Las edades y los días (II)

(12/8/2007) Recientes estudios sobre las etapas evolutivas del ser humano parecen concluir que la niñez es cada vez más corta, cediendo terreno a una adolescencia que, por el contrario,  ve como sus días se adelantan entre nuestros muchachos ansiosos por penetrar cuanto antes en el mundo adulto.
Las causas del fenómeno parecen ser variadas, apuntando unos a la presión que ejercen los medios de comunicación de todo tipo, otros al acceso incontrolado de los niños a una información afectivo-sexual, ofertada por la televisión e internet,  impensable hasta hace pocas fechas; otros a la urgencia por llegar cuanto antes a una etapa vital, la juventud, que se quiere presentar como la edad ideal, panacea de todas las felicidades y dichas; otros, en fin , a la presión que ejercen las grandes multinacionales de la moda y el comercio cada vez más interesadas en un sector de edad  – la que va de los 8 a los 13 años – y que se ha bautizado con un término anglosajón: los tween.
Se trata de una generación que ha nacido con internet y que se están convirtiendo en locomotora del consumo familiar y, por consiguiente,  en objetivo publicitario de las grandes marcas.
Empresas y bancos ven en ellos un atractivo sector de consumo y hacia ellos dirigen sus estrategias de penetración que, lejos de ofertar los tradicionales productos infantiles – chocolatinas, juguetes, golosinas.. -, seducen a los pequeños con innovaciones tecnológicas de todo tipo, teléfonos móviles y cuentas bancarias.
Padres y educadores ven cada vez con más preocupación un fenómeno que se les escapa de las manos y ante el que poco pueden hacer.  Indefensos ante el gran poder mediático y ante la propaganda de todo tipo que inunda los hogares y que roba la infancia de sus hijos, muchos han dado la batalla por perdida y asisten resignados al nuevo fenómeno. Otros, sin embargo, se unen al enemigo alentando unos comportamientos que alejan a sus retoños, cada vez más, de la infancia como si el crecer cuanto antes fuera un objetivo vital. Les visten a la manera adulta, les peinan como marcan las modas de los programas de televisión, les permiten ver series cuyo contenido hubiera escandalizado a cualquier adulto de hace no tantos años e incluso les animan a que se integren en fiestas y conmemoraciones de gente mayor. Una fiesta  que hasta hace pocas fechas era exclusiva de los adultos – San Valentín, día de los enamorados – , ve como es celebrada por niños de todas las edades que acuden ufanos a llevar un ramo de flores o un pequeño regalo a su amor colegial con la complacencia y complicidad de padres y maestros.
Y no es que uno quiera desterrar el amor de los tiernos párvulos hacia el compañero de pupitre. No. El amor colegial, referente de muchas obras literarias y cinematográficas, siempre existió y seguirá existiendo porque forma parte de la propia naturaleza del ser humano. Pero ese amor colegial se mantuvo siempre en la privacidad  y complicidad de los muchachos sin ser alentado por los adultos que esperaban de ellos actividades más acordes con su edad como el estudio, el juego, las travesuras… dejando las veleidades amorosas para cuando se hicieran mozos -que las palabras adolescencia y juventud no estaban en su vocabulario usual-.
El resultado de todo esto es una niñez más corta con un crecimiento acelerado hacia el mundo adulto y perfectamente incorporada al imperio del dinero  – muchos cuentan con presupuesto propio al tener abierta cuenta bancaria – y al consumo en los grandes almacenes.
Atraída por los videojuegos, las nuevas tecnologías –el móvil y el MP3 están entre sus productos preferidos -, los productos de belleza y la moda, nos hallamos ante una generación nacida para consumir y que exige, de la sociedad en su conjunto, medidas de protección ante la  agresiva publicidad en la que se halla inmersa.
La sociedad mediatizada en la que nos encontramos genera un enorme interés por las formas de vida adulta a las que se quiere llegar cuanto antes aunque sea quemando una de las etapas más necesarias y trascendentes para el crecimiento humano: la infancia.
Infancia que es tesoro de experiencias para todos los que la añoramos y “patria del hombre” para poetas como Rilke; pero a la que, al paso que vamos, habrá que declarar territorio protegido como esas reservas animales en peligro de extinción.

NIÑEZENCIA

Jugar a ser mayor antes de tiempo,
presumir de rebelde y de coqueta,
calzarse minifaldas atrevidas,
trocar el tobogán por discoteca.

Soñar con ser famosa de la tele,
desechar las muñecas y los cromos,
cambiar el de escribir por el de labios,
hablar, con las amigas, de los novios.

Protestar porque dicen que aún es niña,
ocultar que aún no tiene los diez años,
presumir de guerrera y atrevida,
evitar que la lleven de la mano.

Probarse los vestidos de mamá,
colocarse postizos en el pecho,
teclear mil mensajes en el móvil,
chatear sin desmayo ni sosiego.

Admirar su silueta en los espejos,
probarse los zapatos de tacón,
adornar con el rimel la mirada,
imitar a la artista “de ocasión”.

Sumar lo chabacano a su lenguaje,
restar de su carné todo candor,
multiplicar protestas y descaro,
dividir su niñez sin compasión.

Tender al coqueteo y al romance,
adelantar, a su futuro, el beso,
soñar con ser princesa que enamora,
buscar mil experiencias sin ser tiempo.

Maquillar su inocencia con betunes,
protestar a la hormona en su retraso,
caminar con andares de pantera,
depilar un sobaco que aún es calvo.

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Etapa evolutiva de las niña
que busca ser mujer con impaciencia;
pizpireta, coqueta y atrevida,
fruta sin madurar: la niñezencia.



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