La felicidad de los “cabeza recta”
(21/6/2013) Érase una vez un misionero que, armado de Biblia y Cielo, se internó en lo más profundo de la Amazonía para llevar el mensaje de Dios y contribuir a extender su reino. Punto y aparte.
Érase a su vez una tribu amazónica, los pirahã, que armados de un lenguaje sin pasado ni futuro, esgrimían, cual arma poderosa contra los foráneos, la felicidad de un vivir intensamente el presente, sin el recuerdo doloroso del pasado ni las preocupaciones lógicas del porvenir. Punto y aparte.
Pasan casi treinta años tras el encuentro y entonces…Puntos suspensivos. Música intrigante.
Entonces, el misionero pierde la fe y, derrotado, se refugia en el estudio del habla de quienes han roto los pilares en los que se basaban sus más profundas creencias.
“Comprendí que los pirahã ya son felices. No creen en el cielo ni en el infierno. Llevarles el mensaje de Dios era como llevar el hielo a los esquimales.” Manifestó más tarde Dan Everett, aquel misionero convertido finalmente al ateísmo.
Pero tranquilo, Everett. Que usted no es el único a quien derrotan los pirahã. Que ya lo sufrieron hace más de tres siglos los portugueses mientras buscaban El Dorado y tuvieron que abandonar la búsqueda. Aquel pueblo que se llamaba a sí mismo los “cabeza recta” poseía el oro de la felicidad y no quería nada con los “cabeza dobladas”, con nosotros. Ya ve.
Porque hablar en presente es hablar el lenguaje de la infancia y ya sabe lo que dijo el Maestro “…si no os hacéis como niños no entraréis en el reino de los cielos”. Y usted quería romper el paraíso que es toda infancia, todo primitivismo, para llevarles a la dudosa grandeza del adulto.
Tal vez nuestro pecado, señor Dan, haya sido abandonar la infancia. La felicidad de un presente sin preocupaciones, volcado en la acción inmediata, ignorante de un futuro lleno de sombras y muertes.
Que cuanto más en la niñez vive el hombre, más felicidad acumula. Demostrado.
Y Dan Everett ha esgrimido desde entonces la espada del lenguaje de los hombres felices del Amazonas, para decirle al mundo que la fuente de su dicha está en una gramática con tan sólo ¡8 consonantes y 3 vocales!, que sólo cuenta con un tiempo presente y carece de recursividad, capacidad que está presente en el lenguaje universal defendido por Noam Chomski y otros dioses del Olimpo Lingüístico.
Mientras a Dan Everett le llueven palos, los pirahã, junto al río Maici, siguen en su presente, sin saber las consecuencias de esta guerra entre lingüistas. Preocupados tan sólo por sobrevivir.
Hablando, cantando, tarareando y silbando que de todas estas formas se comunican y sin conocer los números. Que contables y banqueros allí no encontrarían trabajo ni lograrían romper el bienestar espiritual de los “cabezas rectas”, como han hecho con nosotros.
Que ya me lo decía mi padre: hijo mantente siempre con la cabeza recta de quien no tiene nada de qué avergonzarse. Lo que no parece que lo dijeran muchos padres en esta España nuestra.
Pero los pirahã, orgullosos de su vida, poseedores de la felicidad, no quieren nada de nosotros. Nada.
¿Nada? Miento. Punto y seguido.
El gobierno brasileño, celoso de sus hijos perdidos en la selva, padre de esos niños descarriados y faltos de culpa que sonríen sin cesar en su paraíso, les han llevado la electricidad y, ya puestos, una televisión por satélite. Que los mundiales están cerca y hay que verlo todo.
Tras llevarles la luz y el diablo, impiden con saña la vuelta de Dan. “No queremos que vayan misioneros” argumentan celosos, desconociendo que Dan es ya un hombre sin fe, y sin saber (o sabiéndolo, qué más les da) que han llevado a “los erguidos” la Caja de Pandora con todas las Furias dentro.
Los hiaiti’ihi’ (los erguidos), como se llaman, mantendrán la “cabeza recta” durante poco tiempo. Sentados en troncos contemplan hipnotizados las imágenes de plasma que les llegan de mundos extra-selváticos. Extraterrestres.
Pronto querrán imitar a los charlatanes que les prometerán paraísos menos nobles. Un futuro mejor a quienes no incluyen el futuro en su Gramática de la Felicidad, ni falta que los hace.
Y en esa guerra amarga de las palabras terminarán ¡por fin! vencedores los “cabeza doblada”.
Si se asoman al documental que cuenta esta historia -hay varios en Internet- verán que esto que les digo no es un cuento, aunque lo parezca en sus inicios.
Verán a un pueblo erguido que empieza a doblar la cerviz. Como usted y como yo. Punto y final.