Los clamores de la vagina
(20/6/2015) Cuando a una frase se le pone punto deja de ser verdad y cuando el nombre y el apellido se escriben con minúsculas su propietario le está gritando al mundo que está desnudo de vanidad. Que su ropa es la nada. Que pasa de las reglas ortográficas y de la madre que las parió: el idioma.
Eso es lo que hace ruth weiss (sic), mujer poeta de la generación beat, escribir su nombre con minúscula, para gritarle al planeta que tras sobrevivir al nazismo quiere distanciarse del idioma materno, el alemán, que inicia los sustantivos con mayúsculas, como el nuestro.
ruth weiss una de tantas mujeres de aquella generación que siguió la estela literaria que marcó Allen Ginsberg pero que, tras admirarlo, marcaron territorio propio, mundos de autenticidad poética en femenino plural.
Generación beat de los años cincuenta, rebelde a los valores patrios, drogata, sexual y orientalista.
Generación beat que permitió a los hombres ser rebeldes pero que encerró a las mujeres en manicomios, en centros de tratamiento con electrochoques y en clínicas de desintoxicación.
Que ser rebelde y ser mujer en los cincuenta era un matrimonio imposible para cualquier autoridad, la paterna incluída.
Elise Cowen, por ejemplo, rebelde, depresiva e inadaptada, adicta a las drogas y suicida a los 28 años. Poeta oscura que nos dejó versos como estos:
¿Quién me dará la
nalgada cuando
vuelva a nacer?
¿Quién cerrará mis
ojos cuando
a la hora de mi muerte
me vea?
Annalisa Marí Pegrum acaba de publicar una antología de estas mujeres, de las que Gregory Corso que formó parte de aquella generación comandada por el Aullido de Allen Ginsberg, dijo:
“Hubo mujeres, estaban allí, yo las conocí, sus familiares las encerraron en manicomios, se les sometía a electrochoque…Hubo casos yo los conocí. Algún día alguien escribirá sobre ellas.”
Y eso es lo que hace la antóloga Annalisa Marí, como les dije, resucitar un ramillete de rebeldes con causa para hacer justicia a quienes nacieron en año y lugar equivocados y, sobre todo, con sexo equivocado.
Unas como Denise Levertov centran su poesía en la mentira y reclusión que es el matrimonio, otras como Lenore Kandel le cantan al erotismo y al alma de los yonquis.
Algunas como Hettie Jones hacen poesía con los objetos que dejan los ausentes, con la cotidianidad más aburrida, otras como Mary Norbert Körte, exmonja desde que se dejara hipnotizar por la poesía de Martin Luther King, le canta a los cortejos que encienden la pasión desde la soledad del bosque en el que vive.
Pero podríamos hablar de Joanne Kyger, influenciada por el budismo y por la generación beat y oscurecida por los éxitos de su marido Gary Snyder, y sobre todo poner sobre la mesa los cuchillos de Anne Waldman, poeta contra el mundo y contra sí misma:
“Yo construyo el mundo y lo mato mes a mes
Ofrezco mis entrañas a la luna
El óvulo no ha sido fertilizado
La arquitectura me persigue
Piernas plegables debéis cargar
Con el peso del mundo”.
Fueron muchas pero la antóloga Annalisa Marí selecciona diez en “Beat Attitude. Antología de mujeres poetas de la generación beat”.
Todas al borde del abismo, lanzando aullidos desde el acantilado a la inmensidad del mar, clamando desde la vagina a un mundo tortuoso hecho de silencios, esperando la nalgada o la muerte.