La espía del emperador
(10/05/2017) En plena Feria del Libro de Valladolid y mientras firmo ejemplares de mi nueva novela La espía del emperador, recién salida del “horno” literario, caigo en la cuenta de esa obligación que tenemos los escritores de volvernos transparentes, ante nuestros lectores, cuando presentamos nuestras obras. Y no digamos en los debates que vendrán con el tiempo en los clubes de lectura o ante cualquier lector que te aborde por la calle.
¿Por qué has querido contarnos esta historia?, ¿cómo surge el impulso de hacerlo?, ¿está basada en hechos reales?, ¿existieron sus protagonistas?, ¿con qué personaje te identificas más?
Pues bien, antes de que los lectores me asedien con preguntas como las anteriores quiero dejar bien claro que La espía del emperador es una novela muy bien anclada en la historia, con personajes reales que vivieron en aquella Castilla de las Comunidades que estuvo a punto de trocar la política del emperador Carlos V.
Personajes históricos como el regente puesto por el Emperador, el cardenal e inquisidor general Adriano de Utrecht, futuro Papa de la Iglesia como Adriano VI, o como Francisca Hernández -“la beata de Valladolid”-, protagonista de la novela, una mujer dotada de un enorme atractivo físico y de una personalidad envolvente, cautivadora y compleja. Mujer fascinante e inteligente, con unas dotes de liderazgo que la convirtieron en una de las personas más influyentes de su tiempo y de la que conocemos muchos datos sobre su vida debido a que en años posteriores caerá presa de la inquisición y sometida, ella y numerosos testigos, a interrogatorio.
Un personaje con muchas aristas, con sus luces y sus sombras, enormemente atractivo para cualquier escritor y que nos confirma en lo que siempre sospechamos: que las mujeres han tenido mucha más protagonismo en la historia del que les supone el hombre o del que les otorgan los libros de texto.
La espía del emperador es también una novela que pretende dar respuesta a una incógnita histórica: ¿por qué los Comuneros de Castilla fueron derrotados en Villalar?, ¿qué ocurrió en Villabrágima en eso que los historiadores llaman “el razonamiento de Villabrágima?, ¿por qué no tuvo éxito la primera revolución de la era moderna? Y lo hace desde la ficción, pero desde una ficción muy documentada -no olvidemos que desde la ficción suelen contarse las grandes verdades de la historia-.
La espía del emperador es también una novela centrada en el movimiento reformista y erasmista que sacudió, en la primera mitad del siglo XVI, los cimientos de la vieja espiritualidad, debido a dos personajes: Erasmo de Rotterdam y Martín Lutero, cuyas doctrinas penetraron clandestinamente en la península dando lugar a los conventículos, lugares clandestinos para entregarse a las nuevas prácticas religiosas, como el que hubo en las casas de don Pedro de Cazalla y doña Leonor de Vivero, que ocupa un lugar destacado en la novela al haber vivido allí la protagonista, Francisca Hernández.
Nuevas formas de espiritualidad que llevarán al quemadero, cuarenta años después, a veintisiete personas, como se narra en la novela El Hereje de Miguel Delibes y que hará que la casa de los Cazalla, donde vivió la protagonista antes de caer en el punto de mira de los guardianes de la ortodoxia, fuera asolada.
A modo de conclusión quiero decir a mis lectores que La espía del emperador es una novela muy enraizada en el tiempo histórico. Un tiempo turbulento tanto en lo espiritual como en lo político, tanto en Castilla como en la España y en la Europa de entonces, y donde Valladolid se convierte en otro de los “personajes” de la novela, al haber adquirido un importante protagonismo en aquellos tiempos.
Es difícil delimitar los límites de la ficción al recrear un hecho histórico. La tarea del narrador no consiste tanto en iluminar el hecho en sí como en resaltar los claroscuros, ciertos cabos sin atar, alguna ambigüedad en el relato de unos acontecimientos que ocurrieron hace quinientos años.
Ese es el objetivo de La espía del emperador recrear una época llena de intrigas, donde crecen los rumores y las sospechas, donde la información y el dinero apuntalan la política y donde surgen personajes complejos y decisivos.
Hay en la historia personajes secundarios cuya actuación, en determinado momento, encierra la clave que permite comprender un tiempo y una época. La actitud tomada por estos actores de reparto, sin excesivo protagonismo en el drama, marca un rumbo distinto en los sucesos y por lo tanto en la propia historia de los pueblos.
Uno de estos personajes fue Francisca Hernández -la beata de Valladolid-, confidente y consejera de los hombres más destacados de su tiempo y personaje clave en los acontecimientos que tuvieron lugar durante las Comunidades de Castilla.
Espero que con estas coordenadas los lectores se entreguen a su lectura, viajen por el tiempo y completen mi obra, porque como decía Joseph Conrad: “la mitad del libro es cosa mía, la otra mitad del lector”.