Los Reyes y el tractor
(10/01/2023) Son una familia moderna. Una familia respetuosa con todas las identidades y muy sensible a racismos, sexismos, machismos y demás “ismos”.
Han felicitado la Navidad a todos los amigos con una postal que representa a los reyes en camellos, camino del portal, pero con un Baltasar que, por fin, encabeza la cabalgata. Tras siglos de racismo que le han tenido postergado a un último lugar, ahora es el primero en el camino que lleva a Belén. El supremacista Melchor ocupa, cabizbajo, el último lugar. El lugar que le corresponde por blanco e imperialista. Y Gaspar un mestizo con pretensiones, sigue en el lugar de los mediocres. En el medio.
Son una familia moderna. La niña ha recibido el regalo de reyes evitando cualquier desliz sexista. Nada de muñecas, cocinas, o cajas de maquillajes. Nada que lleve a desigualdades de género que mantengan el secular patriarcado. Un espléndido tractor, pedido por Amazon, la espera en el rincón de las sorpresas donde sus Majestades de Oriente depositan todas las navidades su regalo estrella.
-¿Recuerdas cuándo estuvimos en el campo? ¿Recuerdas aquello que miraste extrañada y que papá tanto te explicó? -le pregunta la madre, intentando preparar el terreno.
La niña no responde. Desgarra el envoltorio, un hermoso papel de regalo de color azul (el rosa y otros colores afines han sido expulsado hasta del arco iris en la familia), e intenta, sin éxito, abrir la caja.
La madre acude solícita…Con dificultad logra, por fin, abrir el paquete. Sí, allí está. Una magnífica colección de piezas, perfectamente embaladas y repartidas por la superficie, un rompecabezas que la niña no logra identificar con nada.
-¡Mira!, ¡mira! … ¡los reyes te han traído un tractor!…
La niña no ve tractor alguno. Recuerda cuando en la casa rural vio por primera vez aquella máquina y cómo papá le explicó que aquel gigante ruidoso se dedicaba a las faenas del campo.
Pero allí solo aparecen ruedas, ejes, bolsas con tornillos y otras piezas de distinto tamaño que desconoce.
-¡Un tractor!, ¡un tractor! -gritan entusiasmados los padres para que la niña valore y entienda el producto que han traído sus Majestades.
Pero la niña no ve más que piezas perfectamente embaladas, bien atadas al cartonaje, que alguien tendrá que extraer para convertirlas en el presunto tractor que los papás contemplan. ¿Se habrá portado tan mal que no ve el dichoso juguete?
-Ahora papá lo montará, ¡verás que tractor tan bonito!
El padre asiente. No es lo que se dice un “manitas”. Todo lo contrario. Siempre suspendió en manualidades, pero en un día tan importante para su niña no hay que andarse con remilgos. “La que me espera” se le oye murmurar mientras contempla desesperado el puzle.
La niña se entretiene con la caja. Su imaginación convierte el recipiente en un castillo encantado en el que habitan todas las hadas del bosque.
Es una familia moderna y la niña tiene que aprender a esperar (“hay que saber esperar”, le dice amorosamente el padre, mientras permanece abrumado ante el desguace).
El padre va en busca de la caja de herramientas que guarda en algún lugar del trastero. Tras sacar alicates, destornilladores y llaves de todo tipo, se entrega a la difícil y siempre enredosa empresa de seguir los pasos que marca la hoja de instrucciones.
Girando la hoja a un lado y a otro para interpretar correctamente los pasos a seguir, leyendo las instrucciones escritas en todos los idiomas, pero pésimamente redactadas (“parecen hechas por un imbécil”, piensa), practicando el ensayo y error que tantos frutos ha dado al campo científico y al progreso humano, le dan las seis de la tarde cuando solo quedan las ruedas por encajar en el endiablado tractor.
La niña, frustrada por la tardanza y cansada de jugar con la caja-castillo, se ha quedado dormida.
Es una familia moderna. Antes de que lleguen los próximos Reyes, asegura el padre, haré algún curso de “montador de estructuras” por internet.
La madre añade: “mejor lo haremos los dos. Un curso de bricolaje. Esto no puede volver a ocurrir…”.