La orilla blanca, la orilla negra
(20/08/2023) La imagen me impactó. Una serpiente rojiza, hecha de boyas flotantes, bajaba a lo largo del río e impedía el cruce de sus aguas. Metido en la noticia comprobé que se trataba del Río Bravo (frontera natural entre EE. UU. y México) al que las autoridades de Texas han convertido en muralla dotándole de una barrera flotante que ahuyenta a tanto desarrapado que se empecina en cruzarlo buscando lo que cualquier ser humano ha buscado desde que el mundo es mundo: una vida mejor.
La muralla, que el cubano Nicolás Guillén soñó para hacer un mundo más fraterno uniendo todas las manos – “una muralla que vaya desde la playa hasta el monte, desde el monte hasta la playa”-, impide aquí el paso a quienes pretenden llegar a El Paso (qué ironía).
El río, que unió civilizaciones y culturas a lo largo de los siglos y que siempre estuvo ahí para cruzarlo, para buscar fértiles vegas y mejores piezas de caza, convertido en lindero, en raya, en una serpenteante “muralla china” que impide el paso a los bárbaros de siempre que ahora cargan con las alforjas de la pobreza y la desesperación.
El río, que llaman “Grande” en el norte y “Bravo” en el sur, que es vida y “va a dar a la mar que es el morir” como dijo el gran poeta Jorge Manrique, partido en dos por el odio y la xenofobia, convertido en trinchera donde “mueren cinco emigrantes al mes, en su cauce”, según denuncia la prensa.
“Chamaco, nunca debiste cruzar el Río Grande” les gritan desde la orilla norte a quienes huyen de la pobreza o de los odios. Porque “por el río pasa la frontera, la orilla blanca, la orilla negra”, como profetizó y cantó hace tiempo Iva Zanicchi, y no hay modo de salvar ese obstáculo.
La imagen que les muestro se acompañaba de otras más impactantes que he evitado incluir por aquello de no herir su sensibilidad: cientos de emigrantes y refugiados intentando cruzar el cauce usando cualquier objeto. Algunos, sin fuerzas ya y sin objeto al que agarrarse, mueren en el intento (Óscar Martínez y su hija Valeria, de apenas dos años, murieron ahogados hace cuatro años) otros son cargados por algún familiar como la anciana venezolana que lo cruzó en brazos de otro compatriota (ambas imágenes dieron la vuelta al mundo…de la indiferencia).
Imagen potente esta última que me lleva a los orígenes de Europa -de esta Europa desde donde contemplamos el desastre-, al Eneas que huye de la guerra de Troya con su padre a cuestas y su hijo de la mano; al Eneas, primer héroe cuidador, que conduce a su familia a lugares de paz y trigo; al Eneas que fue el primer europeo, el primer refugiado, y cuyos descendientes fundarían Roma tal como nos cuenta Virgilio en su Eneida.
Si Eneas levantara la cabeza y volviera del reino de las sombras, vería que su historia se repite en el Mediterráneo, ese mar donde algunos sueñan con poner una frontera, otra serpiente flotante que se extienda desde Tiro hasta Huelva y evite que llegue hasta nuestra mesa el olor de la pobreza.
Pero no hablábamos de mar sino de río (aunque tanto monta…), de ese río, Bravo o Grande, al que los enamorados siempre bajaron buscando en sus orillas “palabras de amor, palabras”, como dijo otro poeta; al río donde acudíamos con Mary, “saliendo del valle hasta donde están los campos” como cantó Bruce Springsteen en The River (El Río): “Me and Mary… we’d go down to the river, and into the river we’d dive. Oh, down to the river we’d ride” (Mary y yo…bajaríamos al río, y en el río nos sumergíamos. Oh, hasta el río, cabalgábamos).
Solo John Ford que tanto sabía de épicas y que filmó como nadie a los héroes de frontera en tantas películas, entre ellas Río Grande (otra ironía), podría entender el heroísmo que subyace en estos nuevos Eneas del sur, en los nuevos héroes que pretenden vadear el río, aunque les cueste la vida.
Son Eneas de color cobrizo que no tienen la apostura de John Wayne ni la belleza de Maureen O´ Hara, pero tienen la fuerza y el coraje de quienes busca lo mejor para los suyos, y están dispuestos a superar cualquier obstáculo, cualquier valla, para lograrlo.
No hay río bravo que no tenga vado…dice el refrán castellano, y en su búsqueda van miles de refugiados. Buscan el paso milagroso que les permita, como a otros cristos, andar sobre las aguas. Pero las aguas vienen crecidas por la intolerancia y el racismo y el vado no aparece y detrás viene el peor enemigo que es el hambre y entonces hay que lanzarse a la otra orilla -de perdidos al río-, a la Tierra Prometida que mana leche y miel. Aunque haya que pagar un peaje tan alto como la propia vida.