Mutaciones tardonas

felicidad

(30/03/2025) Hay cosas que no parecen cambiar nunca. Por ejemplo, el hecho de que los finlandeses sean, un año sí y otro también, los más felices del mundo. El 20 del este mes se celebró el Día Mundial de la Felicidad y, como ocurre cada año, el ranquin se actualizó para que los señores de la ONU nos dijeran lo que ya todos sabíamos: que los nórdicos siguen siendo los más felices del mundo y los africanos, los menos.

 A la espera de una mutación que se atreva a cambiar el giro de la historia, seguiremos viendo a los finlandeses arriba y a los congoleños y yemeníes abajo. Porque las mutaciones, esos cambios en la información que contiene el material genético, son las únicas que pueden lograr que las cosas cambien y que la tortilla de la felicidad salte hacia otras manos.

 Dicen quienes hacen la dichosa lista (y nunca mejor dicho) que el subir o bajar puestos depende de la cartera de cada cual -tanto tienes, tanto feliz eres- y menos de otros factores como la disposición a gozar de días soleados, por ejemplo. Eso que tanto valoraba Diógenes que ordenó al mismo Alejandro Magno que se apartara porque no le dejaba ver el sol, no cuenta para nada en el listado y por eso ganan los que presumen de días cortos, fríos y nubosos. Porque lo que de verdad cuenta es la cartera y tras la cartera la cooperación y la amistad entre las gentes, eso dicen, restando muchos puntos el individualismo o la soledad en aquellos países donde sus habitantes no se pueden ni ver por mucho sol que tengan.

“Nuestras cabezas son curvas para permitir al pensamiento cambiar de dirección” decía el pintor y escritor francés Francis Picabea, pero la curvatura de las cabezas entre los del norte y los del sur debe de ser distinta vistas la dirección que cada cual toma en los logros de la felicidad.

 Aunque los apocalípticos aseguran que vamos hacia un mundo acelerado y de cambios continuos, su razonamiento no se mantiene si miramos la lista de la felicidad humana: los de siempre están arriba y los de siempre, abajo. Es como si todo cambiara para seguir siempre igual.

 Lo único que puede dar al traste con la dichosa estadística que pone arriba a los de siempre es la mutación genética. Algo parecido a lo que está ocurriendo en el Tibet donde sus lugareños son capaces de respirar en alturas con poco oxígeno mientras el resto de los mortales nos apagamos por falta de combustible. Cuando las cosas se pongan mal para quienes pisamos el asfalto -finlandeses incluidos- solo sobrevivirán los tibetanos y todo gracias a esa mutación genética que les permite sobrevivir en alturas donde no llegan los malos olores.

 Esos cambios, esas mutaciones se dan cada muchos años y es difícil verlas por muchas generaciones que pasen, pero hay noticias que le hacen a uno pensar lo contrario como esa que acabo de leer en el periódico: “Arranca la transformación de la iglesia de la Circular en un súper, el primer caso de la orden de Claret en España”. Y si un templo, una iglesia, puede transformarse hasta dar paso a una tienda de alimentación, ¿por qué no pensar que estamos a las puertas de otras mutaciones que no sabemos hacia dónde nos llevarán?

 La frase que se atribuye a Oscar Wilde “Discúlpeme no le había reconocido: he cambiado mucho” podría estar en boca de un finlandés dirigiéndose a un congoleño, antes de lo que pensamos.

 Más difícil será, con todo, lograr el cambio definitivo, ese cambio de opinión profundo, ese cambio en las ideas donde muchos vivimos confortablemente instalados, gracias al algoritmo. Las mutaciones han perdido la batalla ante quienes han mantenido y mantienen una opinión por muy equivocada que esté. Hagan ustedes la prueba con un terraplanista y díganme si es cierto, o no, lo que les digo. Su ADN no le permite ver la curvatura del planeta.

 Y es que son muchos los que mutaron hace tiempo las cabezas redondas de las que hablábamos más arriba, y que permitían cambios de opinión gracias a su curvatura, por cabezas cuadradas.

  S. Matthew Liao, filósofo especializado en bioética y ética normativa, propone el trabajar en una “ingeniería humana” que impulse modificaciones biomédicas para permitir una mejor adaptación a las condiciones climáticas y ambientales nuevas. Su teoría incluye la sugerencia de crear humanos más pequeños para adaptarnos mejor a los cambios.

 Nada dice Liao sobre la necesidad de cambiar tantas cabezas (cuadriculadas muchas de ellas) y menos de que la señora felicidad se haga más voluble y cambie de hemisferio.

 Mientras tanto solo nos queda enviar nuestras oraciones a Empusa, aquella criatura de la mitología griega que tenía el don de cambiar de forma sin tener que esperar a las tardonas mutaciones.



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