas y colores. Cortina de los bosques. Reino de lo onírico poblado de fantasmas. Tapada seductora que nos engulle en un abrazo frío.
Niebla.
Niebla de Unamuno, tan recordado en su Salamanca. En esa Salamanca que, entre nieblas, sigue diciendo quién fue aquel vasco que hizo suya la boina de la vieja Castilla. Tal como él lo quería en su estrofa sáfica. Esta:
Bosque de piedras que arrancó la historia
a las entrañas de la tierra madre,
remanso de quietud, yo te bendigo,
mi Salamanca.
Del corazón en las honduras guardo
tu alma robusta; cuando yo muera,
guarda, dorada Salamanca mía,
tú mi recuerdo.
Y cuando el sol al acostarse encienda
el oro secular que te recama,
con tu lenguaje, de lo eterno heraldo,
di tú que he sido.
La niebla, poblada de seres intrigantes, misteriosos. De suspenses y vacíos. Y también de príncipes. Que ya lo escribió Carlos Ruiz Zafón en su Príncipe de la Niebla aquella novela juvenil.
- Que ha dicho la radio que en tu pueblo hay un banco de niebla, -me escribe la amiga mientras lee, dice, las semblanzas en la niebla que fueron las vidas, apenas esbozadas, de tantas mujeres. ¡Ay!
Por eso María Luisa Bombal nos dejó su Última niebla, con mujeres apasionadas y vivas, sedientas de entrega, que aman hasta el delirio; como una venganza tardía ante tanto ostracismo, ante tanta mutilación, ante tanto velo, ante tanta niebla en el gineceo.
Niebla. Siempre la niebla.
Niebla preñada de seres inquietantes en novelas como las de Howard Phillips Lovecraft y Abraham Merritt. O en películas como la de Stephen King. Niebla.
Niebla que da nombre a sociedades secretas. La “Sociedad de la Niebla”, ¿se acuerdan?, donde militaron escritores de la talla de George Sand, Alejandro Dumas, Gerard de Nerval y Julio Verne o pintores como Delacroix o Poussin. Todos fascinados por aquel libro rodeado de esoterismo y misterio indescifrable, de niebla, El sueño de Polifilo.
Niebla que nos encierra en un paisaje claustrofóbico. Sin salida al aire. Por lo que don Miguel, otra vez don Miguel, se quejará desde su Niebla y con razón:
“ No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme: ¿conque no lo quiere?”.
Niebla-amor que nos arrastra hacia el otro por los caminos de la irracionalidad que tan bien conoce el corazón.
Y tras la niebla el sol.
Que lo dice con claridad el pueblo, tan sabio él: “mañana de niebla, tarde de paseo”.
Y Charles Bukowski, tan alejado de convencionalismos, tan canalla él:
“El amor es una niebla que se quema con el primer sol de la realidad”.
Pero me vuelvo a la niebla. A la irracionalidad que me marca el corazón. Al mundo donde todavía es posible soñar. Porque qué será de nosotros si desaparecen los sueños, la niebla.
Me vuelvo a la niebla para que me engulla en su abrazo frío y mentiroso.