La mula del Abad
(1/3/2012) Mula. Noble animal donde los haya. Recuerdo mi pueblo, allá por los tiempos de mi infancia, poblado de mulas que mataban, con su andar cansino y firme, nuestra hambruna. Mulas.
Se lo oí a un labrador: si se te moría un hijo era una catástrofe, pero si se te moría una mula era peor. Un hijo era una boca más que alimentar pero la mula era la boca que nos alimentaba a todos. Terrible.
Mulas que formaban parte del entorno familiar con nombre propio: la Castaña, la Rubia, la Andaluza…
Hoy solo se ven en los belenes. Han desaparecido del paisaje rural y uno hecha de menos al animal piadoso incapaz de cocear nuestra estulticia y barbarie. Serena ante el chaparrón de palos que le llovían encima. Siempre con mirada de misericordia ante nuestra estupidez. Garrulos.
No es de extrañar que muchos llegasen a litigar por su causa, que no por su culpa.
¿Se imaginan al más famoso cirujano del mundo mundial metido en pleitos por una mula? ¿que no? Pues ha ocurrido, queridos lectores, aunque no en estos tiempos en los que los más encumbrados doctores en cirugía cogen aviones por doquier, son recibidos en zonas VIP, dan video-conferencias y, de seguro, no han visto una mula en su cirujana vida. No.
Ocurrió hace muchos años, pero ocurrió.
El cirujano del emperador Carlos I de España y V de Alemania, el licenciado Dionisio Daza Chacón, allá por 1555 -que ya ha llovido- tras regresar de Portugal con la princesa Juana, residiendo en la ciudad de Valladolid, sostuvo un pleito con don Alonso Enríquez de Cabrera, abad de la villa, por una mula negra. Tiempos.
Según denunció el abad, el cirujano, lejos de pagar los 35 ducados que valía el animal, dio en prenda “un joyel de oro con un rubí grande, un zafiro y una perla”. Y un joyel, argumentaba el clérigo, no era ni valía los 35 ducados de la mula. Esta sí, una joya.
Pero Daza, que era como se dijo “médico y cirujano andante en esta corte” , argumentó que “al tiempo, que se la vendió se la dio a la dicha mi parte por sana y no traidora ni harona y buena, la qual dicha mula no lo es, sino manca que tiene sparabanes y ruin comedora”. Vamos, que de joya nada. Aquello que le habían vendido era, al decir del matasanos, un mal rucio lleno de mataduras, un jamelgo flaco y desgarbado por el hambre. Un penco.
Daza, que era todo un entendido en el cuerpo humano, no supo o no quiso ver el derrumbe físico y mental de aquel animal que, por si fuera poco lo dicho más arriba, resultó además enormemente caro pues “la dicha mi parte fue engañada en más de la mitad del justo precio”. O sea, que más que pleitear con el abad, el cirujano debería haberlo hecho con “la dicha su parte” es decir con su representante a quien como se dice vulgarmente se la “metieron doblada”.
Pero no terminan aquí las tachas de aquel adefesio llamado mula, pues el cirujano confiesa que “allende las tachas susodichas era mula de más de diez y seis años y tan harona que hera menester hincarle una espuela para que se menease y traía las espoleras del ancho de una palma, y sobre todo ruin comedora y traidora”.
Y es aquí donde, a mi humilde parecer, se pasa el doctor trece pueblos. O como se decía entonces “se le fue la mula” (la lengua). ¡Cómo se puede tildar de traidora al ser más noblete que existe! La mula.
Ante tanto despropósito la justicia tuvo que tomar cartas en el asunto.
El pleito que había comenzado el 8 de Enero de 1555 vio su sentencia definitiva el 27 de agosto del mismo año. En ella se ordenaba al médico vender y rematar el joyel para acudir al pago de los 35 ducados y de las costas.
Lo justo para quien no compró una matalona sino un animal terco y con carácter. Lo suficiente para quien se atrevió a llamar traidora a una noble, aunque nerviosa, remolona y taciturna, mula.
Ignoraba el licenciado que, como dice el refranero, “la mula es mula aunque la carguen de santos” y que “ a mula que otro amansase algún resabio le queda” pero que “la mula arisca a la larga se va enseñando a la carga” y que si resultó tener más años de lo convenido pues “a mula vieja alíviale la reja”.
Pero Daza no entendía de refranes. Torpe.