La diccionarista

moliner

(29/2/2016) No sé si la RAE recoge el término. “Diccionarista”. Pero a ella le hubiera importado un pepino. Me refiero a María Moliner que dijo ser “una diccionarista” cuando alguien le preguntó sobre su oficio. A ella, a María Moliner, autora del diccionario más conocido en lengua española que desestimó formar parte del selecto club de académicos de la lengua cuando se lo propusieron por segunda vez tras el rechazo inicial por parte de quienes consideraron que no tenía suficientes méritos. Faltaban tacos y otras palabras malsonantes, dijeron en su contra.
-¿Qué piensa usted de que la RAE no la haya admitido entre los académicos?- le preguntó alguien en 1972.
-Qué puedo decir yo si toda mi vida no he hecho más que coser calcetines- respondió María.
No estaba aún el horno para bollos y los sesudos académicos no podían imaginarse a una “marisabidilla” entre sus filas. Más adelante sí. Carmen Conde sería la primera en 1979.
A los 50 años de la publicación de la primera edición del diccionario “María Moliner” por la editorial Gredos, en el año en el que Cervantes se llevará los escasos recuerdos de un país desmemoriado ¿quién se acordará de la mujer que se anticipó a la Academia de la Lengua incluyendo en su diccionario la “ll” dentro de la “l” y la “ch” dentro de la “c”? ¿Quién tendrá un gesto de generosidad para la mujer a quien picó el zika de la palabra para componer el diccionario “más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana” en palabras de Gabriel García Márquez?
María Moliner, aragonesa de Paniza, desterrada al exilio interior, fue la mujer que, tras trabajar como bibliotecaria y mientras remendaba calcetines -algo que ella consideraba su verdadero oficio-, compuso el “Diccionario de uso del español”. Trabajo hercúleo donde los haya. Basta ver sus números: 2 tomos, 3.000 páginas, 67.000 entradas, 3 kilos de peso y 1800 pts. de 1966.
67.00 entradas, que se dice pronto. Entre ellas bien pudo poner María la que da título a este artículo:
Diccionarista: Mujer con los arrestos suficientes para, después de trabajar en “sus labores” o mientras remienda calcetines, dedicarse a hacer un diccionario de la lengua que asombre al mundo.
Y todo sin desatender a sus hijos. Incluyendo a su diccionario como un vástago más de la familia.
Su hijo Pedro decía que él tenía cuatro hermanos, Enrique, Fernando, Carmen y el diccionario.
Murió en 1981 víctima de una arterioesclerosis cerebral, demencia que le fue robando, cobardemente y una a una, sus palabras. Sus queridas palabras.
“Un diccionario no se acaba nunca” dijo tras publicarlo y tras seguir clasificando y ordenando fichas con nuevos términos.
¿Incluiría en estas nuevas fichas las palabrotas y los tacos necesarios para quitar argumentos a quienes la tildaron de “ñoña”? No lo sabemos. La que sí incluyó, seguro estoy, fue la palabra “remiendo”, esa cicatriz en la herida de nuestra pobreza.
Dicen que Renato Bialetti, inventor de la cafetera moka, ha querido dejar sus cenizas en el recipiente que le hizo millonario, la cafetera; y uno piensa que María Moliner, diccionarista y calcetera a un tiempo, bien pudo dejar las suyas en el diccionario, repartiendo sus cenizas entre las páginas a modo de polvo de salvadera para fijar lo escrito. O, ya puestos, en un calcetín esa prenda que nuestras madres remendaban sin descanso para que nuestros pies desnudos y pobres alcanzaran la categoría de alas.
Decían los griegos que los desmemoriados eran aquellos que saciaban su sed en el Leteo, río que, según la mitología, producía el olvido a quienes bebían de sus aguas, mientras que quienes lo hacían en las aguas del río Mnemosine lo recordaban todo.
Bebamos los españoles durante el año en curso en las aguas del río Mnemosine para acordarnos de Miguel de Cervantes, de Rubén Darío, de Blas de Otero, de María Moliner… y de todos aquellos que supieron sacar partido a nuestra lengua, a nuestra hermosa lengua española. Y hagámoslo de la mejor manera: leyendo sus obras.
¿También el diccionario? Sí. También el diccionario. Cualquier diccionario, el de María Moliner, por ejemplo, ese diccionario que según dijo el premio nobel colombiano es el “más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana”.
Lo repito por si alguno ha bebido, sin querer, y antes de que termine el artículo en las olvidadizas aguas del Leteo. Que nunca se sabe.



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