Lo dudo, lo dudo, lo dudo
(30/05/2023) Llega la Inteligencia Artificial y como todo gran avance tecnológico -y la IA más que un avance tecnológico es una revolución en toda regla- llega inmersa en una nube de miedos y reticencias: que si pondrá en peligro nuestra creatividad, que si nos hará dependientes de ella, que si terminará sustituyéndonos en aquellas tareas que nos eran propias, que si restará puestos de trabajo, que si esto que si aquello.
Lo mismo pasó con la radio y el cine, en su momento, y con la televisión e Internet, años después, ¿se acuerdan?
Pero ante tanto peligro como se nos avecina, ante tanto miedo al fraude de que algo realizado por una máquina pueda atribuirse a un humano, ante tanto apocalipsis, habrá algo que siempre tendremos que agradecer a esa inteligencia que llama a nuestra puerta: frente a cualquier realidad a la que asistamos a partir de ahora, frente a cualquier objeto que se nos presente, tendremos que vestirnos ya, cada mañana, con el traje ineludible de la duda.
Hemos perdido la inocencia y ya solo nos quedará una certeza: dudar de todo. Porque entre las fotografías que nos lleguen, entre las novedades editoriales que leamos, entre las pinturas que contemplemos, entre las series o películas que estén a nuestro alcance, se esconderán productos del algoritmo, creaciones digitales paridas por la IA, que nada tendrán que ver con realizaciones propiamente humanas.
No hay mal que por bien no venga, dice el refrán, y si algo bueno nos va a traer esta nueva tecnología es el poner en práctica el sano ejercicio de la duda. Porque la sabiduría siempre consistió en eso: en dudar de lo que creemos saber.
“En todas las actividades es saludable de vez en cuando poner un signo de interrogación sobre aquellas cosas que por mucho tiempo se han dado como seguras” afirmó en su momento el filósofo, matemático y premio nobel de literatura, Bertrand Russell.
El miedo a la IA se basa en algo muy humano: estábamos acostumbrados a nadar en un mundo de certezas y realidades y alguien ha llegado y lo ha puesto todo patas arriba. Bienvenida, pues, esta nueva herramienta que pondrá a prueba nuestra capacidad de ser humanos, de discernir lo original de lo copiado, la verdad de la mentira, lo real de lo virtual.
La certidumbre ha pasado a mejor vida, y, como las certezas serán un bien cada vez más escaso, habrá que buscar cual tesoro escondido la verdad de las cosas, e ir a la facultad de la vida para que nos den esa asignatura que tanto precisamos para enfrentarnos a tanto bulo, a tanta falsedad como nos acosará a partir de ahora.
Hemos perdido la inocencia y transitaremos, cada vez más, por una senda que nos conducirá de la confianza a la sospecha, tras pasar por la duda. La sospecha de que algo fabricado por una máquina pueda atribuirse a un escritor, a un fotógrafo, a un músico, a un pintor, a un artista …, y viceversa. La duda de que la decisión que tome un político no sea fruto de su talento sino de la inteligencia enjambre, esos algoritmos que se basan en colonias de hormigas o en el comportamiento de los rebaños durante el pastoreo.
Decía Borges que los españoles hablamos con un énfasis que es el de quienes desconocen la duda, pero se acabó, señor Borges, se terminó la certidumbre entre nosotros, a partir de ahora habrá que entonar aquella vieja canción de Los Panchos: “Lo dudo, lo dudo, lo dudo” y antes de que cante el gallo de nuestras certezas, dudaremos tres veces.
La duda, ese atributo que siempre acompañó a la gente inteligente, nos ayudará en la guerra que se avecina contra todo tipo de imposturas, de creencias no examinadas, de supuestos sin fundamento, de oscuridades…
Dudar de todo, hasta de lo obvio, es nuestro futuro. Dudar del pensamiento hegemónico y de quienes alcanzan conclusiones precipitadas. Ponerlo todo en cuestión y fomentar el diálogo y la crítica. No queda otra.
¿Quién les dice a ustedes que este artículo que les envío no es fruto de un modelo de lenguaje como el chatGPT, ese programa inteligente que extrae información del ciberespacio para redactar, a gran velocidad, informes y artículos?
A partir de ahora, estimados lectores, duden también de quien esto escribe. Y cuando se levanten de la cama y se enfrenten al nuevo día canten aquello de “Lo dudo, lo dudo, lo dudo”.