Narciso en Internet
(10/01/2017) En esas andaba, pensando y pensando en blandir mi espada justiciera contra aquellos que practican el narcisismo en las redes, esos que cuelgan su fotografía mejorada cada mañana, cuando me dije que no, que no, que había que pensárselo mejor porque no todo el monte es orégano y en cualquier batalla que se tercie existen los efectos colaterales y el fuego amigo.
Porque donde tú ves una autoestima exagerada, otros ven un exceso de confianza en sí mismo. Donde vislumbras locuacidad y encanto superficiales puede ser que sea simplemente amabilidad. Donde crees hallarte ante la arrogancia y prepotencia del narcisista, sencillamente se trate de una tendencia, por lo demás lógica, a no dejarse humillar. Y donde tú observas una necesidad constante de halagos y parabienes, simplemente sea una búsqueda exagerada de relacionarse con los otros, buscando su aprobación.
Guardo por lo tanto la estaca con la que pensaba atizar a los ególatras de las redes, entre los que me hallo, y esgrimo la de la mesura y la comprensión. Al fin y al cabo a todos nos gusta sentirnos especiales, recibir halagos y experimentar el éxito. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra, que dice el evangelio.
Halagos y éxito que nos aportan la confianza y autoestima necesarias para afrontar las tareas más difíciles y crecernos ante las dificultades.
Así ha evolucionado la tribu y así seguimos.
Que Internet fomenta la egolatría y que las redes están diseñadas para contribuir a ello es tan cierto como que todos llevamos un narciso dentro, un enamorado de nosotros mismos, ávido de mostrar imagen y logros para que nos lluevan plácemes y “me gusta”.
Pero como decía Oscar Wilde no deberíamos preocuparnos tanto de que las personas se quieran más a sí mismas, porque ese puede ser el principio de un romance que durará toda la vida.
Nos hallamos ante la “generación yo”, esa que busca sobresalir en la Red cueste lo que cueste y caiga quien caiga. El cómo se logra, es lo de menos:
“La inmensa mayoría de los famosos actuales son ídolos que no han aportado nada más que su desparpajo y su gran confianza en ellos mismos” dice Madeline Levine, psicóloga de la Universidad de Stanford.
Que la búsqueda convulsiva del “refuerzo del yo” tiene riesgos lo saben los analistas. Que a veces ha llevado a la muerte, también. El caso de la rusa Xenia Ignatyeva que se precipitó desde un puente mientras practicaba un deporte que consiste en autorretratarse en lugares de sumo riesgo (la palabreja en inglés es skywalking) es de todos conocido. Como lo es el de tantos ególatras que buscan retratarse en lugares impactantes, -acantilados, rascacielos, techos de trenes- para luego colgarlo en la Red.
Pero también saben los expertos que la personalidad narcisista tiene sus ventajas, hasta el punto de correr entre las empresas un índice, el NPI (Inventario de Personalidad Narcisista), recomendable para contratar a quienes tienen alta puntuación en el mismo.
El desparpajo, el riesgo e incluso la insolencia de estos narcisistas convulsivos son vistos como aspectos positivos por las empresas a la hora de seleccionar a sus directivos. Aunque esa empresa sea el gobierno de toda una nación. Vean a quienes nos gobiernan, llámese Putin o llámese Trump, y saquen sus conclusiones.
No se extrañen si, a partir de ahora, los jefes insolentes crecen como la mala hierba en la oficina. Son los tiempos y los mercados, que siempre han mandado y mandan en nuestras vidas.
“Detrás de todo gran éxito económico actual se encuentra una persona narcisista y autosuficiente” afirma Jim Collins experto en el asunto de la Stanford Business School, por si alguien a estas alturas del artículo aún no se ha enterado.
El éxito económico y político se nutre, por lo tanto, de narcisistas arriesgados, populistas e insolentes sin miedo a desobedecer a quienes se les pongan por delante, sean sus superiores o el mismo Tribunal Supremo.
El mundo onanista que ha creado Internet y que consiste en contactar solo con aquellos que nos dan la razón y nunca con quienes están en desacuerdo con nuestros planteamientos, donde mi verdad se convierte en la verdad única, alimenta la egolatría de cada hijo de vecino.
Feliz Año Nuevo, señor Narciso.