La naranja digital
Lo que mola son las pizarras digitales, las plataformas interactivas, las clases por Internet , los power point, los e-book, las tabletas, los Ipad.
Las didácticas, las metodologías, las técnicas de estudio, las visitas didácticas, la observación de la realidad, el huerto escolar, son el hazme reír de la escuela moderna donde el aprendizaje se han reducido a pulsar un botón y esperar a ver lo que sale.
Y lo que sale son muchachos que, acostumbrados a lograr cualquier cosa a golpe de clic, han desterrado de su vocabulario palabras como esfuerzo, disciplina, naturaleza, realidad, muerte, pasión, vida.
¡Para qué visitar el parque de al lado, la ciudad o el pueblo en que se vive, si a golpe de clic te llevan a visitar el gran Cañón del Colorado!
Conozco profesionales recién llegados a la escuela que han irrumpido en las aulas dominando el teclado y la pantalla, encumbrados al paraíso de la formación académica, dando lecciones a curtidos profesores de esos que siguen sacando a sus pupilos a los bosques para enseñarles “la lengua de las mariposas”, pero que no dominan ¡ay! la tecla ni el “ratón”.
Especie en extinción. Rara avis de la vieja escuela. Eternos emigrantes en un mundo digital, que nunca será el suyo.
- Don Manuel, que deje usted de sacar a los muchachos para enseñarles los árboles del parque, que tiene que acudir a un curso de informática.
Si en algún lugar no cuenta para nada la experiencia, ese lugar es la escuela.
Por eso los docentes añosos sueñan y sueñan con la jubilación. Ese paraíso que, con la maldita crisis, cada vez está más lejos.
¿Cómo mantener la ilusión, dicen, en una escuela que ningunea su vieja sabiduría, alimentada y cimentada por años y años de infancias y cursos de formación de todo tipo? Bueno, de todo tipo no. Que a la tecnología digital llegaron tarde.¡Pena!
Dice Jonathan Franzer, uno de los mejores escritores norteamericanos que nos ha sorprendido recientemente con su libro “Libertad”, que escribiéndolo ha querido “resistir este régimen de la estimulación instantánea y hueca que han traído las nuevas tecnologías”.
Como sé que alguien me calificará de “retablo paleolítico” por el mero hecho de afirmar lo afirmado más arriba, me he querido apoyar en Franzer que, de seguro, no es tan antiguo como yo. O eso creo.
Sigue diciendo el autor de “Las Correcciones” que de “un día para otro, los cigarros fueron sustituidos por los dispositivos móviles, no menos perjudiciales para la salud mental”.
Y es que ya no se ven maestros transportando la cartera con el libro de texto, los apuntes y el listado de alumnos. Que ahora todos llevan su portátil en bandolera para introducir a la niñez en el mundo virtual que tanto se lleva.
- Don Manuel que tiene usted todos los árboles del parque y del mundo mundial en cualquier buscador de Internet, ¡hombre! Que no tiene por qué salir del aula.
Y don Manuel ve que sí. Que todo está allí, pero que no es lo mismo. Que un árbol tiene que oler a árbol y hay que pasar la mano por su tronco nudoso para captar el pálpito de sus venas, y oír el ruido del viento silbando en su ramaje, y presenciar la caída de sus hojas cuando llega el otoño. Y que sus alumnos también tienen que experimentar los aromas de la realidad, de la vida que está ahí y que es tan corta.
Me contaron que mientras el pedagogo virtual mostraba a sus alumnos la más hermosa de las naranjas salidas de los buscadores de Internet y les explicaba, gracias al wikipedia y otras páginas temáticas, todo tipo de información sobre las naranjas…, don Manuel, sacó de la bolsa de la compra veinticinco naranjas.
Luego, tras repartirlas entre la muchachada, como un sacerdote que oficiara una antigua ceremonia de sobra aprendida, les mandó que pasaran su mano por su piel rugosa y blanda para palpar su contorno, sus rugosidades, sus lisuras, sus imperfecciones… (que la vida y la realidad son imperfectas); luego les dijo que captaran la variedad de sus colores naranjas, y hablaron de matices, de tonos (¡cuántos naranjas en las naranjas!)…A continuación les pidió que la olieran lenta, profundamente… Y entonces cada cual expresó la intensidad de sus aromas, de sus fragancias..Más tarde les ordenó que quitaran su piel y la desnudaran para ver su interior…Y que la desgajaran …Y tras contar los gajos les dijo que los saborearan despacio, lentamente…para describir su sabor unas veces dulce, otras veces ácido, otras “dulzácido”, otras “acidulce”, que los matices del paladar son infinitos, que en el gusto también existen los grises, que la vida no se puede reducir al blanco y al negro.
Y mientras saboreaban la miel que encierran las naranjas, don Manuel les habló del Jardín de las Hespérides, aquella hermosa leyenda de la Mitología griega, aquel jardín con árboles que daban frutos de oro y que alguien, siglos después, pensó, equivocadamente, que eran naranjas.
Y ya puestos les habló de poesía y de literatura, de Miguel Hernández, por ejemplo:
Tu corazón, una naranja helada
con un dentro sin luz de dulce miera
y una porosa vista de oro: un fuera
venturas prometiendo a la mirada.
Don Manuel sabía que todas las disciplinas, toda la vida, cabían en una naranja.
La vieja escuela.