La lengua y los jamones

jamón

(30/12/2022) Está claro. En lo primero que piensa quien abre un negocio es en el nombre que va a poner al asunto y casi siempre lo hace en inglés, por aquello del “prestigio” que se le supone a la lengua de Shakespeare y que, al parecer, no alcanza a otras lenguas, entre ellas el castellano.

 Y si el empresario, en cuestión, reside en una comunidad autónoma de las que se dicen históricas, ni les cuento. Agotadas las denominaciones en su lengua vernácula, cuando hay que buscar nombres en otra lengua para internacionalizar la empresa, los del marketing recurren al inglés, al alemán, al francés o al latín. Pero nada de poner nombres en castellano ese idioma centralista que hace que todos nos entendamos.

 Cuenta Javier Cercas en un artículo que lleva por título “El milagro alemán” (y que les recomiendo) que cuando perdió su móvil en un viaje entre Fráncfort y Düseldoff acudió solicito a un puesto de policía y “le expliqué en inglés lo ocurrido. La respuesta del poli, que hablaba inglés, consistió en largar una parrafada en alemán”. Menos mal que Cercas iba con la representante de su editorial alemana y que gracias a ella pudo entender lo que le decía el uniformado.

 Cercas, usted y yo, estamos acostumbrado a tratar a los turistas en inglés, incluso a aquellos que nos preguntan en español. Así somos. Pero en otros países no se muestran tan amables.

 De nada sirve que nuestro idioma tenga una dimensión internacional. Que la hermosa lengua de Castilla ocupe el primer lugar como lengua materna en el mundo, que sea la segunda que eligen los estudiantes de otros países para aprenderla, que también sea la segunda en la biblioteca virtual de Google, que en las principales redes sociales sea, tras el inglés, la lengua más empleada, que en el sector editorial ocupe un honroso tercer puesto y que aporte a las arcas del estado tanto como aporta el turismo. De nada.

 El complejo histórico que arrastramos hace que, incluso en esos lugares que presumen de hablar el mejor castellano, cualquier empresa se refugie en lenguas foráneas para rotular su negocio.

 Pasa también con los nombres que cada cual pone a sus vástagos. Ya nadie pone nombres como Catalina, Lola, Pedro o Andrés. Las parejas se dedican durante meses a buscar nombres originales, tan originales que cuando los encuentran ya se han divorciado.

 Hoy nadie entiende cómo Vladimir Nabókov pudo entusiasmarse con el nombre de “Lolita” cuando lo oyó  en un viaje a Veracruz. Tropezarse con aquella Lolita le hizo escribir una de las mejores novelas del siglo XX, Lolita, con uno de los más recordados inicios:

«Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.”.

  Hoy, en Veracruz, como aquí, apenas hay Dolores, Lolas o Lolitas, allí se prefieren nombres de origen náhuatl como Xóchitl que significa Margarita, o Tzitel que significa Princesa y aquí ni les cuento. Así que si van a Calatayud no pregunten por la Dolores porque seguramente ni está ni se la espera. Pregunten por Manreet, Alayna, Irane o Darla y quizá tengan suerte.

 Y si alguien tiene la mala suerte de llamarse Andrés o Luis o Manuel y es propietario de una tienda de jamones que no ponga como en tiempos pasados “Jamones Andrés” o “Jamones Luis” o “Jamones Manolo”. No. Lo suyo, lo que toca, es consultar a un asesor financiero para terminar llamando a su negocio “Hams Andre´s” o “Hams Lui´s” o “Hams Manolo´s”.

 La película ¡jamón!, ¡jamón! de haberse rotulado hoy se hubiera llamado ham!, ham! que suena a dentellada, a mordisco, pero que no tiene nada que ver con el sabor que desprende el jamón. Porque hay palabras sabrosas y jamón es una de ellas (con ese “món” que sabe y suena a beso).

 El pasado dos de diciembre se llevaron a cabo en Logroño una serie de encuentros a nivel nacional (repito a “nivel nacional”) para hablar, según decía la propaganda, “sobre el país que queremos y que estamos construyendo juntos”. Pues bien el título del certamen era Foro Next Spain Educación. Lo curioso es que aparte de llevarse a cabo en Logroño, cuna del castellano, entre los asistentes estaba una catedrática de inteligencia artificial que pronto ocupará un sillón en la Real Academia Española de la Lengua.

 Y de Eurovisión qué voy a decirles que no sepan. Las diatribas entre llevar canciones en castellano o en inglés han llenado muchas páginas. Por eso cuando el rumano Andrei Ionut cantó el estribillo de su canción Llámame en castellano a muchos nos supo a jamón (perdón a ham).



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