La virtud en los extremos

extremos

(30/05/2025) Estarán conmigo en que hay una obsesión por llegar a lo extremo, a lo excesivo, y de paso por vocearlo en los medios de comunicación, que alguien debería estudiar en alguna universidad. Porque cuando cualquier acontecimiento transcurre con relativa normalidad, por ejemplo y sin ir más lejos, el tiempo que dura un cónclave, enseguida buscamos en las hemerotecas -ahora con la IA es demasiado fácil- cuál fue el cónclave más corto o el más largo de la historia, que tanto da. Y en esas el Chat o el buscador, o ambos unidos en su infinita sabiduría, nos informa que el cónclave más largo fue aquel que duró casi tres años y en el que murieron tres cardenales que nunca supieron si el Espíritu Santo se había fijado en ellos. Y que el más corto, que duró apenas un día para decepción de los noticiarios, fue en 1939, como quien dice hace cuatro días, del que resultó elegido Pio XII.

 Este gusto por resaltar lo extremo, lo raro, lo desmedido, que es al fin y al cabo lo que hace historia -expresión tan manida como certera- y lo que más se graba en nuestra memoria, ha llevado a la búsqueda intempestiva del “y yo más” (o “y yo menos”) en cualquiera de los ámbitos de las actividades humanas, dando como resultado un libro, el Guinness de los récords, que da debida cuenta de esta obsesión por lo exagerado.

Me he metido en este jardín porque hace pocas fechas leí una noticia que me dejó desconcertado (y nunca mejor dicho). Decía así: “el pianista Igor Levit interpreta en solitario “Vexations” del compositor Erik Satie, 840 repeticiones del mismo motivo en una interpretación que dura más de dieciséis horas”. “¿¡Cómo!?” “¿¡Cuánto!?” “¿¡Dieciséis horas!?” Y uno ante semejante hazaña ya no piensa en los asistentes al concierto, que allá se las arreglen, sino en el pobre pianista que ha de aguantar dieciséis horas sentado en la banqueta sin nada que llevarse a la boca y sin poder resolver necesidades más perentorias.

 En un artículo anterior ya les hablé del autor -un tal John Page- al que se le ocurrió la idea de componer la pieza 4´33´´ que tiene la virtud de poder ser interpretada por cualquier instrumento (o mejor sería decir “no interpretada por instrumento alguno”) ya que en su partitura no aparece anotación musical alguna, sino tan solo la palabra Tacet (silencio). Y, en efecto, músicos y director de orquesta perfectamente equipados pasan cuatro minutos y treinta y tres segundos en completo silencio, sin decir esta boca es mía, ni plantearse siquiera para qué han cargado con el contrabajo o el piano. Tras el recital, llega lo obvio: los aplausos de un público entregado que se siente orgulloso de estar entre los afortunados que han asistido a tan singular concierto.

 Sumen ustedes a esta lista de extremos el libro en blanco de Shed Simove que solamente lleva escrito el título What every man thinks about apart from sex (En lo que todo hombre piensa aparte del sexo) al que le siguen 200 páginas en blanco y que son, según el autor, resultado de 39 años de meticulosa investigación. O si, por no quedarse en el extremo de la nadería, se preguntan ustedes por el libro más gigantesco de la historia, les recomiendo una excursión a Szinpetri, un pueblo de Hungría donde se encuentra un volumen titulado Or fragile natural heritage, “Nuestro frágil patrimonio natural”, pero que de frágil no tiene un pelo pues el libraco pesa nada menos que 1420 kilos. Lo que se dice un tocho en toda regla.

 El término extremófilo, que hasta ahora solo se refería a las plantas o a los animales que pueden sobrevivir en condiciones extremas, se ha extendido entre los humanos y alcanza a cualquier rama del arte sin que se salve el cine, por supuesto. La película más corta de la historia se llama The man (El hombre) y dura tan solo diez segundos por lo que nunca llegó a la pantalla grande. El corto (y tanto), protagonizado por una hormiga y dirigido por Sathar Adhoor -le llevó cinco horas de trabajo- intenta definir la naturaleza humana o eso dicen los críticos. Pueden verlo en Youtube. ¿Y la peli más larga?, pues una titulada Logistics que dura 857 horas (35 días y 17 horas).

 Y así podríamos seguir hasta el aburrimiento.

 Hace unos días, un conocido que sufre de insomnio me habló de la forma que tiene de combatirlo: ver largas secuencias de persecución de delincuentes por parte de la policía en su televisor. Persecuciones de esas que no parecen acabar nunca. “Al final llego a alcanzar el sueño”, me confesó.

 En cualquier caso, si usted es de natural tranquilo e insomne y tanta persecución más que dormirle lo excita, le recomiendo ponerse a oír la aludida Vexations (Vejaciones). Si después de las 840 repeticiones del tema no ha logrado dormirse, considérese un extremófilo.



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